El ajuste de Milei: El Garrahan se desangra entre salarios de miseria, deserción profesional y abandono institucional

Mientras el Gobierno minimiza la crisis y apunta contra gremios, el hospital pediátrico más importante del país se desangra entre salarios de miseria, deserción profesional y abandono institucional. La protesta de médicos y residentes del Garrahan visibiliza la descomposición acelerada del sistema de salud pública bajo el brutal ajuste de Javier Milei. Sin propuestas salariales serias, con discursos que relativizan el colapso y una gestión que prioriza el recorte fiscal por encima de la vida de niños y niñas, el Gobierno profundiza una tragedia que ya no puede disimular.

El grito desesperado de médicos y residentes del Hospital Garrahan no puede seguir siendo ignorado. Este jueves, en pleno centro porteño, se realizó una nueva jornada de paro y movilización que reunió a trabajadores de la salud que vienen soportando, desde hace meses, el peso asfixiante de una política de ajuste despiadado. El reclamo es claro: salarios dignos, condiciones laborales humanas y respeto por una tarea que no admite improvisaciones ni desprecio. Pero el Gobierno de Javier Milei, fiel a su manual de cinismo neoliberal, responde con desdén, negacionismo y falsas promesas.

El Garrahan no es un hospital más. Es la columna vertebral de la pediatría argentina y uno de los centros de salud infantil más importantes de América Latina. Allí se realizan cerca de 600 mil consultas anuales, se atienden casos de altísima complejidad, se realizan trasplantes y se llevan a cabo intervenciones quirúrgicas que requieren de una experticia que no abunda. Sin embargo, la situación interna hoy es de colapso: médicos agotados, residentes en fuga, salarios por debajo de la línea de pobreza y una estructura cada vez más sostenida por voluntades individuales que ya no dan abasto.

A pesar de las múltiples señales de alarma, el Gobierno responde como si nada pasara. La vocería presidencial, encarnada por Manuel Adorni, minimizó el conflicto y apeló a la retórica vacía de “ordenar los recursos” y “romper privilegios”. Según Adorni, el Garrahan “no está desfinanciado” sino que atraviesa un proceso de “reorganización” que incluye la implementación de un sistema biométrico para controlar el ingreso del personal. La respuesta suena insultante, no solo porque evita el tema central –el deterioro salarial y estructural del hospital– sino porque lanza un manto de sospecha sobre los trabajadores que, día a día, sostienen el sistema con su esfuerzo sobrehumano.

La realidad es otra, y es dramática. “La pérdida del poder adquisitivo fue brutal, estimamos una caída de entre el 40 y el 60 por ciento en el último año”, denunció una médica del hospital, quien prefirió resguardar su identidad por temor a represalias. La profesional también advirtió que, con sueldos de hambre, el pluriempleo se volvió regla y no excepción. Muchos trabajadores deben tomar hasta tres empleos para sobrevivir, lo que impacta directamente en la calidad de atención y pone en riesgo la salud de los pacientes. “Estamos todos muy desgastados física y emocionalmente. Esta situación es insoportable y frustrante”, confesó.

El ajuste que Milei califica con orgullo como “el más grande de la historia” está desmantelando el Garrahan pieza por pieza. El Gobierno intenta disfrazar la demolición con cifras manipuladas: aseguran que el presupuesto aumentó un 241% durante 2025. Pero esa cifra, tomada sin contexto, solo muestra la inflación desbocada del propio modelo libertario. Mientras tanto, los salarios siguen estancados y los incrementos otorgados apenas alcanzan un 1 a 3 por ciento, aplicables únicamente a ítems remunerativos mínimos, mientras el resto del ingreso –bonificaciones, plus de guardia o especialidad– permanece congelado.

Por si esto fuera poco, la respuesta del Ministerio de Salud a las demandas es una burla. Este jueves, funcionarios de la cartera recibieron a tres delegados de los residentes, pero no ofrecieron una mejora salarial concreta. En cambio, deslizaron la posibilidad de crear un plus por productividad, una propuesta difusa, precarizadora y condicionada. Para colmo, se pidió el levantamiento de la medida de fuerza como requisito para avanzar en el diálogo. El chantaje fue rechazado, y con razón. No se negocia con el cuchillo en la garganta ni con la dignidad hipotecada.

El deterioro no es solo económico. Es también simbólico e institucional. La falta de reconocimiento, la desvalorización del trabajo sanitario y el hostigamiento constante a los sindicatos forman parte de un entramado sistemático para desarticular la salud pública. El Gobierno incluso ha sugerido que los reclamos están “fogoneados” por los gremios, como si la miseria no fuera suficiente motivo para salir a la calle. La estrategia es clara: demonizar a los trabajadores organizados para deslegitimar su lucha. Pero el conflicto crece y ya es imposible ocultarlo bajo la alfombra del marketing libertario.

La asamblea de residentes, lejos de amedrentarse, convocó a una nueva conferencia de prensa para visibilizar la situación. Las caras de cansancio, las voces quebradas por el esfuerzo y la firmeza en las convicciones muestran que esta no es una protesta más. Es una defensa encarnizada de un bien común que están intentando arrebatar: el derecho de cada niño y niña a recibir atención médica de calidad, sin importar su origen ni condición económica. Y es también la denuncia de un modelo que desprecia la vida, que cree que todo puede reducirse a planillas de Excel y balances fiscales.

No es casual que un grupo de diputados de Unión por la Patria, encabezados por Pablo Yedlin, se haya reunido con los trabajadores para expresar su respaldo. “La destrucción del Garrahan es responsabilidad del presidente Javier Milei”, sentenció Yedlin sin rodeos. La afirmación no es retórica. Es una constatación documentada del abandono sistemático al que está siendo sometido el hospital más emblemático del país.

Y es que lo que está en juego no es solo el futuro del Garrahan, sino el modelo de salud pública como derecho y no como mercancía. La gestión de Milei está ensayando con el hospital pediátrico lo que pretende extender al resto del sistema: desfinanciar, precarizar, culpar a los trabajadores, generar caos y luego justificar privatizaciones. Es un libreto conocido y peligroso, que ya fracasó en otros países y que aquí amenaza con dejar un tendal de víctimas.

En este contexto, resulta imprescindible visibilizar y apoyar la lucha de los médicos, residentes y trabajadores del Garrahan. No solo porque pelean por lo suyo, sino porque defienden una idea de país donde los derechos básicos no se negocian. Mientras Milei juega al libertador de occidente, miles de niños argentinos quedan atrapados en un hospital que se cae a pedazos, no por falta de compromiso de su personal, sino por el desprecio de un Gobierno que confunde la motosierra con gestión.

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