Mientras Javier Milei se encierra entre trolls, algoritmos y blindajes policiales, Cristina volvió a respirar el calor del pueblo desde el lugar que supo convertirse en emblema de resistencia y mística política. La escena, lejos de ser un mero gesto doméstico, fue interpretada como un mensaje directo al poder real y una provocación para los operadores judiciales que aún la acechan.
Una figura asoma entre los pliegues de una cortina. Se abre una ventana. Se corre el toldo. Y entonces, como en una escena repetida por la historia pero cargada de presente, Cristina Fernández de Kirchner se muestra una vez más desde el balcón de su casa en Juncal y Uruguay. No dijo palabra. No agitó ninguna bandera. No levantó el puño. Solo apareció. Pero eso fue suficiente para detonar una nueva ola de histeria entre los voceros del régimen libertario que la quieren callada, sumisa, borrada de la historia y, si es posible, de la escena pública.
El dato que disparó el revuelo vino del fuero judicial. El juez del Tribunal Oral Federal 2, Rodrigo Giménez Uriburu, firmó una resolución autorizando a la expresidenta a “hacer uso del balcón de su domicilio” durante el cumplimiento de su prisión domiciliaria, dictada en el marco de la causa conocida como “Vialidad”. Un fallo que parece menor desde lo legal, pero que desbordó de contenido simbólico apenas la exmandataria pisó el umbral de ese espacio que ya es parte de la iconografía peronista.
La escena fue tan sencilla como demoledora. Cristina, envuelta en un conjunto blanco, con el cabello suelto y una sonrisa leve, salió unos segundos al balcón en la noche del 19 de junio. Fue suficiente. En minutos, las redes estallaron. Los canales de noticias interrumpieron sus transmisiones para “analizar” el suceso como si se tratara de una declaración de guerra. Y los periodistas «ensobrados», esos que suelen repetir el guión oficial sin rubor, entraron en estado de pánico escénico.
No fue una aparición espontánea. La decisión del tribunal fue motivada por un pedido formal de sus abogados, en línea con las garantías mínimas de cualquier régimen de detención domiciliaria. Sin embargo, en la Argentina de Milei —donde los derechos son privilegios y la ley es un instrumento de castigo selectivo—, todo lo que rodea a Cristina se convierte en espectáculo y en amenaza para quienes gobiernan con el odio como combustible.
La postal de Cristina en el balcón no es una simple anécdota. Es una relectura del pasado reciente y un anclaje firme en la actualidad. Porque ese balcón no es cualquiera: es el mismo desde donde saludó a la militancia en los días más tensos del lawfare. El mismo que se convirtió en santuario improvisado cuando las vallas, la represión y el atentado fallido intentaron silenciar a una de las figuras más trascendentes de la democracia argentina.
Que haya vuelto a aparecer ahí, luego de meses de ataques mediáticos, operaciones judiciales y un cerco político que busca desterrarla del imaginario colectivo, es un acto de enorme valentía. Es, también, una provocación para el poder. Pero no una provocación gratuita, sino una interpelación directa: acá estoy, siguen sin poder conmigo.
En el contexto de un país devastado por la motosierra de Milei, con universidades desfinanciadas, jubilados empobrecidos y la represión como política de Estado, la imagen de Cristina en el balcón irrumpe como un chispazo de humanidad, una grieta luminosa en medio del oscurantismo libertario. Porque mientras el presidente juega a ser influencer y se pelea con caricaturas de cartón en Twitter, una dirigente real le recuerda al pueblo que la política también es cuerpo, presencia, mirada.
Y si alguien creía que la figura de CFK estaba desgastada o apagada, se equivocó. El revuelo provocado por su breve aparición demuestra que su potencia simbólica sigue intacta. La necesitan silenciada porque su voz resuena en millones. La persiguen judicialmente porque sus ideas siguen organizando esperanza. La reducen a caricatura porque saben que, aún sin cargo, Cristina es una referencia inevitable de la política nacional.
Claro que no todos reaccionaron con entusiasmo. Desde algunos medios se intentó ridiculizar la situación, hablando de “privilegios” o “maniobras” para victimizarse. Otros, con tono seudojurídico, plantearon que su aparición en el balcón ponía en jaque los términos de su prisión domiciliaria. Una paranoia tan forzada que solo revela el temor profundo que aún despierta su figura en los sectores de poder.
Y es que el lawfare, en su versión más burda, nunca se trató solo de procesos judiciales. Fue, y es, un mecanismo para disciplinar políticamente. Un dispositivo para construir sentido común en base al escarnio. Pero como toda estrategia autoritaria, el lawfare fracasa cuando el pueblo sigue reconociendo a sus líderes más allá de lo que diga un fallo escrito a medida.
La aparición de Cristina, además, ocurre en el marco de una renovada movilización popular. Las últimas semanas estuvieron marcadas por marchas multitudinarias en defensa de la educación, la salud pública y los derechos laborales. Un pueblo en las calles que no parece dispuesto a entregar lo conquistado sin pelear. Y ahí, en ese clima de resistencia, Cristina aparece como faro y como síntesis.
No es casual que su salida al balcón se haya dado después de la Marcha Federal Universitaria, una de las movilizaciones más masivas de los últimos años. Tampoco es accidental que haya sido autorizada justo cuando las encuestas empiezan a mostrar un desplome en la imagen presidencial y un hartazgo creciente ante el experimento ultraliberal de Milei. La política, como sabemos, no deja lugar a las coincidencias ingenuas.
El juez Giménez Uriburu —el mismo que fue fotografiado en una estancia de Lewis jugando al fútbol con fiscales de la causa contra Cristina— se vio obligado a autorizar su pedido. Y eso no habla de buena voluntad, sino de un contexto que ya no le permite a ciertos actores judiciales seguir con el simulacro de imparcialidad sin pagar costos.
Cristina volvió al balcón. No gritó, no arengó, no se victimizó. Solo apareció. Pero eso bastó para desnudar el nerviosismo del poder. Porque su presencia, incluso silenciosa, incomoda más que mil discursos. Porque su figura —amada u odiada— sigue siendo la vara con la que se mide la política argentina. Y porque mientras otros se refugian en likes y encuestas truchas, ella vuelve a mirar a los ojos a su pueblo.
La historia tiene momentos que condensan un tiempo entero. El de anoche fue uno de ellos. Un instante fugaz que se convirtió en símbolo. Cristina en el balcón, otra vez. Mientras el gobierno se hunde en su propio delirio, la política real, la que convoca, emociona y moviliza, volvió a hacerse presente desde el lugar donde todo comenzó. El mensaje fue claro. Y esta vez, no se gritó. Se susurró con una imagen. Pero retumbó como un trueno.
Fuentes:
- https://www.lapoliticaonline.com/judiciales/despues-de-la-marcha-multitudinaria-la-justicia-autoriza-a-cristina-a-salir-al-balcon/
- https://www.pagina12.com.ar/835646-cristina-de-nuevo-en-el-balcon
- https://www.perfil.com/noticias/politica/el-juez-gorini-autorizo-a-cristina-kirchner-a-salir-al-balcon-de-su-casa-durante-la-prision-domiciliaria.phtml
Deja una respuesta