El nuevo embajador de Estados Unidos en Argentina desembarca con un mensaje inquietante: vigilar a las provincias, combatir la influencia de China y respaldar el plan económico de Milei. Detrás del discurso diplomático, se esconde una avanzada geopolítica cargada de condicionamientos.
En tiempos donde la soberanía nacional tambalea frente a la motosierra del ajuste, Peter Lamelas aterriza como el embajador que no solo representará a los Estados Unidos en Argentina, sino que asumirá el rol de fiscalizador político del país. Su promesa de “vigilar provincias”, alinearse sin fisuras con la agenda de Javier Milei y confrontar a China, revela un escenario de subordinación colonial disfrazado de cooperación.
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Peter Lamelas, el flamante embajador de Estados Unidos en Argentina, llegó con una agenda clara y sin disimulos: custodiar los intereses de Washington, sostener a Javier Milei en el poder y contener la avanzada china en territorio nacional. Lo dijo sin rodeos durante su confirmación ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense: “Estados Unidos debe estar presente en las provincias argentinas para contrarrestar la influencia de China y Rusia”. No fue un error de traducción ni un exceso de entusiasmo diplomático. Fue un mensaje directo, de esos que trazan líneas rojas.
Con su experiencia en inteligencia, contraterrorismo y seguridad regional, Lamelas no es precisamente un diplomático de carrera sino un operador político del Departamento de Estado, con formación en asuntos latinoamericanos y pasos por Afganistán, Colombia y Venezuela. Llega con el traje de embajador, pero con una mochila cargada de estrategias de control e injerencia.
La elección de Lamelas no es menor. Tiene raíces cubanas y dominicanas, pero lo suyo no es la diplomacia cultural, sino la acción geopolítica. En cada intervención dejó claro que Estados Unidos no piensa ceder ni un centímetro de influencia en su histórico “patio trasero”. El plan es concreto: vigilar, condicionar, operar. La novedad es que ahora la vigilancia no se disfraza, se enuncia sin tapujos.
El término “vigilar provincias” no puede ni debe pasar inadvertido. ¿Qué significa exactamente que un embajador extranjero diga que va a monitorear el accionar político, económico y comercial de las provincias argentinas? ¿Desde cuándo un diplomático tiene potestad para fiscalizar territorios internos de un país soberano? Lo que Lamelas propone es, ni más ni menos, una forma de neocolonialismo 2.0: controlar desde adentro y a plena luz del día.
En su exposición ante el Senado, Lamelas reconoció que la Argentina “es clave” para los intereses estratégicos de Estados Unidos en el Cono Sur. No por sus paisajes ni por la retórica democrática, sino por los recursos naturales, las reservas energéticas, el litio y el posicionamiento geopolítico del país en la disputa global entre potencias. En ese tablero, Milei es funcional: vende soberanía con la excusa de la eficiencia, abre mercados sin control y destruye regulaciones que antes protegían al Estado.
El embajador no escatima elogios para el presidente libertario. Afirma que lo respaldará en sus reformas estructurales, su inserción en la economía global y su lucha contra “los enemigos de la libertad”. Esa retórica, reciclada del manual de guerra fría, legitima el discurso beligerante del gobierno argentino, que ataca a universidades, sindicatos, organismos públicos y medios críticos bajo el pretexto de combatir al “colectivismo empobrecedor”.
Pero no todo es ideología: hay negocios concretos detrás de la hermandad Milei–Estados Unidos. Lamelas lo dejó entrever: impulsará inversiones en energía, infraestructura y minería, sectores que Milei viene desregulando a ritmo frenético. En especial, se mencionó el litio, un recurso codiciado por las grandes potencias, donde China ya pisa fuerte en provincias como Catamarca, Salta y Jujuy. De ahí la obsesión por “vigilar provincias”. No se trata de vigilar por vigilar. Se trata de seguir el rastro del litio, del gas, de la soberanía energética, de todo lo que pueda transformarse en ganancia para el capital extranjero.
El embajador también se mostró preocupado por la expansión de la tecnología china, en particular Huawei, en las redes de comunicación argentinas. Dijo que “trabajará para promover tecnologías confiables” —léase norteamericanas—, sin disimular el objetivo de limitar el acceso de Beijing a la infraestructura crítica del país. De nuevo, no se trata de proteger la ciberseguridad ni de elevar estándares, sino de asegurar que el canal de datos, dinero y poder siga pasando por Washington.
En paralelo, Lamelas confirmó que mantendrá su mirada atenta sobre Venezuela, Nicaragua y Cuba, y que espera que Argentina acompañe a Estados Unidos en su política hacia esos países. Esto supone, en la práctica, un condicionamiento diplomático: si Argentina quiere seguir recibiendo inversiones, apoyo financiero y guiños de la Casa Blanca, deberá comportarse como un socio obediente y alineado.
Lo más grave no es que Lamelas lo diga. Lo más grave es que el gobierno argentino lo acepte. Que celebre esa vigilancia como si fuera un gesto de respeto. Que confunda subordinación con cooperación. Que entregue recursos, decisiones y hasta territorio simbólico en nombre de un supuesto progreso que solo beneficiará a los mismos de siempre: las grandes corporaciones extranjeras y los sectores concentrados de poder.
En este escenario, el rol del nuevo embajador no es solo diplomático. Es político, económico y, sobre todo, estratégico. Lamelas no viene a representar. Viene a operar. A condicionar. A consolidar la dependencia. Viene con la excusa de combatir el autoritarismo regional, pero legitima el autoritarismo doméstico de un presidente que desprecia la democracia cuando no lo aplaude.
El mensaje es claro: si Milei está dispuesto a desguazar al Estado, abrir la economía como un campo de saqueo y entregar soberanía a cambio de un poco de respaldo internacional, entonces contará con el aval del Tío Sam. Pero si alguna provincia osa pactar con China, proteger sus recursos o simplemente pensar distinto, entonces ahí estará Lamelas para “vigilar”, “monitorear” o, mejor dicho, presionar.
Peter Lamelas no llega solo. Llega con el peso de una historia larga de intervenciones norteamericanas en América Latina. Llega con la certeza de que Javier Milei es su caballo de Troya. Y llega con la impunidad de quien sabe que, hoy por hoy, el gobierno argentino está más preocupado por agradar a Washington que por defender los intereses de su pueblo.
La pregunta que queda flotando es sencilla y brutal: ¿cuánto más estamos dispuestos a entregar antes de llamar a las cosas por su nombre?
Fuente:
https://www.pagina12.com.ar/843984-peter-lamelas-el-embajador-norteamericano-que-promete-vigila
























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