El cardenal Giovanni Battista Re presidió la misa funeral en la Plaza San Pedro, donde recordó a Francisco como el Papa de la misericordia, la paz y la fraternidad universal.
La Plaza San Pedro se convirtió en un océano de fe y memoria. Miles de personas se congregaron para despedir al papa Francisco, el primer pontífice argentino y latinoamericano, cuya huella transformó la historia reciente de la Iglesia y del mundo.
La misa exequial fue presidida por el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, quien pronunció una homilía cargada de emotividad y gratitud. «Estamos reunidos en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe», expresó Re, destacando la masiva manifestación de amor popular que invadió Roma durante los días de duelo.
Francisco, cuyo verdadero nombre era Jorge Mario Bergoglio, eligió vivir su misión hasta el extremo. Con su salud deteriorada, todavía el pasado Domingo de Pascua impartió su última bendición desde el papamóvil, negándose a retirarse del contacto con su pueblo. “Eligió recorrer el camino de la entrega hasta el último día de su vida terrenal”, subrayó el cardenal.
Durante la ceremonia, se repasaron los pilares esenciales del pontificado de Francisco: la defensa irrestricta de los pobres y los migrantes, la promoción de la fraternidad humana y el cuidado del planeta, expresado en encíclicas que marcaron una época: Evangelii Gaudium, Laudato si’, y Fratelli Tutti.
«Nadie se salva solo», recordó Re, citando una de las frases que mejor sintetizan el pensamiento de Francisco. En tiempos de guerras, exclusiones y muros que separan a los pueblos, su llamado a «construir puentes y no muros» resonó con más fuerza que nunca entre los presentes y en todo el mundo.
Francisco fue, sobre todo, un Papa de cercanía. Re lo definió como «un Papa en medio de la gente, con el corazón abierto hacia todos», alguien que eligió renunciar a los lujos del Palacio Apostólico para habitar la austera residencia de Santa Marta, que abrazó a enfermos, refugiados y presos, y que siempre pidió: “No se olviden de rezar por mí”.
Hoy, tras su partida, esas palabras encuentran una nueva resonancia. Como dijo Re para cerrar la misa: “Querido Papa Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma y al mundo entero”.
El legado de Francisco no termina con su muerte: permanece vivo en cada gesto de misericordia, en cada llamado a la paz, en cada acto de amor hacia los olvidados del sistema. La semilla que sembró en su pueblo no dejará de dar frutos.
Hoy, mientras las campanas de Roma repican su adiós, el mundo entero le responde con un rezo inmenso: gracias, Francisco.
El adiós a Francisco: «Nadie se salva sólo»

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