A sus 12 años, Ian Moche decidió enfrentar judicialmente al presidente Javier Milei por hostigamiento. Su madre, Marlene Spesso, relata la historia detrás de una valentía que interpela al poder y expone el abandono estatal hacia las infancias neurodivergentes. Mientras el Gobierno nacional promueve recortes y desprecio hacia las personas con discapacidad, un niño autista se convirtió en símbolo de dignidad y resistencia. La denuncia de Ian, respaldada por la lectura de la Constitución y la Convención de los Derechos del Niño, pone en jaque la impunidad del discurso presidencial.
Un presidente de la Nación replicando con cinismo un ataque digital hacia un niño con autismo no debería ser considerado un hecho menor. Mucho menos cuando ese presidente se llama Javier Milei, y la víctima se llama Ian Moche. Lo que parecía un mero retweet —uno más en el aluvión de provocaciones diarias del mandatario— terminó desatando una denuncia penal. Pero no cualquier denuncia: la decisión fue tomada por el propio Ian, un chico de 12 años que decidió estudiar la Constitución, la Convención Internacional de los Derechos del Niño, y enfrentar, cara a cara, al máximo poder del país.
La entrevista concedida por Marlene Spesso, madre de Ian, al programa Sin Corbata de AM 990 Radio Splendid, no fue simplemente un relato familiar. Fue una pieza cruda y conmovedora sobre cómo el Estado, lejos de proteger, acorrala. Spesso explica con dolor, pero también con firmeza, cómo su hijo, al advertir que el presidente no retiraba una publicación ofensiva en la red social X (antes Twitter), tomó la decisión de iniciar acciones legales. Lo hizo con conciencia, no por impulso. “Se leyó la Constitución, leyó los derechos, y decidió hacer la demanda”, repite su madre, con una mezcla de orgullo y desolación.
La narrativa del “error involuntario” o del simple “me gusta automático” no resistió el paso de los días. Lejos de borrar el posteo, Milei lo mantuvo y, como es habitual, lo alimentó con su ejército digital de trolls. A partir de allí, la familia Moche sufrió lo que muchos activistas y periodistas conocen bien: campañas coordinadas de odio, hostigamiento online, y exposición de datos personales. “Publicaron la foto de nuestra casa, del colegio de Ian. Fue una operación violenta”, denunció Marlene, recordando que, mientras el presidente juega a ser un mártir digital, hay consecuencias reales que golpean a la vida de una familia común.
Pero este caso es mucho más que un intercambio tuitero. Ian representa a miles de niños con discapacidad que ven cómo el Estado argentino desmantela sus derechos adquiridos. Su madre lo explica sin eufemismos: “La emergencia en discapacidad siempre existió, pero ahora está al límite. Hoy no hay transporte, no hay terapias, no hay profesionales. Suspendieron los talleres, los centros de día. No hay respuestas”. El ajuste no es una consigna: es una bomba de tiempo que estalla en los cuerpos y mentes de quienes necesitan contención.
En medio de ese contexto, Spesso también puso en evidencia el cinismo de algunas políticas oficiales. “Cuando pregunté por qué se quitaban las pensiones por discapacidad, me dijeron que si tenías un hijo con discapacidad era problema de la familia, no del Estado.” La frase no es una licencia literaria: fue dicha por un funcionario cercano al presidente. La lógica liberal más cruel aplicada a la infancia más vulnerable. Una crueldad sin matices.
Y sin embargo, la historia también tiene un componente profundamente humano. Marlene detalla cómo debieron adaptar su casa a las necesidades de Ian: luces tenues, una sala de autorregulación, rutinas específicas. “El autismo no se ve. Es una discapacidad invisible. Pero está. Y transforma la vida de toda la familia.” Las decisiones cotidianas —no ir al cine, evitar reuniones familiares, planificar cada salida— hablan de una vida donde el cuidado lo es todo. Donde la frustración o el estrés pueden convertirse en crisis si no se anticipan con sensibilidad y preparación.
La valentía de Ian no es sólo jurídica. Es política en el sentido más noble del término. Es un acto de resistencia frente a un modelo de país que niega lo colectivo, que privatiza la empatía, que convierte la desprotección en bandera de campaña. Mientras Milei se victimiza frente a periodistas o adversarios políticos, no tiene reparos en escupir odio sobre un chico de 12 años. En esa asimetría brutal, la denuncia de Ian no es sólo válida: es urgente.
Resulta paradójico que quien más se jacta de amar la libertad, no tolere que un niño le exprese una diferencia. La libertad de expresión, tan manoseada por el discurso libertario, termina en la cloaca del algoritmo cuando un menor se convierte en blanco de odio presidencial.
Spesso lo resume así: “No es personal. Pero si el presidente no se cuida, ¿quién se va a cuidar?” No es una pregunta retórica. Es el grito de una madre que entendió que proteger a su hijo ya no implica solo pelear por una vacante en terapia ocupacional o por un pasaje en transporte especial. Ahora implica enfrentar directamente al jefe de Estado.
Esta denuncia interpela también al sistema judicial, que debe demostrar si está dispuesto a garantizar los derechos de los niños frente al poder real. Porque el derecho a no ser hostigado, el derecho a la integridad moral, el derecho a expresarse sin temor, no pueden depender del humor de un mandatario ni del clima de redes sociales.
Ian Moche no pidió ser símbolo. Pero hoy lo es. Su demanda es una advertencia: aún en medio del ajuste, del desprecio institucional y del miedo, hay quienes no se rinden. Hay infancias que no se callan. Y hay familias que, en lugar de resignarse, dan pelea.
Fuente:
La nota fue elaborada exclusivamente en base a la entrevista realizada en Radio Splendid AM 990, en el programa Sin Corbata conducido por Antonio Fernández Llorente, emitido entre las 8:35 y las 8:50 del 25 de junio de 2025, con Marlene Spesso como entrevistada.
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