Máximo Kirchner en la mira: la resistencia peronista frente al ajuste y la proscripción. El presidente del PJ bonaerense denuncia un ataque deliberado al peronismo y advierte sobre las consecuencias del modelo de Javier Milei, al tiempo que asume la complejidad que atraviesa el espacio nacional y popular.
Desde el epicentro de La Cámpora, Máximo Kirchner encabeza un fuerte contra‑ataque político. Con gestos vehementes y un mensaje cargado de emoción, el líder bonaerense advirtió que Cristina Kirchner es el verdadero blanco de un poder económico que la persigue por su independencia y por encarnar un proyecto nacional y popular. En tiempos de ajuste, ajustes del alma y del bolsillo, su voz emerge como una advertencia crítica al gobierno de Milei y su deriva autoritaria.
Hay una idea que atraviesa toda la intervención de Máximo Kirchner: el verdadero blanco del poder es el peronismo o todo lo que huela a nacional y popular. Esa frase no es una metáfora vacía, sino más bien una señal de alarma ante una avanzada que, según su mirada, no solo busca desgastar a Cristina, sino eliminar de un plumazo cualquier proyecto que desafíe el supuesto modelo “independiente”.
La reciente resolución de la Corte Suprema, que confirmó la condena contra Cristina Kirchner y la inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, fue leída por Máximo como una expresión política de un poder que le tiene miedo a ella porque es una mujer, sin jefes, independiente y que además gestiona eficientemente. Una carga emocional que demuestra el fondo de esa denuncia: aquí no se está jugando una pulseada legal, sino una batalla por el sentido mismo de la democracia y la autonomía en Argentina.
En ese marco, el líder de La Cámpora no dudó en poner sobre la mesa la tensión entre dos modelos antagónicos. Por un lado, un ajuste brutal del bolsillo difundido por Javier Milei bajo la bandera de la “libertad económica”. Por otro, la cristalización de un proyecto nacional y popular, con rostro femenino, y cuestionado de raíz por ese mismo modelo que vuelve a poner los privilegios de unos pocos por encima de la mayoría.
Emoción y desafío
Dice Máximo que la foto no es una casualidad, sino una reacción del pueblo que estaba cansado del abuso. Ese recuerdo de diciembre 2001, cuando las calles ardían de furia y de reclamo social, surge como advertencia: el ajuste y la represión no solo rompen economías, sino también pactos sociales. Y cuando se dañan las bases, a veces creen que el pueblo está quebrado en su autoestima, añade, con una mezcla de rabia y esperanza.
La efectividad de Cristina como gestora, citada por Máximo, no es casual. En sus palabras late un orgullo populista, pero también un reclamo: el ajuste no arranca balances, empieza por la dignidad de la gente. El recorte, en este caso, no se mide en pesos sino en autodeterminación. Y si el ajuste de Milei se presenta como “liberación”, para ellos sería una expropiación de soberanía y derechos conquistados.
Crítica incisiva al modelo libertario
En el discurso de Máximo Kirchner hay una frase demoledora: los grandes ganadores de la era Milei no son los argentinos de a pie, sino los grupos concentrados. Cita el caso del Grupo Clarín, que sumó empresas clave como Telefónica y la ex EnTel. No es simplemente una afirmación económica; es una declaración política: lo que se viene es concentración de riqueza, precarización y un retorno del poder oligárquico.
Es ese mismo poder, advierte Máximo, el que usó los resortes jurídicos —tres señores, en alusión a los ministros de la Corte— para proscribir no solo candidaturas, sino modelos posibles. El relato peronista ya no se encarna en la idea del descamisado derrotado por fuerzas externas: aquí, la pulseada es por el derecho a competir, a existir políticamente.
Reconocer la incertidumbre
Pero no todo es luminoso. Máximo no es ingenuo: acepta que en este escenario la supresión ya no se detiene en candidaturas políticas. No es un simple caso de ficha limpia o candidaturas rebotadas: se trata de una supresión que va al hueso del poder político institucional. Ese matiz es esencial: no estamos frente a una reforma táctica, sino a una operación estratégica con repercusiones democráticas profundas.
Y en esa línea, si bien el peronismo puede presentar resistencia, también debe sortear internas, crisis de representación y una fatiga social que atraviesa el electorado. El desgaste no es sólo culpa del ajuste, sino que también atraviesa a un sistema político que no da respuestas en serio.
¿Qué viene?
Máximo Kirchner no esquiva ninguno de estos interrogantes. Denuncia, advierte, emociona, y al mismo tiempo convoca. No ofrece una hoja de ruta, al menos no en público. Pero sí plantea la urgencia: resistencia masiva, denuncia judicial-política y un restablecimiento de la dignidad de ser argentinos, en oposición a un modelo que en su mirada la pretende tricoteada.
Por eso, el desenlace no depende solo del poder judicial o del gobierno de Milei. Depende también de la efectividad comunicacional del peronismo, de su capacidad para articular respuestas concretas en salud, empleo, soberanía. El ajuste libertario no concede tregua: desmantela y concentra. Y la reacción, sostiene Máximo, debe ser a la misma escala: organizada, colectiva y firme.
Máximo Kirchner puso el tablero en su lugar: lo que está en juego no es solo una elección, sino la continuidad de un proyecto nacional y popular. Con vehemencia emocional, critica el modelo de Javier Milei como una avanzada económica y jurídica, denunciando la proscripción de Cristina como parte de una operación mayor. Pero más allá del enojo, hay una propuesta implícita: resistencia activa, política y social. La duda ahora es si esa respuesta será a la altura del desafío o si el ajuste minará los cimientos del consenso democrático.
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