El banderazo fantasma: fracaso opositor y respaldo contundente a Riquelme en Boca. Una convocatoria promovida por sectores minoritarios para exigir la renuncia de Juan Román Riquelme terminó en un papelón: no fue nadie. Mientras tanto, el presidente del club recibe cada vez más muestras de apoyo. ¿Campaña política orquestada o desesperación de una dirigencia desplazada?
La fallida movilización para exigir la salida de Riquelme expuso la fragilidad de una oposición sin respaldo real, en un contexto donde el oficialismo de Boca Juniors se fortalece con gestos de unidad y apoyo genuino de los hinchas. Una escena patética que dice más de la grieta política que del fútbol.
Lo que ocurrió en las inmediaciones de la Bombonera fue más que una anécdota ridícula: fue la postal exacta de una jugada política fallida, de una operación sin sustento que terminó convertida en un verdadero papelón. Un grupo minúsculo de hinchas, alentado por cuentas anónimas en redes sociales, convocó a un banderazo para pedir la renuncia del actual presidente de Boca Juniors, Juan Román Riquelme. ¿El resultado? La nada misma. Literalmente nadie acudió al llamado. La plaza de la República de La Boca, que alguna vez fue testigo de grandes celebraciones, se encontró desierta, salvo por algún que otro curioso o turista desorientado. Ni bombos, ni banderas, ni consignas. Solo el silencio incómodo de un intento de protesta que murió antes de nacer.
Lo que llama poderosamente la atención no es solo el fracaso logístico de la convocatoria, sino la intencionalidad política que late por debajo de este tipo de movidas. No se trató simplemente de hinchas descontentos, sino de una operación que pretendía instalar una imagen de crisis dirigencial que no existe, al menos no con la magnitud que algunos quisieran. Desde las sombras, ciertos sectores vinculados al macrismo, aún dolidos por la derrota electoral en las elecciones del club, apuestan a generar una percepción de debilidad institucional que se cae a pedazos cuando se la confronta con la realidad.
Y la realidad es que el socio de Boca, el hincha de a pie, el que sufre y celebra con la camiseta puesta, no está en contra de Riquelme. Muy por el contrario, lo respalda. Lo acompaña. Lo entiende como parte de una identidad, de un proyecto que va más allá de los resultados futbolísticos. Porque aunque Boca no atraviesa su mejor momento deportivo, la conducción de Román ofrece algo que en tiempos de cinismo y negocios turbios parece revolucionario: honestidad. El hincha no es tonto. Puede discutir esquemas tácticos o decisiones puntuales, pero no se deja manipular por campañas sucias ni por quienes perdieron el poder y hoy quieren recuperarlo a cualquier precio.
El espectáculo vacío de este banderazo no solo dejó en evidencia la falta de representatividad de la oposición interna, sino también su desconexión con las verdaderas demandas de los socios. Mientras ellos insisten en instalar caos, el club avanza. El predio de Ezeiza funciona como una cantera inagotable de talento, la vida social del club se encuentra más activa que nunca y la gestión financiera, aún con los vaivenes económicos del país, se mantiene sólida. Pero claro, nada de eso interesa a los sectores que solo entienden el poder como negocio. Lo suyo no es la pasión sino la transacción.
Es imposible no ver paralelismos con lo que sucede en el país. Así como Javier Milei intenta vender una épica de transformación mientras empobrece a millones, ciertos actores en Boca intentan instalar una crisis institucional para legitimar su retorno. Es la misma lógica: construir un enemigo, desgastarlo simbólicamente y, si es posible, derrocarlo antes de tiempo. Pero tanto en la política nacional como en la política deportiva, los pueblos —y los hinchas— ya no comen vidrio tan fácil. El tiempo del marketing como único argumento empieza a chocar contra la pared del sentido común.
Y mientras el llamado al banderazo se desvanecía en el aire, del otro lado se multiplicaban las muestras de apoyo a Riquelme. En redes sociales, en los barrios, en cada charla de café entre bosteros. Lejos de erosionar su figura, la intentona fallida la fortaleció. Porque los gestos importan. Y cuando alguien intenta derrocar a un dirigente elegido democráticamente, sin más argumentos que el odio o la frustración personal, la reacción natural de las mayorías es cerrar filas. Defender lo propio. Respaldar a quien, con errores y aciertos, representa un modelo distinto al de los que usaron el club como trampolín político o como caja.
Ni la AFA, ni los medios hegemónicos, ni los trolls de Twitter lograron mover un centímetro la aguja de la opinión pública boquense. Porque el socio está cansado de las operaciones, de las novelas berretas que algunos arman para intentar instalar un clima que solo existe en sus delirios de escritorio. En cambio, la calle dice otra cosa. Y en el fútbol, como en la vida, la calle manda.
No caben dudas: este banderazo, o lo que haya querido ser, terminó siendo una jugada desesperada y torpe. El mensaje fue claro, directo y brutal: el hincha de Boca no se presta a operaciones truchas. El respaldo a Riquelme está intacto. Y aunque algunos esperaban una revuelta simbólica para alimentar sus discursos, lo único que lograron fue una foto del fracaso. Una más.
En definitiva, lo que se vivió fue una pequeña pero contundente lección de política popular. Una que muchos deberían tomar nota, empezando por quienes creen que con trolls y operaciones pueden torcer voluntades. En Boca, como en el país, la calle tiene memoria. Y no perdona a los traidores ni a los oportunistas.




















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