A simple vista, una historieta de ciencia ficción y una revolución fundacional parecen no tener nada en común. Sin embargo, si afinamos la mirada, aparecen puntos de contacto simbólicos, políticos y culturales que revelan un hilo rojo entre la obra de Oesterheld y el grito de libertad de 1810.
En la tradición argentina hay relatos que, más allá de su género o su época, marcan coordenadas éticas y políticas profundas. El Eternauta, la emblemática historieta de Héctor Germán Oesterheld publicada por primera vez en 1957, es uno de esos relatos. La Revolución de Mayo de 1810, también. Separados por siglo y medio, por formatos y contextos, ambos acontecimientos narran lo mismo desde diferentes ángulos: la lucha por la soberanía, la organización popular frente al poder opresor y la construcción colectiva de un destino emancipador.
La organización colectiva frente a la opresión
La fuerza del Eternauta reside en la comunidad. Juan Salvo no es un superhéroe solitario: es parte de un grupo que resiste una invasión alienígena letal, en medio de una nevada mortal que cubre Buenos Aires. La clave no está en el individuo, sino en la acción organizada del barrio, la familia, los amigos. En palabras del propio Oesterheld: “El verdadero héroe colectivo es el pueblo”.
De manera análoga, la Revolución de Mayo fue posible por la organización de sectores criollos, militares, comerciantes y vecinos que, con diferencias internas, decidieron desobedecer al poder colonial. El Cabildo Abierto del 22 de mayo es el emblema de esa acción colectiva que abre paso a una nueva etapa histórica.
La organización popular no es una opción, sino la condición de posibilidad de la emancipación.
El enemigo invisible y el poder extranjero
Uno de los hallazgos más potentes de El Eternauta es su representación del enemigo: los verdaderos invasores no se ven. Los «cascarudos» y los «manos» son solo peones. El poder real son «Ellos», una entidad abstracta que maneja los hilos desde las sombras. Es una alusión directa al imperialismo y al poder económico concentrado, ese que nunca se expone pero determina el destino de los pueblos.
En la Revolución de Mayo, también hay un poder que no se ve: el del Imperio español. El virrey Cisneros es apenas la cara visible de una maquinaria de dominación colonial que opera desde el otro lado del océano. La ruptura con esa lógica de dependencia no fue sólo política: fue simbólica y estructural.
El enemigo es el poder extranjerizante que niega la autodeterminación y actúa por interpósitos.
La narración como trinchera de la memoria
El Eternauta es una historia dentro de una historia: Juan Salvo se aparece a Oesterheld para contarle lo ocurrido. El recurso del «viaje en el tiempo» permite testimoniar, advertir, dejar huella. Es una forma de memoria activa que busca que el horror no se repita. En la Argentina de las dictaduras y el neoliberalismo, esta lectura cobra fuerza: narrar es resistir.
La Revolución de Mayo también es, desde entonces, un campo de disputa narrativa. ¿Qué se celebra el 25 de mayo? ¿Una revolución liberal? ¿Una insurrección popular? ¿Una transición pactada? La historia se reescribe en cada generación, y contarla desde abajo es una forma de soberanía.
Contar la historia es disputar el sentido del presente.
El tiempo como espiral de lucha
El tiempo en El Eternauta no es lineal. Juan Salvo queda atrapado en una espiral temporal que lo hace aparecer una y otra vez en distintos momentos de la historia, intentando cambiarla, resistiendo eternamente. Es la imagen de una lucha que nunca termina.
Algo similar sucede con la Revolución de Mayo: lejos de ser un hecho cerrado, se vuelve emblema de todas las luchas por la independencia real. Cada etapa histórica argentina ha tenido su «nuevo 25 de mayo»: 1945, 1973, 2001. En cada una, el pueblo volvió a irrumpir para disputar su lugar en la historia.
La historia no avanza en línea recta, sino en espiral. Y cada generación debe dar su propia batalla.
El sujeto popular como verdadero protagonista
Juan Salvo no es un héroe con capa. Es un técnico, un vecino, un padre. Es un hombre común enfrentado a lo extraordinario. Esa es la gran apuesta de Oesterheld: dignificar al sujeto popular, mostrar que la resistencia nace de abajo.
En la historia oficial de la Revolución de Mayo predominan los apellidos ilustres. Pero la historia social ha revelado que fueron las clases subalternas, los negros esclavizados, las mujeres, los artesanos y soldados quienes sostuvieron el proceso revolucionario.
El héroe no es el prócer, es el pueblo que resiste.
Del Eternauta al eterno presente
El Eternauta y la Revolución de Mayo son dos relatos que nos convocan desde el pasado para pensar el presente. Nos dicen que el poder se combate con organización, que la historia es una trinchera de sentido, y que el protagonismo popular es la condición de cualquier emancipación.
Hoy, en un país donde nuevamente se disputan la soberanía, la justicia social y la memoria, recordar estos relatos no es un ejercicio nostálgico: es una forma de acción.
Como en 1810 y como en la nevada mortal del Eternauta, la libertad no llega sola: se conquista con organización, coraje y memoria.
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