YPF en rojo: Se desangra financieramente por el despilfarro en propaganda política

Mientras Javier Milei predica el evangelio del ajuste y la austeridad, YPF se desangra financieramente por el despilfarro en propaganda política.

La petrolera de bandera, que el año pasado generó ganancias millonarias, cerró el primer trimestre de 2025 con pérdidas por 10 millones de dólares. El gasto publicitario se disparó un 40%, alcanzando la escandalosa cifra de 100 mil millones de pesos, en manos del gurú comunicacional del presidente. Una estructura opaca, sueldos millonarios y decisiones cuestionables ponen en jaque el relato del “Estado mínimo”.

Una vez más, la realidad se empecina en desmentir el discurso. Mientras desde los atriles libertarios Javier Milei y su vocero Manuel Adorni repiten hasta el cansancio que el ajuste es necesario, que no hay plata, que el Estado debe reducirse a su mínima expresión y que la “casta” debe pagar los platos rotos, la caja de YPF sangra como una herida abierta. Pero no por subsidios a la pobreza, ni por salarios de docentes ni por el sostenimiento de universidades públicas. No. La hemorragia viene por otro lado: la delirante, monumental, vergonzosa cifra de 100 mil millones de pesos gastados en publicidad durante la gestión de Santiago Caputo, el estratega en la sombra que se convirtió en el verdadero jefe de campaña oficialista.

La petrolera, que el año pasado había reportado ganancias por 657 millones de dólares, acaba de informar pérdidas por 10 millones en tan solo el primer trimestre de 2025. A eso se suma una caída abrupta en el flujo de caja, que pasó de más de 1.500 millones de dólares en diciembre a 1.200 millones en marzo. ¿A qué se debe semejante derrumbe? Según el propio balance —publicado únicamente en inglés, detalle no menor en una empresa de mayoría estatal que debería ser transparente— los “gastos operativos” aumentaron un 20%. Pero lo más escandaloso es el aumento del 46% en los gastos administrativos. En buen criollo: se está quemando plata a mansalva.

Y es aquí donde emerge la figura de Santiago Caputo, a cargo de manejar la pauta oficial que, en vez de eliminarse como juró y perjuró el gobierno libertario, simplemente fue derivada a YPF. Caputo, a través de su socio Guillermo Garat, administra un presupuesto astronómico destinado a publicitar la gestión de Milei y a untar a periodistas “amigos”, mientras los medios críticos padecen un cerco económico asfixiante. El sueño de la libertad de prensa transformado en pesadilla por omisión de pauta.

«Están gastando todo en la campaña, publicidad a periodistas amigos», denunció una fuente interna de la petrolera a La Política Online. Y no es difícil de creer cuando se constata que YPF sponsoreó incluso la Copa Potrero del Kun Agüero, uno de los más entusiastas influencers del presidente. Como si esto no bastara, los once directores de la empresa estatal se repartieron nada menos que 11 millones de dólares en sueldos. Que no hay plata, sí, pero para ellos jamás falta.

Esta lógica de derroche contrasta brutalmente con el brutal ajuste que sufren los sectores más vulnerables. Mientras los jubilados cobran la mínima, las universidades agonizan, y los comedores populares cierran, los Caputo, los Marín y los gurúes del marketing político gozan de una caja sin fondo para financiar la maquinaria propagandística del nuevo régimen. En vez de motosierra, en YPF reina la tijera dorada que corta cheques con forma de pauta.

El presidente de la empresa, Horacio Marín, lejos de rendir cuentas, se permitió incluso el lujo de ironizar en sus presentaciones maquilladas: “¡Cómo les cuesta soltar los dólares a mis colegas petroleros!”. El sarcasmo no oculta la gravedad. Bajo su gestión, la inversión de la petrolera cayó un 8%, un dato alarmante si se tiene en cuenta que el 75% de esa inversión está destinada a Vaca Muerta, el corazón energético del país. Paradójicamente, YPF, el actor principal en ese mega yacimiento, perdió plata, mientras otros jugadores privados siguen obteniendo rendimientos significativos.

La explicación es tan obvia como escandalosa: se está descapitalizando deliberadamente una empresa estratégica para sostener la campaña electoral permanente del gobierno. En lugar de reforzar su perfil productivo, YPF se transforma en una agencia de publicidad encubierta, donde los contratos con medios y periodistas reemplazan a las perforaciones de pozos. Una petrolera que deja de producir petróleo para producir relatos.

El mercado, como era de esperarse, ya dio su veredicto. La acción de YPF cayó un 36% en lo que va del año. De valer 55 mil pesos en enero, ahora apenas supera los 35 mil. El informe del Citi, que califica a la petrolera como una inversión de “alto riesgo”, no se anda con vueltas: el contexto macroeconómico, la exposición a los precios internacionales y, sobre todo, la excesiva participación estatal, configuran un cóctel tóxico para los inversores. El discurso de confianza y apertura al capital privado que promueve el oficialismo se estrella contra su propia praxis corporativa.

¿Dónde está entonces la eficiencia libertaria? ¿Dónde la transparencia? ¿Dónde la eliminación del Estado parasitario? Lo que aparece es todo lo contrario: un Estado convertido en aparato de propaganda, disfrazado de empresa productiva, comandado por una cúpula que se autoasigna millones mientras ajusta a jubilados y científicos.

Y lo más grave: todo esto ocurre con un blindaje mediático impenetrable. La caja de YPF, manejada a discreción por Santiago Caputo, permite disciplinar periodistas, moldear la opinión pública y construir un espejismo de gestión que nada tiene que ver con la realidad que arrojan los balances. Esa misma realidad que el gobierno pretende ocultar publicando los informes solo en inglés, como si los ciudadanos argentinos no tuvieran derecho a entender qué se hace con sus recursos.

La situación de YPF es la prueba concreta de que el ajuste libertario no es más que un dispositivo de transferencia regresiva de recursos. Se le saca a los que menos tienen para sostener los privilegios de una nueva casta: la casta libertaria, que a diferencia de las anteriores, predica el caos como virtud y el despojo como libertad.

En definitiva, no hay motosierra para todos. La motosierra corta donde hay pueblo, pero se oxida cuando hay negocios. Se recortan derechos, no contratos. Se eliminan ministerios, no sueldos millonarios. YPF, lejos de ser el motor energético de la Argentina, se convirtió en la caja negra de un gobierno que predica la libertad mientras secuestra el Estado para fines partidarios.

La pregunta que queda flotando en el aire es si la sociedad argentina seguirá comprando el cuento del ajuste virtuoso, mientras el combustible de la república se evapora en forma de pauta y propaganda. Porque cuando el relato se termina, lo único que queda es el olor a nafta quemada.

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