PRO: Los cómplices del ajuste y verdugos de los jubilados

A pesar del deterioro brutal en los haberes previsionales, el bloque que responde a Mauricio Macri se niega a dar quórum para debatir proyectos que buscan recomponer el ingreso de los adultos mayores. La obediencia al plan económico de Milei pesa más que la dignidad de los jubilados.

El PRO selló su rendición incondicional ante Javier Milei. Ni las traiciones electorales ni la crisis social frenan su sumisión. En un contexto de marchas de jubilados, haberes por debajo de la línea de indigencia y bonos congelados, la decisión del bloque liderado por Cristian Ritondo de bloquear el debate en Diputados desenmascara un pacto de poder que castiga sin miramientos a los más vulnerables.

En la Argentina de 2025, mientras los jubilados marchan una vez más exigiendo un haber digno y una vejez sin miseria, el bloque del PRO le da la espalda a esa realidad con una frialdad quirúrgica. Lo hace, además, con una sonrisa diplomática, escudándose en tecnicismos y repitiendo con obediencia doctrinaria los mantras del ajuste libertario. Porque cuando hay que elegir entre los adultos mayores y el mercado, entre la gente y los negocios, el macrismo ya no duda. Se entrega. Se rinde. Se pliega.

La escena no admite dobleces. Este miércoles, la oposición parlamentaria buscaba reunir quórum para tratar una serie de proyectos urgentes: recomposición del bono previsional —estancado en los $70.000 desde hace meses pese a una inflación acumulada de pesadilla— y la reactivación de la moratoria previsional, vencida y no prorrogada por el gobierno de Javier Milei. También había en agenda una declaración de zona de desastre para localidades bonaerenses arrasadas por el último temporal. Pero nada de eso le importó al PRO.

Cristian Ritondo, presidente del bloque macrista, se encargó de anunciarlo sin titubeos en un escenario que es todo un símbolo: el foro de la Cámara de Empresarios de Estados Unidos en la Argentina. Allí, ante un auditorio de ejecutivos, aseguró que el PRO no iba a dar quórum. “Atenta contra el plan económico”, dijo sin ruborizarse, como si garantizar una pensión mínimamente digna fuera una provocación peligrosa, una amenaza fiscal, un acto de rebeldía.

¿Y el respeto por quienes trabajaron toda su vida? ¿Y la responsabilidad del Estado para con sus adultos mayores? No, eso no entra en la ecuación del mileismo ni de su nuevo socio conurbano. La sensibilidad social fue descartada como una “chicana”, un truco político más. Según Ritondo, lo importante es no desestabilizar el ajuste, aunque ese ajuste desangre.

En este juego perverso, el PRO ya no se disfraza. Su lealtad está con Milei, aunque ese mismo Milei les haya serruchado el piso en las elecciones porteñas y humillado públicamente al presentar a Manuel Adorni como candidato, dejándolos fuera del reparto. Lejos de responder con dignidad, optaron por agachar la cabeza y seguir alineados. El resultado: una rendición sin condiciones. Una entrega total al plan de demolición del Estado.

El contexto no podría ser más cruel. Los proyectos en discusión no pedían la luna. Hablaban de actualizar el bono previsional a $100.000 o $115.000 —valores que ni siquiera alcanzan a cubrir la canasta básica de un jubilado, estimada ya muy por encima de los $250.000—, y de aplicar una recomposición del 7,2% a los haberes. También se discutía reinstaurar la moratoria para que miles de personas que no llegaron a completar los aportes por décadas de informalidad no queden afuera del sistema. Pero nada de eso parece suficiente para conmover a los operadores del ajuste.

Es más, en esa misma sesión se revelaron las verdaderas prioridades. Mientras niegan el pan a los jubilados, los diputados del PRO sí estuvieron sentados cuando el oficialismo necesitó debatir el nuevo acuerdo con el FMI, que implica más deuda, más condicionamientos y, claro, más recortes sociales. La doble vara no puede ser más obscena: para el Fondo, todo. Para los jubilados, nada.

La cámara de Diputados, presidida por Martín Menem, se encuentra hoy atravesada por un tablero de alianzas en constante mutación, pero hay algo que permanece: el blindaje que PRO y La Libertad Avanza se brindan mutuamente cuando se trata de evitar cualquier medida que interrumpa el ajuste. Y si bien algunos radicales disidentes, la izquierda, la Coalición Cívica y Unión por la Patria intentan forzar el debate, los números siguen siendo ajustados. La presencia o ausencia de apenas un par de legisladores puede definirlo todo.

En este clima de tensión y desesperanza, incluso dentro del propio PRO hay fisuras. Algunos diputados, como Álvaro González o Héctor Baldassi, que responden a sectores más moderados como Horacio Rodríguez Larreta, podrían desmarcarse. Pero hasta ahora, su actitud ha sido errática. El grueso del bloque sigue obedeciendo el mandato de Macri: cerrar filas con Milei. El resto son excepciones que apenas disimulan el rumbo decidido.

El problema de fondo, sin embargo, no es sólo aritmético. Es ético. ¿Qué democracia parlamentaria tenemos cuando uno de los principales bloques opositores —al menos en los papeles— decide vaciar el Congreso en lugar de defender a sus ciudadanos más vulnerables? ¿De qué sirve votar representantes si, una vez en el recinto, eligen no representar a nadie más que a los mercados?

Los jubilados no son una carga. Son los cimientos vivientes de una sociedad que les dio la espalda. Son mujeres y hombres que trabajaron, criaron, aportaron, vivieron y ahora, en lugar de recibir cuidado, reciben desprecio. El gobierno los empuja a la indigencia, y el PRO, en su rol de cómplice necesario, actúa como verdugo silencioso.

En medio de todo esto, la calle no calla. Las movilizaciones de jubilados se multiplican. Las ollas populares frente al Congreso se llenan de historias de abandono. El malestar crece y se acumula como una olla de presión a punto de estallar. Pero en las alturas del poder, las decisiones ya están tomadas. Para Milei y Macri, los jubilados son simplemente un costo a reducir. Una variable más en la contabilidad del ajuste eterno.

La Argentina de hoy no sólo discute números. Discute su alma. Discute si la política está para mejorar la vida o para castigar a los que ya no tienen fuerzas para resistir. Y ante esa discusión, el PRO eligió su trinchera: al lado del látigo, no de los caídos.

El debate parlamentario sobre las jubilaciones es mucho más que una disputa técnica. Es un espejo de nuestra decadencia política. Es el síntoma de un país que, atrapado entre el fanatismo ultraliberal y el oportunismo conservador, parece haber perdido el rumbo moral.

La historia juzgará a quienes hoy deciden mirar para otro lado mientras los jubilados mueren en la miseria. Y quizás también nos juzgue a todos por permitir que eso ocurriera sin gritar lo suficiente.

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