La decisión de Milei de abandonar la OMS es un profundo retroceso sanitario que compromete la vida de millones de argentinos

El gobierno de Javier Milei anunció con bombos y platillos la reforma del sistema sanitario argentino y la salida del país de la Organización Mundial de la Salud. Bajo la retórica de la “libertad sanitaria” y la “evidencia científica”, lo que se gesta en realidad es un desmantelamiento brutal del sistema público de salud, un aislamiento peligroso y una entrega ideológica al fundamentalismo libertario global. Expertos, gremios y profesionales del sector alertan: lo que viene no es una reforma, sino un derrumbe.

(Por Sofía Arregui) En una jugada tan imprudente como ideológica, el gobierno de Javier Milei anunció el retiro de Argentina de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y presentó una ambigua “reforma sanitaria” que, bajo la fachada de lo preventivo y lo científico, esconde un vaciamiento del sistema público de salud. Esta medida, que no pasó por el Congreso ni contó con debate social alguno, representa un salto al vacío que podría costar vidas. Y muchas.

El comunicado oficial del Ministerio de Salud, encabezado por Mario Lugones, celebró la decisión como parte de una “transformación estructural” del modelo sanitario. Según la narrativa libertaria, se busca dejar atrás un enfoque “reparador” para pasar a uno “preventivo, basado en evidencia científica y con foco en el ciudadano”. Pero esa retórica, plagada de lugares comunes y promesas abstractas, se contradice con los hechos concretos: desfinanciamiento, aislamiento internacional y pérdida de cooperación sanitaria.

No se trata solo de un retiro administrativo. Lo que está en juego es el desmantelamiento de redes globales de cooperación técnica, acceso a vacunas, financiamiento de programas de salud y vigilancia epidemiológica. En nombre de una supuesta “soberanía sanitaria”, el gobierno decide cortar lazos con una organización que reúne a más de 800.000 expertos en salud pública de todo el mundo. ¿Soberanía para qué? ¿Para arrodillarse ante Elon Musk y Robert F. Kennedy Jr., como ironizó con lucidez Rodolfo Aguiar, secretario general de ATE?

Lejos de una decisión técnica, el retiro de la OMS es un acto ideológico de sumisión a la agenda conspirativa y anticiencia que viene promoviendo un sector radicalizado del liberalismo global. Kennedy Jr., figura destacada del negacionismo pandémico y enemigo declarado de la vacunación obligatoria, fue recibido con honores en Buenos Aires, como si se tratara de un prócer. A su lado, Federico Sturzenegger y Lugones sellaron una reforma sanitaria que, más que una transformación, parece un sabotaje.

El argumento esgrimido por el gobierno —que la OMS “responde a intereses políticos” y condiciona la soberanía de los países— carece de sustento. Como explicó el dirigente de ATE Flavio Vergara, la OMS no impone políticas, sino que recomienda lineamientos construidos colectivamente por los países miembros. Es decir, renunciar a la OMS no es una victoria soberana: es renunciar a tener voz y voto en la arena internacional de la salud pública.

Fernanda Boriotti, presidenta de FESPROSA, fue contundente: “Salir de la OMS implica quedar fuera de los consensos internacionales en vigilancia epidemiológica y acceso a insumos esenciales”. Las consecuencias prácticas de esta medida ya se hacen sentir. Se dificultarán las certificaciones internacionales en el sector farmacéutico, se perderá la categoría de Centros Colaboradores en laboratorios como la ANMAT, se interrumpirá el apoyo a programas sanitarios claves —como salud mental, enfermedades transmisibles y no transmisibles, salud materno-infantil y vacunación— y se perderá capacidad de respuesta ante epidemias.

¿Es este el camino que debe seguir una Argentina asolada por la pobreza, el dengue, la desnutrición infantil y una creciente desigualdad en el acceso a medicamentos? ¿O estamos asistiendo a un nuevo capítulo del ajuste brutal que el gobierno camufla con palabras bonitas pero aplica con motosierra quirúrgica?

Vanina Rodríguez, Secretaria de Formación de ATE, no se anduvo con rodeos: “Esto lleva a un desastre sanitario. Profundiza el odio hacia quienes sostenemos una salud pública gratuita y de calidad”. Y agregó una verdad incómoda: esta decisión no sólo deja al país fuera de la OMS, sino que margina especialmente a los sectores más vulnerables, aquellos que no pueden costear una vacuna o acceder a medicamentos de alto costo. Es decir, es un ajuste que mata.

La estrategia sanitaria del gobierno parece beber más de teorías conspirativas que de datos empíricos. Bajo el pretexto de revisar el uso de aditivos en alimentos y exigir “más evidencia” en vacunas, se desliza una sospecha permanente hacia la ciencia, una desconfianza peligrosa que recuerda a los peores momentos de la pandemia. Porque revisar no es necesariamente auditar: en manos del dogma libertario, revisar significa debilitar. Y en salud, debilitar significa exponer.

Resulta sintomático que, en medio de esta cruzada, el gobierno mantenga su adhesión ciega a otros organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial del Comercio. Como señaló con ironía Vergara, si el problema fueran las imposiciones de entidades supranacionales, ¿por qué no retirarse también del FMI? La respuesta es obvia: porque este gobierno no busca soberanía, sino sumisión selectiva. Rompe con la OMS, pero se arrodilla ante Wall Street.

Estamos, en definitiva, ante una decisión irresponsable, que atenta contra la salud como derecho y que podría costar vidas. Se presenta como una reforma moderna, pero en realidad es una involución. Se disfraza de prevención, pero destruye las redes de contención. Se promueve como gesto de soberanía, pero es entrega pura. Y sobre todo, se impone sin debate, sin evidencia y sin humanidad.

La salida de la OMS no es una anécdota ni una rareza. Es el símbolo perfecto de un modelo de país en el que la salud es mercancía, los enfermos son estadísticas, y la cooperación internacional es vista como una amenaza en lugar de una oportunidad. En ese modelo, la ciencia molesta, la planificación estorba y la solidaridad es un estigma.

La salud pública argentina no necesita reformas de cartón ni épicas libertarias importadas de Washington. Necesita inversión, planificación, diálogo, respeto por los trabajadores de la salud, y sobre todo, un Estado presente que no abandone a su pueblo en nombre de una falsa libertad.

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