Le soltaron la mano: Periodista de LN+ despedido por festejar la condena de CFK

El canal ultraconservador echó a uno de sus propios cronistas por celebrar la condena contra Cristina Kirchner. El episodio revela las tensiones internas de un medio que se victimiza por la libertad de expresión, pero censura cuando la desmesura sale de control.

Tomás Díaz Cueto fue expulsado de LN+ tras publicar un video donde festejaba eufóricamente la condena contra Cristina Kirchner. Mientras el canal milita abiertamente el discurso anticristinista, decidió soltarle la mano a uno de sus periodistas más fieles por “exponerse demasiado”. ¿Censura, hipocresía o daño colateral de un periodismo devenido en espectáculo?

El espectáculo de la política y la política como espectáculo. En esa delgada línea que separa el análisis del show, el periodismo argentino ha cruzado todos los límites posibles. Esta semana, el caso de Tomás Díaz Cueto —movilero de La Nación+— se volvió el nuevo capítulo de una tragicomedia donde los medios que claman por libertad de expresión terminan callando a los propios cuando lo que dicen los incomoda… aunque sea alineado con su propio discurso editorial.

Díaz Cueto fue despedido sin demasiados rodeos luego de que se viralizara un video en el que se lo ve celebrando, copa de champagne en mano y gorrito de presidiario en la cabeza, la condena contra Cristina Fernández de Kirchner en la causa Vialidad. “Pensaba que había justicia, es un puntapié inicial en la política argentina”, se justificó el periodista en X, como si sus redes personales no fueran parte del reality ideológico que alimenta cotidianamente su lugar de trabajo.

La escena fue grotesca, sin dudas. Pero lo que resulta aún más grotesco es el doble estándar con el que su propio canal decidió reaccionar. LN+, que desde hace años se dedica a construir un discurso de odio constante contra el kirchnerismo, decidió cortar por lo sano, soltándole la mano al cronista. “Estaba demasiado expuesto”, dijeron puertas adentro, como si esa fuera una razón suficiente en un medio que expone a sus trabajadores al límite cada día con consignas más propias del panfleto político que del periodismo profesional.

La contradicción es evidente: ¿cómo puede un canal que editorializa abiertamente a favor de la condena contra la ex presidenta sancionar a uno de sus empleados por manifestar esa misma alegría? La respuesta es tan política como mediática. Díaz Cueto se pasó de rosca, y no porque su pensamiento difiriera del de sus jefes, sino porque lo expresó de manera burda, caricaturesca, sin filtro. Es decir, porque dijo en voz alta lo que muchos en ese canal sólo insinúan con guiños cómplices y titulares venenosos.

El periodista Ángel de Brito, que dio la primicia del despido, fue más claro aún: “Lo echaron por su ideología”. Y remató señalando que Díaz Cueto era “mucho más picante” incluso que sus compañeros, con ataques abiertos contra kirchneristas y un estilo confrontativo que, hasta hace muy poco, era su marca registrada en el programa de Horacio Cabak. Aparentemente, ese tono dejó de convenirle al canal justo cuando la exposición mediática del caso podía empezar a incomodar. ¿Cinismo? ¿Daño controlado? ¿Autocensura? Tal vez todo eso junto.

Julieta Argenta, otra periodista del medio, fue incluso más brutal. Reveló que “ya lo venían teniendo montado en un huevo”, por distintos errores cometidos por Díaz Cueto, incluyendo un incidente de hackeo de su celular que dejó expuesto contenido sensible. Al parecer, el festejo con champagne no fue el motivo principal, sino la gota que rebalsó un vaso colmado de tensiones internas. Pero entonces, ¿por qué simular que el despido fue una decisión ética o profesional? ¿No sería más honesto decir que, para evitar un escándalo mayor, prefirieron cortar el hilo por lo más delgado?

El trasfondo es revelador y preocupante. El periodismo argentino —o al menos una parte de él— ha renunciado a la crítica honesta para convertirse en un aparato de propaganda constante. Cuando la línea editorial se vuelve dogma, cualquier gesto que no esté calculado al milímetro puede volverse un boomerang. Díaz Cueto, que no hizo otra cosa que actuar como el medio le enseñó, terminó devorado por el mismo monstruo que ayudó a alimentar.

El periodista intentó defenderse. Dijo que su familia “la pasó pésimo con el kirchnerismo”, que su rol es el de un “humorista político” y que en la calle es otra persona. La apelación a lo personal, sin embargo, suena casi ingenua en un entorno donde lo personal es siempre político y cada movimiento en redes se mide con la vara de la conveniencia. Díaz Cueto fue útil hasta que dejó de serlo. Fue funcional hasta que su funcionalidad se volvió un problema. El aparato lo escupió como escupe a tantos otros cuando ya no sirven a sus intereses.

En paralelo, el episodio revela una hipocresía estructural que atraviesa el ecosistema mediático argentino. ¿Desde cuándo LN+ se preocupa por el decoro de sus figuras cuando se trata de atacar al kirchnerismo? ¿Cuántas veces hemos visto a periodistas de esa señal deslizar acusaciones gravísimas sin pruebas, usar lenguaje soez, operar políticamente desde sus editoriales? Pero claro, cuando la sobreactuación amenaza con volverse meme, cuando el show se les escapa de las manos, el problema no es el discurso, sino el mensajero.

Mientras tanto, Cristina Kirchner, condenada pero en libertad domiciliaria, sigue siendo el centro del odio y el amor de un país partido en dos. Afuera de su casa, militantes la acompañan cada día, reafirmando que, más allá de las operaciones, la ex presidenta sigue siendo un actor político de peso. Lo que suceda con su futuro judicial o electoral es aún incierto, pero lo que sí está claro es que, incluso condenada, genera más movimiento político y mediático que cualquier otra figura.

Díaz Cueto ya encontró un nuevo refugio en Laca Stream y continuará colaborando con Cabak, pero el mensaje de su despido es claro y brutal: en los medios hegemónicos no hay lugar para la espontaneidad, ni siquiera cuando esa espontaneidad es congruente con el discurso dominante. El que se mueve, no sale en la foto. O peor: el que se mueve, se va a la calle.

El caso Díaz Cueto no es una anécdota menor. Es un síntoma de cómo funciona hoy la maquinaria comunicacional de la derecha argentina. Una maquinaria aceitada, eficiente, pero profundamente hipócrita. Que celebra la condena, pero no tolera que el festejo se vuelva demasiado evidente. Que enarbola la bandera de la libertad de expresión mientras aplica censura interna con mano de hierro. Que no se sonroja en su parcialidad, pero castiga la desmesura que revela el verdadero rostro del monstruo que construyó.

El periodismo no está en crisis por los medios. Está en crisis porque dejó de ser periodismo.

Fuentes:

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