El tren solidario que llega donde Milei no: Entre la tragedia y la indiferencia estatal

Mientras Javier Milei se esconde detrás del dogma del Estado mínimo, una formación cargada de humanidad arribó a Campana con lo que el Gobierno no quiso enviar: ayuda concreta para los inundados.

(Martín Velázquez) La organización Tren Solidario llegó a la localidad bonaerense con vagones llenos de alimentos, frazadas y esperanza. Lo hizo sin respaldo oficial, sin marketing libertario ni cinismo neoliberal. A contramano de la crueldad gubernamental, ciudadanos y ciudadanas comunes salieron al rescate. La pregunta se impone: ¿dónde está el Estado cuando más se lo necesita?

En un país donde la palabra “solidaridad” parece haber sido borrada de los discursos oficiales y reemplazada por la ley de la selva que el presidente Javier Milei predica como si fuera un mantra, un tren cargado de dignidad y compromiso irrumpió en las vías como un símbolo incómodo. Llegó a Campana el Tren Solidario, colmado de donaciones recolectadas por ciudadanos que decidieron no mirar para otro lado, mientras el Gobierno Nacional se mantiene en su habitual parálisis ideológica, disfrazada de pureza doctrinaria.

Las imágenes hablan solas: vagones repletos de alimentos no perecederos, agua mineral, colchones, frazadas, productos de limpieza y ropa de abrigo. No se trató de una logística estatal, ni de un operativo coordinado por el Ministerio de Defensa ni por Desarrollo Social. Nada de eso. Fue el fruto de la organización civil, de una sociedad que se rehúsa a naturalizar el abandono. Campana, una de las zonas más golpeadas por el feroz temporal que azotó la provincia de Buenos Aires durante más de 48 horas, recibió esta bocanada de alivio con la misma emoción con la que se espera un salvavidas en altamar.

Mientras tanto, el presidente Milei brilla por su ausencia. No hubo cadena nacional. No hubo declaraciones. No hubo promesas. No hubo siquiera un tuit. Tres personas murieron producto del temporal, centenares lo perdieron todo y, sin embargo, desde la Casa Rosada se impuso el más absoluto silencio. El relato de la libertad, el mercado y la autosuficiencia individual parece no incluir protocolos para catástrofes climáticas. Porque, en la lógica libertaria que el Gobierno intenta imponer a fuerza de látigo y desfinanciamiento, si te inundás, es tu problema. Si necesitás abrigo, rezá. Si tu casa se destruyó, endeudate o resignate.

Pero ahí está el Tren Solidario, como un cachetazo a esa concepción despiadada del Estado que Milei encarna. Desde 2001 esta organización trabaja desinteresadamente con un objetivo claro: tender la mano cuando todo se desmorona. Su director, Sergio Rojas, lo resumió con lucidez: “Somos conscientes de que no es la solución al problema, pero ayuda a paliar la situación. Queda demostrado que cuando todos los sectores se solidarizan, no importa de qué lado estén, se logran cosas como estas”. Palabras que pesan, que interpelan, que desenmascaran.

Y es que la tragedia de Campana no es un hecho aislado. Semanas atrás, la misma formación viajó a Bahía Blanca, también devastada por otro temporal, también abandonada por el Gobierno Nacional. ¿Cuántas veces más deberán los ciudadanos reemplazar al Estado? ¿Cuántas tragedias más deben ocurrir para que alguien en el Ejecutivo entienda que gobernar no es mirar balances, sino cuidar a la gente?

El silencio oficial duele, pero también indigna. No se trata de una omisión casual, sino de una política deliberada. Javier Milei no cree en el Estado como herramienta de cuidado y protección. Su gestión lo confirma a diario: desfinanciamiento de programas sociales, despidos masivos en áreas clave, eliminación de subsidios, desmantelamiento del sistema de alerta temprana. La tormenta fue natural, pero el abandono fue profundamente político.

La llegada del Tren Solidario a Campana, y próximamente a Zárate, no es solo una acción concreta y urgente frente al desastre. Es, también, una denuncia viva y móvil del vaciamiento estatal. Una interpelación rodante que pone en evidencia que, cuando el poder se repliega detrás del Excel y el dogmatismo, son los pueblos los que salen a dar la cara. Con barbijos, con manos callosas, con lágrimas y con fuerza.

Porque no hay épica en un Gobierno que abandona. No hay grandeza en un presidente que decide ignorar a los más vulnerables. No hay valentía en refugiarse tras slogans vacíos mientras se multiplican las necesidades. Lo que sí hay, y mucho, es una sociedad dispuesta a resistir, a organizarse, a luchar contra la deshumanización institucionalizada que pretende imponer el mileísmo como nueva normalidad.

Las escenas de Campana podrían haber sido distintas. Con un Estado presente, con un sistema de contención preparado, con un presidente preocupado por su gente y no por sus rankings en redes sociales. Pero no. Una vez más, la respuesta no vino desde arriba, sino desde abajo. Desde Retiro hasta las zonas inundadas, el tren avanzó como una metáfora poderosa del país real, del que sufre y no claudica, del que se organiza mientras los poderosos especulan o duermen la siesta de la indiferencia.

Sergio Rojas no pidió aplausos ni cámaras. Habló de lo esencial. De que “esto no soluciona todo, pero ayuda”. Y en ese “ayuda” hay más política que en todas las conferencias de prensa del gobierno libertario. Hay Estado popular sin Estado formal. Hay sociedad sin gobierno. Y eso, por más que les pese a los adoradores del mercado como único dios, es la verdadera red de contención que mantiene de pie a la Argentina.

Hoy el tren solidario es más que un gesto. Es una bofetada ética a quienes decidieron retirarse del contrato social. Es la respuesta de un país que no olvida que la empatía también es una forma de hacer política. Y, sobre todo, es una advertencia: por más que intenten destruirlo, el tejido solidario de la sociedad sigue resistiendo. Y rueda, fuerte, sobre rieles que ningún ajuste podrá oxidar.

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