Libros prohibidos: el regreso de la inquisición cultural en nombre de la “protección” en EEUU y Argentina

Censura en bibliotecas y escuelas, purgas ideológicas, persecución de autoras mujeres: EE. UU. y Argentina comparten una tendencia creciente que amenaza la libertad intelectual bajo discursos de “moral” y “resguardo de la infancia”.

Mientras que en Estados Unidos más de 4.000 libros fueron prohibidos en un solo ciclo lectivo, en Argentina la vicepresidenta Victoria Villarruel impulsa una narrativa que acusa a docentes y autores de “sexualizar a los niños”. El patrón es global, y el trasfondo, profundamente político: censura, misoginia y conservadurismo disfrazados de protección.

La censura de libros no es nueva, pero su actual recrudecimiento en países con tradiciones democráticas consolidadas genera alarma. Un informe de la televisión pública alemana DW revela cómo Estados Unidos y Argentina están viviendo una nueva oleada de prohibiciones literarias, impulsadas no por dictaduras militares ni regímenes teocráticos, sino por sectores civiles organizados, respaldados por discursos políticos ultraconservadores. La excusa es la protección de la infancia; el resultado, una peligrosa regresión en términos de derechos, libertad de expresión y diversidad cultural.

En Estados Unidos, más de 4.000 títulos fueron prohibidos en un solo ciclo escolar. No se trata de obras inéditas ni marginales, sino de libros que marcaron generaciones: Llámame por tu nombre, Las ventajas de ser invisible, El cuento de la criada, e incluso la Biblia. Sí, hasta la Biblia ha sido retirada de bibliotecas escolares por su “contenido sexual”. La práctica consiste en eliminar estos textos del acceso público juvenil: no se impide su publicación, pero se borra su presencia de las escuelas y bibliotecas públicas, silenciando su influencia formativa en generaciones enteras.

El mecanismo es sencillo, pero efectivo. Padres o docentes presentan quejas ante autoridades escolares; luego, comités compuestos por bibliotecarios, maestros y padres evalúan si el material es ofensivo. En estados como Florida, Texas o Iowa, el resultado suele ser la proscripción. Detrás de estas acciones se encuentra un grupo cada vez más influyente: Madres por la libertad, una organización conservadora que actúa como brazo cultural del neoconservadurismo estadounidense, reclamando pureza moral en los contenidos educativos mientras se erige como guardiana del pensamiento único.

El caso del libro Género queer: una autobiografía es paradigmático. Retirado de bibliotecas por presuntas “imágenes de pedofilia”, en realidad se trataba de una ilustración de una escena sexual tomada de cerámica griega antigua. El argumento de la “pornografía” se impone con ligereza, sin sustento artístico, histórico ni pedagógico, guiado por la intolerancia hacia obras que abordan temas de identidad, salud mental, género y sexualidad desde una perspectiva crítica.

La autora Ellen Hopkins, cuyas novelas para jóvenes se encuentran entre las más prohibidas, lo explica con claridad en el informe de DW: “Los adolescentes tienen sexo, o piensan en ello. Si podemos darles herramientas para pensar sobre eso de una forma más amplia, más reflexiva, mejor”. Pero no se trata solo de sexo: detrás de la ofensiva hay un intento sistemático de vaciar de contenido crítico la educación. “Es una censura moral disfrazada de protección”, advierte Hopkins, y acierta. No hay protección alguna cuando se mutila el pensamiento.

Argentina no es ajena a esta tendencia. Con un gobierno nacional que se proclama “anticasta” pero legisla en función de los intereses del conservadurismo más recalcitrante, el país ha comenzado a replicar esta práctica de censura institucional. Recientemente, cuatro libros fueron retirados de escuelas tras denuncias de padres que los consideraban “pornográficos”. Entre ellos, Cometierra, obra de una autora argentina que narra la historia de una adolescente que descubre, a través de dones místicos, que su madre fue víctima de feminicidio.

Es revelador que los libros retirados en Argentina hayan sido todos escritos por mujeres. La narrativa del oficialismo, encabezada en este caso por la vicepresidenta Victoria Villarruel, no oculta su desprecio por estas obras. “Dejen de sexualizar a nuestros chicos”, escribió en redes sociales, y agregó: “Respeten la inocencia de los niños”. Pero ¿qué significa respetar la infancia? ¿Negarle el acceso a obras que abordan temas como el abuso, el género, la desigualdad, la violencia patriarcal?

La hipocresía es flagrante. En un contexto donde el gobierno de Javier Milei recorta brutalmente presupuestos para educación pública, ciencia y cultura, el verdadero atropello a la infancia es condenar a los jóvenes a una ignorancia sistemática. Eliminar libros que estimulan el pensamiento crítico, el debate y la empatía no protege a nadie: adoctrina en la pasividad, forma autómatas, normaliza la censura como mecanismo de control social.

La historia es clara al respecto. La censura de libros ha sido siempre prerrogativa de dictaduras, inquisiciones religiosas o regímenes autoritarios. Prohibir lo que incomoda, lo que cuestiona, lo que pone en tela de juicio las estructuras de poder, es un acto político. Y en este caso, profundamente ideológico. En nombre de una moral supuestamente universal, se está eliminando de las aulas y las bibliotecas la posibilidad de discutir temas urgentes para los jóvenes: su identidad, su cuerpo, su libertad.

Lo que ocurre en ambos países no puede entenderse como un fenómeno aislado. Es parte de una ofensiva más amplia contra el pensamiento diverso. En Estados Unidos, el hashtag #ReadBannedBooks (lee libros prohibidos) se ha convertido en una forma de resistencia cultural, impulsado por jóvenes que denuncian esta ola de censura. En Argentina, sin embargo, el poder político parece estar alineado con la supresión del disenso, mientras acusa a la docencia y a la literatura feminista de pervertir mentes inocentes.

La pregunta no es si estos libros son “aptos” o “ofensivos”. La pregunta es por qué se teme tanto a que los jóvenes piensen, lean, discutan. ¿Qué tipo de ciudadanía pretende formar un gobierno que decide, de manera unilateral, qué puede o no puede leer un adolescente? ¿Qué país se construye cuando se impone el silencio como forma de protección?

La censura siempre ha existido, dice el informe de DW. Pero en esta nueva versión, más sutil y más cínica, se presenta como acto de amor, como resguardo moral. Y ahí radica su peligro. Porque cuando la censura se disfraza de virtud, cuando se prohíben libros en nombre de la libertad, lo que se está prohibiendo no es una obra, sino la posibilidad misma del pensamiento.

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