Zárate bajo el agua: una catástrofe anunciada que desborda al estado nacional ausente

El temporal dejó barrios aislados, evacuaciones masivas, rutas colapsadas y una ciudad paralizada. Mientras tanto, la desidia estructural y el ajuste del gobierno nacional profundizan la vulnerabilidad de miles.

Más de 260 milímetros de lluvia cayeron en pocas horas sobre el partido de Zárate, convirtiendo calles en ríos, viviendas en refugios improvisados y la vida cotidiana en una pesadilla. El municipio decretó la suspensión de todas las actividades públicas y restringió la circulación del transporte pesado, mientras la ayuda federal llegó tarde y a cuenta gotas. ¿Hasta cuándo la imprevisión y el recorte estatal seguirán poniendo en riesgo la vida de la gente?

Zárate no se inundó de un día para el otro. No fue una sorpresa. No fue una anomalía. Lo que está ocurriendo en este rincón de la provincia de Buenos Aires es la consecuencia directa del abandono, improvisación y ajuste brutal de la motosierra. Pero en esta oportunidad, el agua no sólo anegó calles y destrozó veredas: arrasó con la paciencia de una comunidad que se siente abandonada por el gobierno nacional.

En menos de 24 horas, la ciudad quedó sepultada bajo más de 260 milímetros de lluvia. Un diluvio que, lejos de ser absorbido por un sistema hidráulico mínimamente preparado, terminó colapsando cada centímetro de infraestructura. Bocas de tormenta tapadas. Zanjas inexistentes. Pozos invisibles convertidos en trampas mortales. El paisaje es de guerra: autos flotando, cables eléctricos sobre el agua, y una sensación generalizada de orfandad.

Los barrios más humildes, como siempre, fueron los primeros en sufrir. San Javier, Reysol, Cementerio, Villa Angus, Saavedra, Bosch, Golf, Villa Negri, Los Pomelos y El Gauchito. La lista podría seguir. Las imágenes que circularon por redes sociales fueron tan contundentes como dolorosas: colchones empapados, niños evacuados en brazos de sus padres, ancianos sin saber a dónde ir, el agua lamiendo las ventanas y metiéndose sin pedir permiso.

Según el intendente Marcelo Matzkin, hasta el momento se evacuaron oficialmente a 75 personas. Pero ese número no cuenta a los que se autoevacuaron, a los que salieron corriendo en la madrugada, con lo puesto, buscando techo en casas de familiares o improvisando refugios en centros comunitarios. En Lima, por ejemplo, fueron alojados en el centro AJIPLI. En Zárate, en el Club Belgrano y en Santa Teresita. Lugares que también luchan contra la falta de recursos y una logística que siempre parece llegar tarde.

Mientras tanto, el municipio decretó la suspensión de todas las actividades públicas, culturales, deportivas y sociales durante el fin de semana, incluyendo aquellas que ya habían sido autorizadas. No por previsión, sino por emergencia. También se restringió la circulación de transporte pesado. Camiones con acoplado, bateas, remolques: todos prohibidos, salvo que transporten combustible, brinden asistencia mecánica o pertenezcan a servicios de urgencia. La prioridad, dicen, es garantizar la seguridad y facilitar el trabajo de los equipos de emergencia. Pero la pregunta que no se animan a responder es por qué nunca se invirtió lo suficiente como para no tener que apagar incendios —o en este caso, inundaciones— con parches y voluntarismo.

La situación del tránsito es caótica. Las rutas 193, 6, 8 y 9 presentan cortes y anegamientos. La crecida de los arroyos transformó el asfalto en un pantano. Y cada camión que intenta avanzar, levanta olas que empeoran el drama. La falta de inversión vial, sumada a la absoluta indiferencia estatal, convierte cualquier tormenta en una amenaza existencial. ¿Cuánto tiempo más vamos a seguir diciendo que “el clima está loco” sin señalar que lo que está verdaderamente enloquecido es el modelo de ajuste que nos impusieron?

El gobierno nacional, finalmente, activó un operativo con fuerzas federales: Prefectura, Policía Federal, la Agencia Federal de Emergencias y Vialidad Nacional. Una respuesta que, aunque necesaria, llega en el marco de un Estado diezmado por los recortes del presidente Javier Milei. Un gobierno que se jacta de “dinamitar” estructuras, pero que cuando la realidad golpea con furia no tiene ni palas para ayudar a los vecinos a sacar el barro de sus casas.

Porque eso es lo que se vive en Zárate: barro, angustia y bronca. Y no es sólo el agua. Es el abandono. Es la sensación de que todo depende de la buena voluntad de los propios vecinos, de las redes de solidaridad, de la resistencia cotidiana a una precarización que ya no se limita al bolsillo, sino que se mete en el corazón mismo de la vida urbana.

La ciudad quedó paralizada. El Viaducto cerrado. Las avenidas intransitables. Las clases suspendidas. El transporte público desviado. Una postal del colapso. Una más, entre tantas. Pero esta vez con la lluvia como excusa y la inoperancia como causa.

Las decisiones municipales, aunque necesarias, no alcanzan. Porque lo que hace falta no son medidas de contención tardías, sino políticas estructurales sostenidas en el tiempo. Inversión en obras hidráulicas. Limpieza constante de los desagües. Planificación urbana. Presupuesto. Pero en el país del ajuste eterno y el dogmatismo libertario, eso suena a pecado capital.

¿Dónde está la famosa “eficiencia del mercado”? ¿Dónde están los promotores de la “libertad” cuando la gente pierde todo en cuestión de horas y nadie se hace cargo? ¿Qué sentido tiene predicar con motosierra en mano cuando la realidad exige obra pública, coordinación y presencia estatal?

La emergencia climática no es una fatalidad inevitable. Es una prueba. Una prueba que exige planificación, inversión y sensibilidad social. Tres cosas que el gobierno de Javier Milei desprecia con fervor. Y que, como se ve en Zárate, no se pueden reemplazar con discursos altisonantes ni memes de redes sociales.

Mientras tanto, los vecinos se organizan como pueden. Se arremangan. Se ayudan entre ellos. Llaman a los números de emergencia. Esperan. Resisten. Pero también se hartan. Porque ya no alcanza con rezar para que deje de llover. Hace falta gritar, exigir, visibilizar. Que lo de Zárate no sea otra noticia más que se diluye cuando baja el agua. Porque si algo quedó claro en esta tormenta, es que lo que está colapsando no es sólo el sistema de desagües, sino el contrato social que debería garantizar una vida digna para todos.

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