Milei apuesta a un alineamiento total con Israel y Estados Unidos pero deberá enfrentar varios pedidos de juicio político que buscaran su destitución

Javier Milei no deja lugar a medias tintas. En los últimos días, el presidente ha enfatizado con intensidad su íntima amistad con Benjamin Netanyahu, asegurando categóricamente que Irán es enemigo de Argentina y respaldando sin titubeos los ataques preventivos de Israel, definidos por él como “trabajo sucio que otros no hacen”. Un giro radical en la política exterior que pinta a un Milei imbuido de una retórica internacionalista de corte romano: firme, agresiva, sin pedir permiso.

El mandatario no se limitó a una declaración rimbombante. Defendió el bombardeo de objetivos iraníes —ya convertidos en “legítima defensa”— y acompañó su discurso con un apoyo explícito a Washington y Jerusalén: “luchamos contra el mal”, sentenció, cerrando la puerta a cualquier atisbo de neutralidad. Su lenguaje, directo y sin eufemismos, busca legitimar una postura de máxima dureza, sin concesiones… pero tampoco sin riesgos.

Porque mientras proyecta una imagen de firmeza en el escenario global, en la Argentina la saga del escándalo financiero que tiene como epicentro la criptomoneda $LIBRA lo sacude de lleno. Hasta tres pedidos de juicio político se le presentaron en muy poco tiempo, algunos impulsados por Unión por la Patria, que lo acusan nada menos que de “estafa cripto”. Esteban Paulón lo bautizó “Javo Ponzi”, subsumiendo su accionar en un manto de fraude financiero.

El tono dramático no se detiene ahí: desde organismos de derechos humanos, como Madres y ex combatientes de Malvinas, advierten que el uso arbitrario del poder, los decretos y el desguace de políticas sociales configuran un “mal desempeño” que podría rozar delitos institucionales. En estas acusaciones suenan términos demoledores: “genocidio económico”, absorción de poder, recorte de subsidios a sectores vulnerables y pacientes crónicos. La idea no es forzar la renuncia —subrayan—, sino sacudir las cadenas de un Ejecutivo que avanza a puro decreto, con Congreso paralizado.

El contraste no podría ser mayor: un Milei que se auto percibe como paladín frente a regímenes teocráticos, aunque en su estreno local se enfrenta a la lógica de los controles republicanos y a acusaciones judiciales. El pulso, en este caso, lo marcan opositores y jueces que reclaman explicaciones claras y exhaustivas, frente a una grieta que se agranda.

En cuanto al conflicto de Medio Oriente, las declaraciones presidenciales rozan lo provocador. En su comunicado oficial por el ataque iraní a Israel, que causó 13 víctimas, calificó la acción como terrorismo y señaló al régimen persa como una amenaza a la democracia en la región. Un mensaje netamente alineado con Netanyahu y Trump, aunque sin tocar los temas de fondo ni el equilibrio internacional, algo que expertos califican de riesgo diplomático.

Resulta inevitable preguntarse: ¿vale la pena una política comercial y estratégica tan condicionada por los dictados de Washington y Jerusalén, cuando en casa se debilita el funcionamiento de las instituciones republicanas? ¿Es un acto valiente o un salto al vacío? Las consecuencias no son simbólicas: el acuerdo militar con EE.UU., el traslado de la embajada a Jerusalén, la agresividad en discursos… todo apunta a un país que fragmenta su identidad tradicional para consolidarse como satélite ideológico.

Pero no es un alineamiento ideológico inocente. Las críticas acusan a Milei de jugar con fuego: su defensa acrítica del ataque israelí y su demonización de Irán podrían acarrear consecuencias directas en seguridad nacional. De hecho, en otros momentos cuando fallos judiciales acusaban a Teherán por atentados contra la embajada israelí y la AMIA, Argentina reforzó medidas de seguridad en instituciones judías y aeropuertos. Ahora que Israel e Irán vuelven al choque, la exposición diplomática podría traer costos reales, con reacciones contrarias en el país y una arena política cada vez más caliente.

En síntesis, Milei se planta firme en una línea beligerante. ¿Pero a qué precio?

En el plano internacional, el mensaje está claro: Argentina es aliada de EE.UU. e Israel, y define a Irán como enemigo. En el doméstico, esa misma determinación internacional choca con acusaciones de inhabilidad económica, uso discrecional del poder y posible colapso institucional.

¿Es un discurso coherente o una contradicción peligrosa? ¿Se protege la soberanía moral del país o se vende por un plato de lentejas diplomáticas?

El gobierno de Milei, más que responder, parece embanderarse en una lógica de confrontación: agresiva afuera y apelativa adentro. ¿Hasta cuándo? Hasta que el Congreso, la Justicia o la calle impongan un freno. El dilema es notable: una política exterior sin matices, no admite ni medias verdades, pero en lo interno deja grietas abiertas que podrían desgastarlo desde adentro.

Este combo de apoyo internacional y presión interna convierte a Milei en una figura polarizante: amparado por la estrategia, pero acorralado por la táctica. Crítica tras crítica, la pregunta late con urgencia: si su propia gente lo va a juicio político, ¿qué margen le quedará para exhibir una diplomacia implacable sin que el edificio republicano se resquebraje?

Un país se juega cartas pesadas. Y el presidente… también.

Fuentes:

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