La asfixia a las economías regionales: El modelo de apertura indiscriminada y dólar barato genera una catástrofe productiva sin precedentes

Productores que regalan su cosecha, importaciones récord y una crisis que no baja los precios pero arrasa con el trabajo nacional. Desde peras chinas hasta tomates chilenos, los mercados se llenan de alimentos importados mientras los campos argentinos se vacían de futuro. En el nombre de la “libertad”, el gobierno pone en jaque a miles de familias rurales y dinamita la soberanía alimentaria.

¿Quién hubiera imaginado que en Argentina, una de las grandes potencias agroalimentarias del mundo, los productores tendrían que regalar su cosecha? Pero así es. En el país de las naranjas jugosas del norte, las peras del Alto Valle y los tomates robustos de Cuyo, hoy se consumen frutas chinas, cítricos egipcios y verduras chilenas. El relato de la «eficiencia del mercado» que el presidente Javier Milei repite como mantra, se traduce en los hechos en un ajuste brutal sobre las espaldas de las economías regionales, mientras los precios en las góndolas siguen intactos y la rentabilidad del trabajo rural desaparece.

Lo que está ocurriendo es mucho más que una tormenta económica. Se trata de una crisis estructural inédita, como la calificó la senadora nacional por Salta, Nora del Valle Giménez, al denunciar las consecuencias reales de las decisiones macroeconómicas del gobierno libertario. En el primer trimestre de 2025, las importaciones de alimentos se duplicaron, y el resultado se mide en despidos, cosechas tiradas a la basura y un horizonte cada vez más oscuro para miles de familias que dependen del campo para subsistir.

La senadora no habla en abstracto. Con la precisión de quien camina el territorio, describe con crudeza lo que ya se está viviendo: productores bananeros salteños obligados a regalar su producción por la invasión de bananas de Brasil y Bolivia que arrasaron con el mercado local. En paralelo, los productores de tomate en Cuyo enfrentan el mismo destino, al ver cómo las empresas enlatadoras optan por la mercadería extranjera que cuesta 20% menos. No hay forma de competir, no hay red de contención ni política de protección. Solo hay apertura. Y abandono.

El golpe más simbólico, sin embargo, llega desde el sur. En el Alto Valle de Río Negro y Neuquén —región históricamente asociada con la producción frutícola de calidad— la entrada de 1.597 cajas de peras frescas provenientes de China puso en jaque a toda una economía regional. El dato no es menor si se tiene en cuenta que Argentina es el segundo mayor productor mundial de peras. Pero nada de eso parece importar en el esquema económico de Milei y su ministro de Economía, Luis Caputo.

Este modelo, que se presenta como modernizador y eficiente, es en realidad un experimento cuyos efectos sociales y productivos son devastadores. La narrativa del “dólar libre” y la “competencia sin intervención” funciona a la perfección en las planillas de Excel de los tecnócratas de Balcarce 50. Pero en el campo, en los empaques, en los galpones de acopio, la realidad es otra: una cadena de valor destruida, empleos en riesgo y una caída brutal de ingresos.

El argumento del gobierno es que la apertura busca abaratar los precios, pero ni eso sucede. La senadora del Valle Giménez fue tajante: “la importación de alimentos no se tradujo en la baja de precios”. Es decir, no hay un supuesto beneficio para el consumidor. Lo que hay es un beneficio para los importadores y grandes comercializadores, mientras los productores nacionales quedan atrapados en una competencia desleal imposible de sostener.

Y aquí vale una pregunta de fondo: ¿qué significa soberanía alimentaria en el contexto actual? ¿Cómo se garantiza que un país pueda abastecerse a sí mismo, proteger su cultura productiva, su identidad territorial, su diversidad agrícola, si cada decisión de política económica está pensada en función de los intereses de unos pocos grupos financieros o del FMI? El experimento libertario, en nombre de la “libertad”, entrega la mesa de los argentinos a empresas extranjeras, desmonta los mecanismos de defensa local y deja al país expuesto a las fluctuaciones del mercado global.

Los testimonios son un grito que retumba: familias rurales que ven peligrar su única fuente de sustento, generaciones de productores que no saben si podrán seguir sembrando, y una cadena productiva que empieza a resquebrajarse. Y no, no se trata solo de romanticismo rural: hablamos de miles de empleos directos e indirectos, de pueblos enteros cuya economía gira alrededor del campo, de exportaciones que alguna vez fueron orgullo nacional y hoy son reemplazadas por frutas y hortalizas que llegan desde el otro lado del mundo.

El gobierno no solo se muestra insensible, sino que además profundiza un modelo de desindustrialización del interior. La crisis no es casual ni inevitable. Es una consecuencia directa de políticas deliberadas, de una ideología económica que desprecia la planificación, la producción nacional y el rol del Estado como regulador y garante de equidad.

Mientras Milei celebra en redes sociales su supuesto “milagro económico”, en los galpones frutícolas del Alto Valle reina el silencio. No hay prensa, no hay cámaras, no hay marketing. Solo trabajadores angustiados y cosechas que terminan en la zanja. Lo mismo en Salta, donde los bananeros no tienen ni precio ni mercado. Lo mismo en Cuyo, donde las plantas industriales bajan su ritmo y los pequeños productores se preguntan si vale la pena seguir.

Hay una línea invisible, pero brutal, que une todos estos hechos: el desprecio por lo nacional, el ajuste disfrazado de eficiencia, la apertura como sinónimo de saqueo. En nombre de la libertad, se sacrifican derechos, empleos, alimentos, producción. En nombre de la competencia, se entrega el mercado interno. Y en nombre del futuro, se condena el presente.

La “crisis inédita” que denunció la senadora del Valle Giménez no es un error. Es el resultado lógico de un plan económico que desprecia la diversidad productiva, asfixia al interior del país y pone de rodillas a quienes trabajan la tierra. En la Argentina de Milei, el campo no es la patria. Es apenas una variable descartable.

Porque cuando un país deja de proteger lo que produce, lo que alimenta y lo que da trabajo, ya no es solo un problema económico. Es una tragedia moral.

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