Del derrumbe amarillo al abrazo libertario: el ocaso del PRO y la sumisión a Milei. Macri viaja al exterior como quien huye de un naufragio que ya no puede evitar. En su ausencia, Ritondo y Santilli cierran filas con Javier Milei, mientras el PRO se devora a sí mismo en un festival de traiciones, acusaciones cruzadas y estrategias fallidas. El experimento de la atomización, la ineptitud territorial y el pragmatismo sin principios sellan la decadencia de una fuerza que gobernó la Argentina.
(Por Osvaldo Peralta) La escena en el búnker del PRO la noche del 18 de mayo podría haber sido sacada de una tragedia griega. Caras largas, silencios punzantes, culpas que flotaban en el aire esperando un destinatario. Nadie se animó a hablar fuerte, salvo para señalar culpables. Y no faltaron nombres. Antoni Gutiérrez Rubí, el consultor catalán que alguna vez encandiló a Cristina Kirchner y Sergio Massa, fue uno de los primeros en ser lanzado al fuego. Lo acusaron de aplicar una estrategia suicida: el desdoblamiento electoral y la «atomización», un juego de espejos que pretendía disimular la caída estrepitosa del PRO entre listas menores, como si la fragmentación pudiera maquillar el ocaso.
Pero no solo falló el truco, sino que lo potenció su némesis: Javier Milei, quien, con el golpe maestro de postular a su vocero Manuel Adorni, convirtió la elección en una pulseada nacional. El votante porteño, pragmático y acostumbrado a la política de branding, no se dejó marear por la confusión y eligió el caballo ganador. El resultado fue lapidario: Silvia Lospennato terminó tercera, y el histórico bastión amarillo cayó, irónicamente, por obra de su propio experimento político.
Mientras Mauricio Macri miraba de reojo el desastre, sin voluntad alguna de hacerse cargo, el resto del partido buscaba cabezas que rodaran. «El catalán es especialista en llevarte ordenado a la derrota», sentenciaron en el comando de campaña, recordando sus fracasos previos con la exactitud de un verdugo. La apuesta por listas peronistas como las de Kim y Abal Medina fue vista como un sabotaje interno: 2,5 puntos que pudieron haber ido a Santoro y evitar que Adorni consolidara la victoria libertaria. En otras palabras, no solo perdieron; fueron cómplices involuntarios del triunfo enemigo.
Pero si la estrategia fue errática, el trabajo territorial rozó la negligencia. Aquí aparece otra figura señalada con nombre y apellido: César “Tuta” Torres, secretario de Atención Ciudadana y operador traído desde Vicente López por Jorge Macri. Lo acusan de haber dinamitado los lazos con los presidentes de comuna, de haber improvisado salidas al territorio que terminaban en terrenos baldíos o supermercados, de enviar fiscales a la nada. Un espanto logístico que se tradujo en la primera vez en dos décadas que el PRO no gana en ninguna de las 15 comunas de la Ciudad. El símbolo más humillante: El Mago sin dientes, desorientado en un búnker desolado, como una caricatura del naufragio.
El resultado fue tan brutal que ni siquiera Mauricio Macri logró mantener la compostura. Se retiró furioso, sin dar declaraciones. Esta vez ni siquiera intentó “ponerse la campaña al hombro”. Y su candidata lo pagó caro. En medio del silencio atónito, solo se escuchó a un dirigente veterano murmurar con resignación: “La gente votó a Milei, no a Adorni”. La frase resume el drama: el PRO no solo fue derrotado, fue vaciado de sentido.
Lo que siguió fue una fuga hacia adelante. Macri, en un movimiento que se asemeja más a la huida que a la diplomacia, anunció su viaje a Perú y Medio Oriente. Con él fuera del país, sus herederos políticos no perdieron el tiempo. Cristian Ritondo, Guillermo Montenegro y Diego Santilli comenzaron a acelerar los motores para cerrar el acuerdo que venían gestando con Javier Milei en la provincia de Buenos Aires. Si antes era una idea que se susurraba entre pasillos, ahora se transformó en el único plan de supervivencia.
El pragmatismo cínico de la dirigencia del PRO bonaerense raya en la obscenidad. “Ahora los bombones los agarramos uno por uno”, confesó un dirigente del oficialismo con brutal honestidad. Milei, mientras tanto, ejecuta la estrategia del conquistador: tabula rasa, sumar a todo aquel que acepte su agenda, sin importar su pasado. En esta nueva etapa, el macrismo residual ya no negocia desde la fuerza, sino desde la necesidad. Y eso, en política, se paga caro.
A pesar de que Jorge Macri intenta frenar el pacto, sus argumentos se diluyen en el aire. La derrota fue tan estruendosa que cualquier intento de sostener la autonomía se estrella contra la realidad. El radicalismo también fue arrasado, y ni siquiera logró que su candidata Lula Levy entrara a la Legislatura. El sueño de reeditar “Juntos por el Cambio” en la provincia se derrumba como un castillo de naipes.
El panorama es desolador. Acordar con los libertarios implica negociar cientos de listas: concejales, legisladores provinciales, diputados nacionales. Un rompecabezas armado con piezas que no encajan. José Luis Espert es el nombre que suena para encabezar la lista de diputados nacionales de La Libertad Avanza, pero Karina Milei lo resiste y Santilli aún se ilusiona con ocupar ese lugar. Una interna dentro de otra interna, mientras el PRO se diluye en la vorágine.
Y mientras todo esto ocurre, Macri intenta justificar lo injustificable. En una entrevista con TN, dijo: “No pude convencer a Javier durante las milanesas, el gran problema es que la alternativa es el kirchnerismo”. La frase, más propia de un abuelo resignado que de un líder político, revela el vacío. Macri ya no tiene plan, ni estrategia, ni proyecto. Solo conserva una retórica gastada y el recuerdo de lo que alguna vez fue.
El acuerdo con Milei no es una alianza; es una rendición. Una claudicación en cuotas que comenzó con la tibieza, siguió con el cálculo y terminó con el sometimiento. El PRO, que nació como una fuerza que prometía gestión, eficiencia y “mejores modales”, hoy se convierte en un apéndice de la reacción más brutal, del ajuste sin anestesia, del discurso de odio institucionalizado. La marca amarilla ya no seduce, ni convoca, ni ordena. Apenas sobrevive como sello de goma.
El destino de los dirigentes del PRO parece sellado. O se alinean con el nuevo poder o desaparecen. La política argentina, implacable y cíclica, repite una vez más su sentencia: los partidos que no saben reinventarse, mueren. Y lo hacen sin épica, sin resistencia, sin dignidad.
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