Góndolas al rojo vivo: Los aumentos superan el 10% y dejan a las familias en jaque

En un país donde el precio de la comida se vuelve un enigma diario, los aumentos superan el 10% y dejan a las familias en jaque. El modelo de Milei, entre remarcaciones salvajes, especulación y discursos de ajuste.

La remarcación de precios en alimentos básicos se acelera sin freno en todo el país. El levantamiento del cepo, la devaluación, y la falta de controles alimentan un espiral inflacionario que arrasa con el salario. Mientras el gobierno de Javier Milei presume de “sinceramiento económico”, las góndolas revelan otra verdad: la de un ajuste brutal que se ejecuta en la mesa del pueblo.


El supermercado como campo de batalla

Mientras los discursos libertarios celebran el “ordenamiento” de la economía y el regreso del “mercado libre”, en las góndolas argentinas se libra una guerra silenciosa, despiadada y cotidiana. Allí, lejos de las pantallas de televisión que anuncian inflación en baja, el queso sube un 7%, los fideos un 6%, y el aceite directamente desaparece. Una vez más, como tantas en la historia nacional, la remarcación de precios no espera anuncios ni planificaciones: se adelanta, se anticipa, y castiga.

El panorama que denuncian almaceneros y carniceros de todo el país, de Córdoba a Morón, es claro, dramático y sostenido. Subas del 10% en promedio en alimentos básicos no son una hipótesis, ni una especulación técnica, sino una realidad que se mastica amarga cada día. Un fenómeno que ya no sorprende, pero sí desespera. Porque el salario no sigue el ritmo de los precios, y mucho menos el bolsillo del que apenas sobrevive.

Según Germán Romero, director del Centro de Almaceneros de Córdoba, este lunes comenzó con aumentos del 5% en lácteos, 6% en fideos, 7% en quesos, y, como si fuera poco, un desabastecimiento incipiente: “Luego lo demás no está llegando. El aceite está escaseando en los mayoristas”, explicó. En la misma línea, Marito Laurens —el carnicero con llegada popular en redes— no se anduvo con vueltas: “La carne sube todos los días. Hoy 7%, mañana otro aumento y pasado, uno más. No tiene tope. Aumenta la faena, el camionero, todos aumentaron”, sentenció.

Los precios, al igual que la angustia, no esperan. Mientras los grandes formadores de precios operan con total libertad y sin ningún tipo de regulación, los pequeños comerciantes enfrentan un dilema que también es ético: vender productos que no podrán reponer. “Vamos a vender a un valor que tal vez hoy en el mayorista no podíamos reponer”, confesó Fernando Savore, vicepresidente de la Federación de Almaceneros de la provincia de Buenos Aires.

La devaluación como profecía autocumplida

El gobierno de Javier Milei festeja el levantamiento del cepo como una victoria, pero los efectos son visibles, concretos y letales para la mayoría. La devaluación no solo se traslada a los precios, sino que llega antes de ser oficializada. “Las empresas ya sabían que esto iba a pasar y los aumentos los pusieron en marzo”, denunció Savore, dejando en evidencia que las remarcaciones fueron anticipadas en base a un dólar a $1.400, mucho antes de cualquier resolución oficial.

Es decir, no se trata de un reflejo del mercado, sino de una conducta especulativa orquestada por los grandes grupos económicos. Una especie de crimen económico anunciado, donde los mismos de siempre se anticipan a las decisiones del gobierno y se cubren en exceso, multiplicando precios sin justificación real. ¿Y el gobierno? Calla, consiente o celebra.

Con su prédica de “dejar hacer”, Milei le entrega las góndolas a las grandes empresas y desprotege deliberadamente a los consumidores. Porque para este modelo, no hay víctimas, solo “ganadores” y “perdedores”. Y está claro quiénes son los primeros y quiénes los segundos.

Savore puso ejemplos concretos: marcas de café con aumentos de más del 10%, galletitas que subieron entre 5% y 7%, lácteos con ajustes acumulados del 10% y más. Todo esto en medio de un escenario donde el sachet de leche cuesta $1.500. “Dos litros por día multiplicado por 30 días te da casi $100.000 pesos. Evidentemente hay gente que la leche no compra”, se lamentó.

El ajuste que se sirve en la mesa

Lejos del “liberalismo sofisticado” que pregona Javier Milei, lo que ocurre en la calle es un ajuste brutal, regresivo, y sobre todo, profundamente injusto. La inflación no es solo un problema macroeconómico: es una tragedia cotidiana. Porque afecta lo más básico, lo más urgente, lo más vital. Comer. Alimentar a los hijos. Acceder a un mínimo de dignidad.

El “efecto góndola” del que hablan los comerciantes es la expresión más concreta del fracaso del modelo libertario en su versión más dogmática. Un modelo que considera que el Estado no debe intervenir, que los mercados se regulan solos, y que la pobreza es una elección o una estadística molesta.

Pero la realidad se impone: cuando el aceite aumenta un 10% en un país productor, no hay teoría económica que lo justifique. Cuando el salario mínimo no alcanza para cubrir una canasta básica de alimentos, no hay Excel ni plan fiscal que lo maquille. Cuando los aumentos ya están puestos antes de que ocurra cualquier cambio económico, no hay más que una palabra para nombrarlo: saqueo.

El cinismo como doctrina

En lugar de frenar esta ola de aumentos, el gobierno la naturaliza. La convierte en parte de su relato de “sinceramiento”. Como si pagar $7800 por un kilo de carne fuera una medida de corrección moral. Como si comprar leche fuera un lujo innecesario. Como si los que no llegan a fin de mes debieran agradecer no haber muerto de hambre.

Este es el corazón del mileísmo: una doctrina que en nombre de la “libertad económica” genera esclavitud cotidiana. Que recita los mandamientos del mercado mientras pulveriza el tejido social. Que culpa al Estado por los males del país, pero se arrodilla frente a los grandes formadores de precios. Que celebra los números fiscales mientras el pueblo se desangra en la caja del supermercado.

Y lo más preocupante es que no se vislumbra un freno. Porque no hay controles, ni acuerdos de precios, ni políticas de contención. Solo hay un Estado ausente, una economía descontrolada, y un pueblo que resiste como puede.

Conclusión: la Argentina del supermercado imposible

El supermercado se ha convertido en el principal escenario político del país. Allí se expresa con crudeza el resultado de las políticas de Milei: la transferencia brutal de recursos desde los sectores populares hacia las grandes empresas. Cada remarcación es una bofetada más al poder adquisitivo, a la dignidad, a la vida.

Y mientras se festeja en redes el ajuste como si fuera un logro, millones de argentinos deben elegir entre comer o pagar una deuda. Una deuda que no contrajeron, pero que pagan cada día con leche a $1500, carne a $7800 y salarios en picada.

El gobierno libertario podrá seguir hablando de metas con el FMI, de equilibrio fiscal o de la “casta” derrotada. Pero las góndolas, silenciosas pero implacables, cuentan otra historia: la del ajuste real, palpable y voraz. La historia de un país que cada vez tiene menos para poner en la mesa.

Fuentes:

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