Mientras el partido que fundó se desangra en internas y deserciones, Mauricio Macri arma las valijas y se exilia de la escena política. Su primo Jorge queda al mando de una Ciudad que ya no responde, entre reproches, pedidos de cambios y un escenario de fragmentación inédita.
El PRO enfrenta su peor crisis desde su nacimiento. La derrota electoral en su bastión histórico dejó heridas abiertas, facturas internas y un éxodo hacia La Libertad Avanza. Mauricio Macri, arquitecto del desastre, escapa hacia Europa y Medio Oriente, mientras Jorge Macri intenta sostener el poder sin aliados, sin legislatura y sin rumbo claro. ¿Asistimos al principio del fin del macrismo como lo conocimos?
Macri se fue. Pero no se fue en silencio, ni en paz. Se fue dejando atrás un partido hecho jirones, una Ciudad que ya no le responde y un electorado que eligió otro color. Lo que hasta ayer era amarillo, hoy es violeta y verde. Y lo que fue hegemonía, se transformó en incertidumbre.
La escena tiene algo de tragicómico: Mauricio Macri, fundador del PRO, ex presidente de la Nación y jefe espiritual del espacio, se toma un avión en plena debacle política. El partido que ayudó a construir atraviesa su momento más oscuro y él, simplemente, desaparece del escenario. Viaja a Madrid, luego a Medio Oriente. Participa en homenajes, sonríe para las fotos, mientras en Buenos Aires el PRO se desmorona como un castillo de naipes.
No es una fuga cualquiera. Es la huida de quien carga con el peso simbólico de la peor derrota del PRO en su historia. Porque fue él quien impuso el desdoblamiento electoral en la Ciudad. Fue él quien se subió a la campaña, con más ansiedad que estrategia. Fue él quien acompañó a Silvia Lospennato a cada canal de televisión, a veces para hablar de más, otras para decir lo que nadie quería escuchar. Fue él quien diseñó una arquitectura política que terminó por implosionar.
Y ahora, frente a los escombros, se va.
Los sectores «acuerdistas» del PRO no dudan: la derrota es suya, enteramente suya. La campaña porteña, que debía proteger al bastión amarillo del arrastre nacional, terminó nacionalizándose por completo. Las comunas del norte, que históricamente votaban PRO, se volcaron a La Libertad Avanza. Recoleta, símbolo de la fidelidad macrista, hoy se tiñe de violeta libertario. En el sur, el peronismo resiste. En el centro, el progresismo crece. El mapa electoral ya no es amarillo. Es un mosaico inestable.
La elección fue un parteaguas. El primer oficialismo en perder su tierra en 2025. La derrota se multiplica al cuadrado por tratarse de su bastión, y al cubo porque su propio jefe, Jorge Macri, no logró sostener el legado.
En este contexto, el PRO entra en estado deliberativo. La palabra “asamblea” retumba en los pasillos de la Legislatura porteña, donde los números ya no cierran y los aliados ya no aparecen. Los radicales se fueron, la Coalición Cívica se dispersó, los socialistas están lejos y Larreta, aquel que supieron despreciar, ahora es visto con nostalgia.
Jorge Macri, sin escapatoria, queda solo. Hay quienes le exigen cambios urgentes en su gabinete. Le apuntan a nombres específicos: César Torres en Gobierno, Ignacio Biastocchi en Espacio Público. Incluso se menciona la llegada de María Eugenia Vidal como salvavidas de última hora. Pero él resiste. Dice que no habrá volantazos. Que la elección se nacionalizó. Que su gestión no fue evaluada. Que todo es culpa del arrastre de Milei.
¿Y Milei? Milei observa desde el otro lado de la grieta, satisfecho. Su plan avanza: debilitar al PRO desde adentro, desarmarlo, absorberlo dirigente por dirigente. Nada de frentes. Nada de coaliciones. Garrochazos individuales. Ofertas personalizadas. Quien quiera venir, que venga solo. El PRO ya no tiene estructura sólida, ni rumbo común. Es una bolsa de gatos, y algunos ya comenzaron a saltar.
Cristian Ritondo y Diego Santilli son ahora los encargados de negociar con La Libertad Avanza. Pero, ¿qué tienen para ofrecer? Si hace unas semanas los libertarios decían que el PRO “estaba regalado”, hoy los miran con displicencia. En el nuevo tablero, el partido amarillo es irrelevante. No suma votos. No genera expectativas. Y sobre todo, no tiene liderazgo.
Porque Macri, el líder, se fue.
Antes de partir, dejó una frase como testamento: “Los que estaban regalados ya se pasaron. Los que quedan tienen valores”. Como si el problema del PRO fuese moral, y no político. Como si se tratara de traiciones personales, y no de una implosión estructural.
La escena es patética: dirigentes del PRO implorando respeto a los libertarios, mendigando una silla en la mesa del poder, mientras Milei y Karina seleccionan quién entra y quién queda afuera. ¿Qué principios pueden sostenerse cuando lo único que importa es la cercanía al nuevo dueño del poder?
Mientras tanto, en la Legislatura porteña, ya se anticipan reconfiguraciones. Larreta, desde las sombras, teje una nueva bancada con Graciela Ocaña. Se habla de cinco legisladores que abandonarán el bloque PRO. Las leyes, desde ahora, se negociarán una por una. La gobernabilidad, ese viejo valor de la política tradicional, vuelve a escena. Pero el PRO no está preparado. Perdió el músculo. Perdió los aliados. Perdió la iniciativa.
Y en el fondo, también perdió la Ciudad.
Porque la Ciudad ya no es del PRO. Es de Milei, es de Santoro, es de los vecinos que votaron otra cosa. Jorge Macri lo sabe, aunque no lo diga. Por eso no quiere mover las piezas. Porque no sabe con qué reemplazarlas. Porque no tiene un plan. Porque no tiene un horizonte.
La caída del PRO no es solo electoral. Es simbólica. Es la caída de un modelo. El modelo Macri. El de la política de CEOs, la gestión empresarial, la estética marketinera. Ese modelo hoy no entusiasma a nadie. Ni siquiera a sus propios fundadores.
Y mientras Mauricio Macri se pierde en los pasillos de la Fundación Libertad en Madrid o en algún rincón de Medio Oriente, el partido que lleva su apellido se consume en peleas internas, reproches cruzados y negociaciones desesperadas con un Milei que los desprecia.
¿Es el final del macrismo? Tal vez no. Pero sin dudas es el principio de su eclipse. Porque los liderazgos no se delegan, no se exportan, no se tercerizan. Y hoy, el PRO no tiene líder. Solo tiene fantasmas.
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