Ahora los libertarios ven una empanada… y lloran

La respuesta del ministro Luis Caputo a Ricardo Darín no solo fue ofensiva, sino reveladora: el Gobierno de Javier Milei niega la realidad de una Argentina que ya no puede llenar el changuito del supermercado sin hipotecar el mes.

La metáfora de las empanadas que utilizó Darín, lejos de ser un chiste televisivo, encendió una llama incómoda: mostró el brutal desfasaje entre los precios de los alimentos y los ingresos de la mayoría. La respuesta oficial, con trolls, burlas y desdén, expuso el clasismo y la desconexión de un Gobierno que ridiculiza la crisis en lugar de resolverla.

A veces, una simple empanada puede desatar una tormenta. No es metáfora, es literal. En Argentina, la docena de empanadas se ha vuelto símbolo de algo mucho más profundo que una cena familiar: representa el drama económico cotidiano, la angustia silenciosa de miles de personas que ya no saben cómo estirar sus ingresos para cubrir la canasta básica. Y, como si de una comedia trágica se tratara, esa empanada se convirtió también en el disparador de uno de los episodios más patéticos del oficialismo libertario, cuando el actor Ricardo Darín, en tono irónico y honesto, puso en evidencia una verdad insoportable: vivir en Argentina es un lujo que ya no pueden darse quienes habitan su suelo.

Darín, que no necesita presentación ni curriculum para hablar con peso, hizo lo que hacen los artistas cuando la realidad se pone cruda: usó una imagen simple, clara y poderosa. Sentado frente a Mirtha Legrand, comentó que una docena de empanadas cuesta 48 mil pesos. No era un reclamo gastronómico, ni una crítica caprichosa. Era una radiografía emocional y precisa del momento económico que atraviesan millones. Una denuncia elegante sobre la incoherencia de un sistema que empuja a los trabajadores hacia la desesperación, mientras el Gobierno pide que saquen sus dólares del colchón —como si todos durmiéramos sobre una pila de billetes verdes—.

Pero el ministro de Economía, Luis Caputo, respondió con la soberbia de quien vive en otro planeta. En lugar de escuchar el mensaje, prefirió burlarse del mensajero. Lo llamó «Ricardito», con el desdén de quien se cree superior, y le espetó una respuesta que rozó el delirio: que había empanadas de 16 mil pesos. Como si esa fuera la solución al drama. Como si eso desmintiera lo que todo el país sabe y sufre: que salir a comer afuera en familia equivale hoy a más del 10 por ciento de un salario promedio. Que un changuito de supermercado puede costar lo mismo que una computadora. Que seis docenas de empanadas valen lo mismo que un televisor.

El problema no es la empanada, es lo que representa.

Y lo que quedó en evidencia tras el cruce con Darín es que el Gobierno de Javier Milei no está dispuesto a debatir la realidad, sino a ridiculizarla. Usaron trolls pagos, escraches digitales, memes de empanadas de oro, y hasta manipulación con imágenes generadas por inteligencia artificial para burlarse del actor. El propio Presidente posteó una imagen en Instagram con una empanada como si fuera una joya. Las Fuerzas del Cielo —esa secta libertaria que mezcla negacionismo, marketing de garaje y un fanatismo violento— se movilizó para atacar a quien se animó a poner el dedo en la llaga.

Mientras tanto, los datos son brutales. Según el IPCBA (índice de inflación de la Ciudad de Buenos Aires), desde que Milei asumió la presidencia, los precios subieron 218%. ¿Y las empanadas? 240%. En los últimos doce meses, ese producto tan argentino subió 80%, mientras la inflación fue del 52%. En abril, la docena aumentó más que la inflación misma. Pero no se trata sólo de las empanadas. Se trata del pan, del aceite, de la carne, de los huevos, del arroz. Se trata de un modelo económico que licúa salarios mientras promete «sinceramiento» de precios, como si eso fuera una virtud.

Lo que Darín hizo fue poner en palabras lo que millones sienten: una mezcla de perplejidad, hartazgo y tristeza. No es un militante, no es un opositor profesional, no se dedica a bajar línea. Lo que hizo fue hablar como ciudadano, como padre, como vecino. Dijo que hay gente que la está pasando muy mal. Que no entiende de qué habla el Gobierno cuando pide sacrificios imposibles mientras sus funcionarios se enriquecen offshore. Que si expresar lo que uno piensa genera una operación pública de acoso, entonces estamos retrocediendo décadas en términos democráticos.

Porque el problema no es que Caputo se haya enojado. El problema es que respondió con arrogancia, con descalificación y con una violencia simbólica inadmisible. Le dijo “Ricardito”, lo trató de estúpido, y lo desacreditó por comprar empanadas en locales caros. Como si ese fuera el punto. Como si lo que duele no fuera que, en cualquier barrio del país, hoy se hace imposible comprar comida sin sacrificar algo. La medicina, la educación, el transporte, la ropa de los chicos, el alquiler. Todo compite en la misma ruleta rusa del ajuste, donde las balas las pone el pueblo y el gatillo lo aprieta el Gobierno.

Darín, con templanza, respondió que no entendía por qué lo trataban con ese desprecio. Dijo que jamás había insultado a Caputo. Que nunca lo llamó “Toto” ni lo ridiculizó. Y que esperaba algo de educación de quienes manejan los destinos del país. También reflexionó sobre el peligro de no poder opinar: “Si empezás a tener miedo de poder decir lo que pensás, te empezás a quedar callado. Y eso no está bien, porque estamos en democracia”.

Una democracia no se defiende sólo en las urnas. Se construye todos los días, en la calle, en los medios, en la mesa familiar. Y se erosiona cuando el poder se burla del dolor popular, cuando las metáforas se convierten en amenazas, cuando un comentario en un programa de TV desata una cacería digital.

La empanada de oro que imaginó Milei no es un meme: es una postal macabra del país que están construyendo. Uno donde comer cuesta tanto como estudiar, vivir o sanar. Donde opinar cuesta caro. Donde disentir se paga con insultos y escraches. Y donde la desconexión de los funcionarios con la realidad es tan profunda, que confunden una metáfora con una conspiración.

Con un Gobierno que, ante la evidencia de la miseria creciente, prefiere responder con risas, con trolls, con soberbia. Pero mientras ellos se burlan, la gente saltea comidas. Mientras Caputo ironiza con Porsche, miles no pueden ni comprar una pizza. Y mientras Milei juega con empanadas de oro, en muchas casas no hay ni harina.

Porque en la Argentina libertaria, hasta la docena se volvió prohibitiva. Y eso, señor Ministro, no es una exageración: es la realidad.

Evolución del «índice empanada»

  • Diciembre 2015: salario mínimo $5.588 / docena de empanadas $145,58 → 38,4 docenas
  • Diciembre 2019: salario mínimo $16.875 / docena de empanadas $501,78 → 33,6 docenas
  • Diciembre 2023: salario mínimo $156.000 / docena de empanadas $7.855,86 → 19,9 docenas
  • Abril 2025: salario mínimo $308.200 / docena de empanadas $22.010,64 → 14 docenas

Fuentes:

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