Lumilagro bajo fuego libertario: ¿bajar precios o dinamitar empleos?

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Termos, libre mercado y un Gobierno que hierve de ideología: el tiro por la culata de Sturzenegger y Milei contra Lumilagro

La eliminación de aranceles a los termos expone el dogmatismo económico del oficialismo y revela una trastienda más compleja que el simple relato de “precios bajos para todos”.

Federico Sturzenegger lanzó una ofensiva pública contra Lumilagro para celebrar la apertura de las importaciones. Pero bajo la pirotecnia discursiva y el marketing libertario, asoman preguntas inquietantes: ¿es real el alivio al bolsillo? ¿Qué pasará con los empleos y con la industria nacional? Una historia que mezcla ideología, marketing político y la grieta que también atraviesa el mate.

Federico Sturzenegger, ministro de Desregulación y Transformación del Estado, irrumpió hace horas en la red social X —esa arena donde el Gobierno de Javier Milei combate sus propias guerras culturales y económicas— con una arenga tan efectista como punzante: “UNA HISTORIA QUE TE DEJARÁ MÁS FRÍO (O CALIENTE) QUE EL AGUA EN UN TERMO LUMILAGRO.” Con esa frase, digna de stand-up económico, el funcionario buscó catapultar la eliminación del arancel del 35% sobre los termos importados al podio de las épicas libertarias. Sin embargo, su relato, envalentonado y casi guionado para memes, deja al descubierto algo más profundo que el precio de un mate: el modo en que el Gobierno de Milei insiste en reducir la economía a un dogma, aunque la realidad se empeñe en complicarle el guion.

Para Sturzenegger, el caso es clarísimo. Tras 23 años de protección arancelaria, el Gobierno decidió liberar la importación de termos. Según su versión, la jugada promete “bajar los precios” y acabar con el privilegio de empresas nacionales como Lumilagro, la histórica marca argentina a la que acusó sin vueltas de haber sobrevivido gracias al amparo del Estado. Y para condimentar la historia, desempolvó un spot de campaña del año 2011 donde el dueño de la firma decía: “El problema no es competir, sino cómo competir.” Sturzenegger no tardó en usarlo como prueba irrefutable de la supuesta hipocresía del discurso kirchnerista que defendía un Estado presente mientras, a la vez, ponía trabas a la competencia extranjera.

A primera vista, suena lógico. ¿Por qué mantener protecciones que terminan encareciendo productos básicos? El ministro calculó que el precio mínimo de USD 15 para importar termos implicó, solo en 2023, un sobrecosto de cuatro millones de dólares para el consumidor argentino. Y extendiendo la cuenta a los 23 años de vigencia de esa política, el número se dispara a noventa millones de dólares. Cifras contundentes… si uno se detiene exclusivamente en la planilla Excel. Pero, como casi todo en la Argentina, la historia es más espesa que el mate cebado con yerba usada.

Sturzenegger sostiene que el régimen de protección “incentiva al empresario a sostener la ineficiencia”, porque esa misma ineficiencia es la excusa para seguir pidiendo protección estatal. Hasta ahí, el argumento suena a manual ortodoxo. Pero hay algo que el ministro prefiere no mencionar: la industria no es un fenómeno aislado, como si las máquinas produjeran termos solas. Detrás de cada termo Lumilagro, hay 129 trabajadores (eran 284 en 2011) cuyos empleos ahora cuelgan de un hilo. Y no solo eso: hay pymes proveedoras, industrias de insumos y una economía local que gira alrededor de esos talleres. La pregunta que el ministro evita con su euforia de redes es bien concreta: ¿qué pasa con esas familias si Lumilagro cierra o reduce más su planta? Porque, seamos honestos, nadie va a reconvertirse mágicamente de soplar vidrio para termos a programar inteligencia artificial de un día para el otro.

El mensaje libertario simplifica la cuestión hasta el absurdo: o estás del lado de la “libertad de mercado” o defendés “privilegios corporativos”. Pero la vida real es infinitamente menos maniquea. No se trata solo de “subsidiar a una empresa” como dice Sturzenegger, sino de discutir si una economía con casi un 50% de pobreza puede darse el lujo de arrasar con los pocos enclaves industriales que le quedan, sin tener un plan serio de reconversión productiva o protección social para los desplazados. Porque libertad es también poder elegir algo más que el desempleo.

Sturzenegger, en su raid tuitero, dispara otra pregunta supuestamente moral: “¿Quién tiene autoridad para obligar a una familia a sacar plata de su bolsillo, que necesita para salud o alimentos, para defender una empresa puntualmente?”. Planteo válido, sin duda. Pero incompleto. Porque la verdadera pregunta moral también es: ¿quién tiene autoridad para empujar a cientos de trabajadores a la calle en nombre de un dogma de “libertad”, mientras el Gobierno salva de impuestos a grandes fondos financieros o libera importaciones que, paradójicamente, benefician a marcas extranjeras premium como Stanley, cuyos termos suelen costar bastante más que los nacionales?

La narrativa del “Estado presente que oculta costos” es la muletilla preferida del mileísmo. En este caso, Sturzenegger la usó para demonizar la política industrial kirchnerista. Sin embargo, su propio relato deja grietas. Para empezar, aunque Lumilagro haya tenido protección arancelaria, la empresa no logró mantener ni su plantilla ni su competitividad. Eso revela, sí, problemas de gestión empresarial y de adaptación a los nuevos consumos —el propio ministro lo admite cuando explica que los termos de vidrio perdieron mercado frente a los de acero. Pero también evidencia que la protección estatal sola no garantiza innovación. Es una herramienta, no una solución mágica. El punto es si la alternativa que propone el mileísmo —abrir todo, sin anestesia— es mejor o si solo desata una avalancha de desempleo.

Porque, ojo, el relato oficialista presume que la apertura traerá termos más baratos y mayor variedad. Suena bien, sobre todo para bolsillos exhaustos. Pero el precio promedio de los termos importados en 2023 fue de USD 11,4. A dólar libre —y con impuestos internos, logística y márgenes comerciales— el resultado dista de ser un regalo. No es casual que Stanley siga siendo, en el país, un símbolo de lujo aspiracional. Hablar de “precios bajos para todos” roza el marketing engañoso cuando la inflación, el dólar inestable y los sueldos pulverizados conspiran para que hasta un termo se vuelva artículo de lujo.

Además, Sturzenegger elude un dato clave: el ahorro de cuatro millones de dólares para los consumidores en un año —si es que efectivamente se traduce en menores precios, algo por demostrar— no es ni una gota en el océano del drama inflacionario argentino. Esos 90 millones de dólares en 23 años que el ministro denuncia como “costo” equivalen a lo que el Estado malgasta en pocos días en intereses de deuda o en otros subsidios menos cuestionados. ¿No es curioso que el mileísmo grite contra la “inmoralidad” de subsidiar termos, pero no tenga empacho en dejar exentos de impuestos a grandes especuladores financieros?

En definitiva, el affaire del termo es más que un simple producto de góndola. Es la metáfora perfecta de la pelea ideológica que sacude a la Argentina. De un lado, el mileísmo, que proclama la libertad de mercado como única vía a la salvación, aunque la economía real se le derrita entre los dedos. Del otro, quienes —sin negar los excesos y deformaciones del proteccionismo— advierten que abrir de golpe la economía en un país débil, endeudado y con la mitad de su población en la pobreza puede terminar en un tsunami social.

Federico Sturzenegger, con su verborragia libertaria, pretende convencernos de que se trata de simples cuentas de almacén. Pero, en realidad, lo que está en juego es mucho más profundo. Es el debate sobre el modelo productivo que queremos: uno que apueste, aunque imperfecto, a sostener trabajo e industria local, o uno que deje que todo se lo lleve el viento del mercado global… y que, cuando las cuentas no cierren, nos deje, a los argentinos, más fríos que el agua de un termo abandonado.

Mientras tanto, entre mates y tweets, el gobierno de Javier Milei sigue jugando con fuego. Y los argentinos, una vez más, quedamos en el medio, cebando la esperanza de que alguna vez, de verdad, podamos elegir algo más que la lógica del ajuste o el desempleo. Aunque sea, para tomarnos un mate tranquilo.

Fuente:

  • https://www.infobae.com/economia/2025/06/27/sturzenegger-apunto-contra-lumilagro-tras-la-eliminacion-de-los-aranceles-a-la-importacion-de-termos/

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