Mauro Sergio despide a 150 trabajadores tras el derrumbe de ventas por el ajuste económico

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El emblemático fabricante de sweaters argentino inicia un cierre parcial tras seis décadas de historia. La ola de despidos desatada en su planta de Villa Lugano no es solo una tragedia laboral: es el síntoma de una política económica que arrasa con la producción nacional.

Mauro Sergio, símbolo de la industria textil argentina, inicia un repliegue dramático que deja a 150 familias en la calle. El ajuste, los tarifazos y la caída estrepitosa del consumo configuran un cóctel letal para las pymes, que ven cómo el gobierno de Javier Milei destruye lo que queda del tejido productivo.

La noticia no debería pasar desapercibida. No es solo otra fábrica. Es Mauro Sergio, una marca histórica que se hunde parcialmente tras más de sesenta años de trayectoria en la industria textil argentina. Desde su planta en Villa Lugano, donde alguna vez se tejió buena parte del orgullo industrial del país, hoy emergen 150 telegramas de despido que resumen en una cifra la brutalidad de las políticas económicas aplicadas por el gobierno de Javier Milei.

El silencio es ensordecedor. No hubo conferencia de prensa, ni cámaras, ni ministros que pusieran la cara. Solo un mail, breve y lapidario, que la firma envió a su personal, justificando los despidos por la “drástica caída de ventas y actividad productiva”. La escena es repetida, pero no por eso menos trágica. Mauro Sergio, que en tiempos de expansión llegó a emplear a más de 1.000 personas, comienza a desguazarse en el marco de un modelo económico que no deja margen para las pymes, ni para el trabajo formal, ni para el futuro.

El testimonio de los trabajadores despedidos es tan crudo como revelador. Algunos llevaban más de 30 años en la empresa. Se enteraron de la pérdida de su fuente de ingreso por mensaje de texto o por un llamado. La empresa anunció que “conserva la esperanza” de mantener el local de atención al público y la venta mayorista, como si eso bastara para tapar el agujero abierto en una comunidad laboral devastada. No hay acompañamiento del Estado, no hay red de contención, y mucho menos hay respuestas.

Lo que ocurre en Mauro Sergio es una señal de alarma que debería movilizar hasta al más indiferente. No se trata de una empresa quebrada por mala gestión o desinversión crónica. Al contrario, hasta diciembre pasado funcionaba con normalidad. El verdadero quiebre vino después. Desde la llegada de Javier Milei al poder, con su “plan motosierra” y su cruzada contra lo que él mismo llama “la casta”, se aceleró un deterioro feroz del mercado interno. En apenas siete meses de gobierno, el consumo cayó a niveles que no se veían desde la pandemia, mientras los costos se disparaban por efecto de la devaluación y los tarifazos.

En ese contexto, las fábricas como Mauro Sergio quedaron atrapadas entre el derrumbe de la demanda y el encarecimiento de sus insumos. Una ecuación inviable para cualquier pyme, por más historia y arraigo que tenga. El director de la compañía lo dijo sin vueltas: “Este no es un caso aislado. Hay muchas empresas al borde del cierre”. La advertencia es clara y debería retumbar en los pasillos del Ministerio de Economía. Pero no. Milei y su equipo celebran los números fríos del ajuste, sin mirar el costo humano que dejan a su paso.

La represión de la demanda, tan festejada por los fanáticos del déficit cero, tiene consecuencias concretas. Se traducen en fábricas apagadas, comercios vacíos, persianas que bajan y no vuelven a subir. En este caso, el golpe se siente en Villa Lugano, un barrio históricamente golpeado por la exclusión, donde la fábrica era una fuente clave de empleo. Pero mañana puede pasar en cualquier otro rincón del país. Porque lo de Mauro Sergio no es una excepción, es un patrón.

Y mientras el presidente se entretiene en conferencias internacionales jugando al “libertario ilustrado”, en el territorio real se multiplican las escenas de desesperanza. A los trabajadores despedidos no les alcanza el discurso de la “libertad”. Lo que necesitan es trabajo, salario digno y un Estado que los defienda. Pero el Estado está ausente. O peor: está alineado con los intereses del mercado concentrado que empuja este modelo de destrucción.

La fábrica de sweaters no solo pierde producción. Pierde también historia, identidad y pertenencia. La empresa fue fundada en 1963 y llegó a vestir a generaciones enteras de argentinos. Era sinónimo de industria nacional, de tejido artesanal, de calidad y diseño local. Hoy, se convierte en un ejemplo más del vaciamiento económico que se está profundizando día a día. Una postal oscura de un país que retrocede a velocidad de vértigo.

Lo más inquietante es la falta de horizonte. Sin medidas de protección al empleo, sin estímulos a la producción, sin crédito, sin política industrial, el futuro de las pymes luce completamente opaco. En la carta enviada a los trabajadores, la firma lo deja claro: “No vemos un repunte de la actividad en el corto plazo”. ¿Qué tipo de crecimiento puede esperarse cuando las empresas que subsisten desde hace décadas ya no pueden sostenerse?

Pero tal vez lo más violento no es el cierre en sí mismo, sino la naturalización del desastre. Cada semana se conocen nuevos despidos, nuevas empresas en crisis, nuevos sectores afectados por la recesión. Y sin embargo, la narrativa oficial insiste en que “todo va bien”, que “la inflación baja” y que “el país se encamina al superávit”. Un discurso desconectado de la realidad, donde los únicos números que importan son los de la macroeconomía, aunque estén manchados con el sufrimiento social.

La salida de 150 trabajadores de Mauro Sergio no es solo una noticia económica. Es una herida abierta. Un símbolo de lo que está ocurriendo en silencio, sin escándalo, sin épica. Una advertencia para todos los que aún creen que el ajuste es un camino hacia algo mejor. No hay mejora posible si lo que se sacrifica es el trabajo de quienes producen, tejen, venden y sostienen el entramado social todos los días.

Mientras el presidente sostiene que la economía debe “depurarse” y que “el que no es competitivo tiene que desaparecer”, el país pierde empresas, pierde empleos, y pierde dignidad. El cierre parcial de Mauro Sergio es solo una etapa más en ese proceso de demolición. Pero también es un llamado urgente a reaccionar, a comprender que detrás de cada índice, de cada cifra, hay historias de vida que no pueden ser borradas por decreto.

Porque cuando una fábrica cierra, no solo se apaga una línea de producción. Se apaga también una esperanza. Y eso, por más libertad de mercado que se proclame, es una tragedia que ningún país serio debería tolerar.

Fuente:
https://www.perfil.com/noticias/amp/economia/cierra-parte-de-la-historica-fabrica-de-sweaters-mauro-sergio-150-despidos-y-una-advertencia-para-toda-la-industria.phtml

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