El Gobierno de Javier Milei salió a festejar lo que no es más que un endeudamiento con condiciones leoninas. Se presentó como un éxito lo que, en el fondo, representa un alivio efímero logrado a fuerza de encajes forzados y tasas de interés que rozan lo absurdo. Se habla de un rollover del 114% de los vencimientos, pero la foto que se intenta mostrar como “tranquilidad” está maquillada con maniobras del Banco Central y con un costo para el país que será cada vez más pesado de cargar.
El oficialismo pretende hacer pasar por destreza financiera lo que no es más que la ratificación de una dependencia crónica de deuda que multiplica la fragilidad de la economía argentina.
El Tesoro logró refinanciar $7,7 billones de los $6,6 billones en vencimientos que habían quedado luego de un canje con el Banco Central. La matemática fría diría que se superó la prueba. Pero detrás de esa cifra hay un esquema de “palos y zanahorias” que desnuda la precariedad de la estrategia: los bancos fueron obligados a volcarse a los bonos tras la suba de encajes al récord del 53,5%, la cifra más alta en 32 años. Es decir, no hubo una apuesta genuina del mercado por los títulos del Tesoro, sino una imposición encubierta.
El Presidente celebró en redes con la sigla “TMAP” —Todo Marcha Acorde al Plan— como si se tratara de un triunfo deportivo. Lo que Milei omite, sin embargo, es que el plan consiste en pagar tasas de hasta el 75% anual, un rendimiento que triplica la inflación estimada por los privados en apenas 21%. En términos simples, el Gobierno está hipotecando el futuro con deuda carísima para mostrar aire de corto plazo.
Uno de los títulos más demandados fue el atado a la tasa mayorista (TAMAR) con un plus de 1,64% y vencimiento en enero de 2026. Otro, las Lecap a 30 días, se colocaron por $1,6 billones a cambio de una tasa efectiva del 75,66% anual. Se trata de cifras que parecen diseñadas para un casino financiero más que para una economía en crisis. Que el Gobierno festeje esas condiciones como si fueran prueba de solidez es, como mínimo, un ejercicio de autoengaño.
En el mercado hubo lecturas encontradas. Un banco extranjero, acaso con cierta benevolencia, señaló que fue “una buena licitación”. Pero desde los bancos locales la lectura fue lapidaria: “Les gusta mentirse al solitario, fue por la suba de encajes: de los $7 billones, $4 billones son de los bancos, somos nosotros en las buenas y en las malas”. En otras palabras, los supuestos logros financieros no fueron producto de confianza, sino de coerción.
El trasfondo político tampoco es inocente. Con esta operación, el Gobierno logró despejar sobresaltos hasta después de las elecciones bonaerenses del 7 de septiembre. La próxima subasta será el 10, cuando los comicios ya hayan pasado. En septiembre vencen $23,5 billones y en octubre otros $18,4 billones. El desafío inmediato será repetir la jugada y mantener un esquema de tasas insoportables que enfría la economía y multiplica los intereses de deuda. Pero mientras tanto, Milei gana tiempo, y el costo lo pagarán más adelante los mismos de siempre: la sociedad argentina.
El contexto de la operación desnuda la debilidad estructural. La última licitación del 13 de agosto había sido un fiasco: convalidaron tasas del 70% y aun así solo lograron renovar el 60% de la deuda. El Banco Central tuvo que salir a salvar la situación con licitaciones extraordinarias. Para evitar otro papelón, el Gobierno forzó a los bancos a entrar con la suba de encajes. De ese modo, la historia se presenta como “respiro”, cuando en realidad lo que hay es respiración artificial.
El apretón monetario es brutal. El equipo de Caputo se obsesiona con sacar pesos de circulación para que no se vayan al dólar. Juegan con la economía como si fuera una canilla: abrir y cerrar, estrangular o liberar. El problema es que este mecanismo no es gratis. A cada vuelta de rosca, la economía real se enfría un poco más, la actividad se resiente y la deuda se vuelve más pesada. Y aun así, el Gobierno sale a festejar como si hubiese encontrado la fórmula mágica de la estabilidad.
La ironía es evidente. Lo que se vende como orden y planificación es, en rigor, una estrategia de emergencia, sostenida con parches y costos exorbitantes. Lo que se exhibe como control es apenas la postergación de una crisis que sigue intacta en el horizonte. El oficialismo celebra como triunfo lo que no es más que el “alivio del ahorcado”: respirar unos segundos más mientras la soga se ajusta.
Que Milei festeje endeudarse a tasas impagables no debería sorprender. Forma parte de la narrativa que intenta instalar: cualquier cosa, incluso la más precaria, puede ser presentada como victoria si se la viste con un eslogan. Pero la realidad no entiende de siglas ni de marketing digital. La realidad es que la deuda se multiplica, los bancos son obligados a sostener al Tesoro y la economía se enfría bajo el peso de un ajuste que no da tregua.
Lejos de un triunfo, lo que ocurrió esta semana es una señal de alarma. Si el único modo de refinanciar vencimientos es triplicar la inflación en intereses y obligar a los bancos a entrar, entonces no hay confianza, no hay inversión y no hay futuro. Hay apenas un gobierno que festeja endeudarse, como si hipotecar el mañana fuese motivo de orgullo.
Fuente: https://www.clarin.com/economia/gobierno-logro-renovar-pagos-deuda-pesos-tasas-75-suba-encajes_0_rs4qI6V8NB.html






















Deja una respuesta