Una huelga total paralizó la provincia más austral en defensa de su industria electrónica

Tierra del Fuego arde de dignidad: el paro que desafía la entrega de Milei. Los trabajadores fueguinos se plantan ante un gobierno que, bajo las órdenes del FMI, busca demoler soberanía, empleo y producción nacional.

El paro general del 21 de mayo marcó un antes y un después en la historia reciente de Tierra del Fuego. Con una provincia paralizada casi en su totalidad, miles de trabajadores alzaron su voz contra la política entreguista de Javier Milei, que desmantela la industria nacional en favor de intereses externos. La resistencia fueguina volvió a encender una llama que amenaza con extenderse por todo el país.

No fue un paro más. Lo que ocurrió el 21 de mayo en Tierra del Fuego tiene el sabor agrio de la urgencia y el fuego sagrado de la dignidad. Mientras Javier Milei levanta banderas de “libertad” para justificar su programa de devastación neoliberal, una provincia entera dijo basta. Y lo hizo a lo grande: con una huelga general que paralizó por completo las tres ciudades fueguinas, piquetes en supermercados, movilizaciones multitudinarias y un mensaje claro que retumbó hasta en los pasillos del FMI.

Frente a Mirgor se realizó un acto en la ciudad de Río Grande.

La consigna fue contundente: «En defensa de la soberanía, los puestos de trabajo y la industria nacional.» Y no se trató de un grito vacío. Las fábricas electrónicas de la provincia, corazón productivo del sur argentino, están bajo ataque. El Gobierno nacional, en una nueva jugada de sumisión al Fondo Monetario, decidió eliminar los aranceles a la importación de productos electrónicos. El golpe es directo y brutal: significa desmantelar el polo industrial fueguino y condenar a miles de trabajadores al desempleo.

Durante años, la isla ha sido sinónimo de producción, empleo y arraigo. Pero para Milei y su séquito libertario, Tierra del Fuego no es más que un escollo en su camino hacia una Argentina de saldo, diseñada para la especulación financiera, vaciada de industria y atada de pies y manos al capital extranjero. Bajo la lógica de la motosierra, todo lo que se interpone entre los intereses globales y los recursos nacionales debe desaparecer.

La marcha en las calles de Ushuaia

El documento leído frente a la planta de Mirgor –una de las más emblemáticas del entramado industrial local– no dejó lugar a dudas: “Nos ponemos en pie de lucha ante este nuevo embate de un gobierno entreguista, que solo pretende el beneficio para un minúsculo sector de la población en contra del hambre, la miseria y la indignidad de las mayorías populares”. La frase, dura y certera, captura el sentimiento generalizado de traición que embarga a la provincia.

No es una exageración. La decisión de eliminar aranceles no sólo pone en jaque a la industria fueguina, sino que representa la avanzada de un modelo económico que desprecia la producción nacional. La Unión Obrera Metalúrgica, el Centro de Empleados de Comercio, Luz y Fuerza, los gremios docentes, judiciales, camioneros, estatales… todos se alinearon en un frente común. Porque todos entienden que el ataque no es solo económico: es cultural, simbólico y político.

En Ushuaia, la protesta arrancó en la planta 3 de Newsan y culminó con un acto en la Plaza Cívica. En Río Grande, la UOM movilizó desde BGH hasta Mirgor. Y en Tolhuin, gremios y vecinos marcharon con la misma determinación. Las pancartas hablaban por sí solas: “Sin industria no hay futuro”, “No al desguace fueguino”, “Defender el trabajo es defender la patria”.

En Tolhuin efectuaron una marcha de gremios y sociedad.

No se trató de una demostración sectorial, sino de una reacción social profunda. La comunidad entera –más allá de banderías políticas– se sintió interpelada por un ajuste que amenaza con convertir a Tierra del Fuego en una tierra sin fueguinos. Una provincia vaciada, empujada al exilio interno por decisiones tomadas en despachos porteños, o peor, en oficinas de Washington.

El texto sindical que unificó el reclamo fue lapidario: “Este conjunto de medidas que significarán la pérdida de más de la mitad de los puestos de trabajo en la industria fueguina responden a una nueva concesión del Gobierno de Javier Milei a las imposiciones del FMI, a cambio de un préstamo que le permite mantener en pie un plan económico insostenible”. Es decir, una patria hipotecada por unas migajas de estabilidad financiera que nunca llegan al pueblo.

En este contexto, el gobernador Gustavo Melella convocó a una reunión clave. Se espera que la misma defina los pasos a seguir. Pero la presión popular ya marcó el tono: no hay margen para la tibieza. Lo que se juega es demasiado importante. Y los fueguinos lo saben: no es solo su economía la que está en riesgo, sino su derecho a habitar el sur argentino con dignidad, con trabajo, con futuro.

Porque, al final del día, no se trata solo de electrodomésticos. Se trata de soberanía. Se trata de no aceptar que Tierra del Fuego quede reducida a una zona franca de saqueo y abandono. Se trata de no permitir que el modelo extractivista financiero del gobierno libertario anule lo que tanto costó construir: un entramado industrial propio, una identidad laboral sólida, un sentido de pertenencia real.

Los discursos del gobierno nacional intentan justificar esta sangría con el mantra de la “eficiencia”. Dicen que hay que “achicar el Estado”, que la industria fueguina es “artificial”, que es hora de abrirse al mundo. Pero detrás de esa retórica de libertades de cartón se esconde una política deliberada de exclusión. Porque abrir la economía sin proteger el trabajo es simplemente entregarse al más fuerte, es declarar la guerra a los de abajo.

Y Tierra del Fuego, una vez más, se niega a bajar la cabeza. En un país anestesiado por la inflación, el desempleo y la propaganda oficial, la provincia más austral acaba de recordarnos que la dignidad no se privatiza. Que los derechos no se negocian. Y que, cuando el gobierno pisa fuerte, el pueblo puede patear más fuerte todavía.

Por eso, lo que comenzó como una protesta sectorial terminó convirtiéndose en una declaración de principios. Una provincia en pie, un pueblo movilizado, una industria resistiendo: el paro fueguino no es el fin de nada, sino el principio de una batalla mucho más grande. Porque el sur también existe. Y no se entrega.

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