En plena campaña electoral en la Ciudad de Buenos Aires, la candidata estrella del PRO confundió en vivo la ubicación del histórico hospital Ramos Mejía, exponiendo una desconexión preocupante con la realidad porteña y el estado del sistema de salud público.
(Por Sofía Arregui) La diputada Silvia Lospennato, figura central del armado electoral macrista en CABA, no supo responder dónde queda uno de los hospitales más emblemáticos de la ciudad que aspira representar. El lapsus no fue solo un blooper: es un síntoma revelador de la lejanía de una dirigencia que habla de eficiencia y gestión, pero que desconoce hasta la geografía básica de la salud pública. ¿Qué tan preparada está esta dirigencia para defender lo público si no puede ni señalarlo en el mapa?
La política, en teoría, es el arte de representar. Pero, ¿cómo representar algo que ni siquiera se conoce? La diputada nacional y actual candidata del PRO por la Ciudad de Buenos Aires, Silvia Lospennato, ofreció una respuesta contundente —aunque involuntaria— a esta pregunta. En medio de una entrevista televisiva en horario central, confundió la ubicación del Hospital Ramos Mejía, uno de los centros de salud más icónicos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, asegurando sin titubeos que estaba en la provincia.
“Es de Provincia”, soltó Lospennato frente a la consulta de la panelista Costa, en el programa Cortá por Lozano de Telefe. El intercambio, incómodo desde lo visual y devastador desde lo simbólico, deja al descubierto mucho más que una distracción. Se trata de una radiografía en vivo del desinterés, la desconexión y el desconocimiento que campea en una dirigencia política —en este caso del PRO— que ha convertido a la administración de lo público en una performance, un discurso vacío con métricas grandilocuentes pero escasa empatía con las instituciones que dicen cuidar.
El Hospital Ramos Mejía no es un centro de salud más. Fundado en 1889, se ubica en el barrio porteño de Balvanera, a pocas cuadras del Congreso de la Nación. Es un símbolo de la salud pública y un refugio cotidiano para miles de vecinos y vecinas que no acceden a la medicina privada. Confundirlo con una localidad del conurbano no es un lapsus cualquiera. Es ignorar la historia sanitaria de la ciudad que se pretende representar. Es, en esencia, borrar al otro, a ese que espera en la guardia durante horas, a la madre que lleva a su hijo con fiebre sin obra social, al jubilado que acude por una receta que no puede pagar.
Cuando el periodista Augusto Telias le indicó su error, Lospennato ensayó una justificación algo infantil: “Pensé que hablabas de Ramos Mejía, la localidad”. Y luego, como si nada, defendió el modelo de salud del gobierno porteño: “La Ciudad invierte el 20% de su presupuesto en salud”. La cifra suena pomposa, sí, pero no sirve de escudo cuando la evidencia la desmiente: hospitales con techos que se caen, falta de insumos básicos, profesionales de la salud con sueldos de hambre, y pacientes que tienen que llevar hasta su propio alcohol en gel.
No es menor el momento político en que se da este furcio. El PRO atraviesa una de sus peores crisis internas en años. Las tensiones entre los halcones alineados con Javier Milei y los sectores más institucionales del macrismo generan cortocircuitos permanentes. El reciente fracaso del proyecto de “Ficha Limpia” en el Senado —una de las banderas anticorrupción que Lospennato agitaba con fervor— dejó heridas abiertas, internas al rojo vivo y una base militante desmoralizada. En ese contexto, cada error se multiplica, cada traspié se viraliza, cada desconexión se convierte en un misil político.
Y es aquí donde el yerro de Lospennato toma otra dimensión: no es un simple blooper de campaña. Es la cristalización de una casta política que se especializa en gestionar planillas de Excel pero no en caminar los pasillos de un hospital. Es la viva imagen de una funcionaria que —como tantos otros— puede recitar de memoria el presupuesto en salud, pero no puede decir con certeza dónde está ubicado un centro médico clave. Porque nunca lo pisaron. Porque no conocen a sus médicos. Porque no hablaron con los pacientes. Porque no tienen idea de cómo huele la espera en una guardia pública.
Resulta especialmente ofensivo que esta escena se produzca en el marco de una campaña que pretende polarizar entre “lo nuevo” y “la casta”. Si algo muestra este episodio es que el problema no es la “casta” como caricatura ideológica, sino el vaciamiento técnico, humano y simbólico de lo público. Y ese vaciamiento no lo inventó Javier Milei: lo viene ejecutando sistemáticamente el PRO desde hace más de 15 años en la Ciudad de Buenos Aires. Privatizaciones encubiertas, tercerizaciones, abandono edilicio, desprecio por los trabajadores del sistema de salud, y, ahora, candidatas que ni siquiera saben lo que están defendiendo.
¿De qué sirve jactarse de una supuesta inversión en salud si quienes diseñan esas políticas desconocen hasta la geografía básica de los servicios sanitarios? ¿Cómo puede una figura política querer legislar para los porteños sin conocer los nombres ni las ubicaciones de los hospitales donde miles se juegan la vida cada día? ¿Es un error casual o una manifestación descarnada del elitismo que atraviesa de punta a punta la política neoliberal?
Claro que un desliz en televisión no debería sentenciar una carrera política. Pero cuando ese desliz revela una ignorancia estructural sobre lo público —sobre lo esencial—, entonces sí hay que detenerse. Porque si no saben dónde está el hospital, menos sabrán qué se necesita para salvarlo. Si no saben dónde queda el Ramos Mejía, tampoco sabrán por qué sus médicos marchan, por qué faltan camas, por qué la gente tiene miedo de enfermarse. Porque esa ignorancia no es inocente: es ideológica. Es consecuencia directa de una forma de ver el mundo donde lo público es siempre secundario, siempre descartable, siempre despreciable.
La campaña electoral en la Ciudad de Buenos Aires ya no se juega solo entre promesas de orden y modernización. Se juega, también, en el terreno del sentido común. Y el sentido común, para muchos porteños, comienza por saber a dónde ir cuando se sienten mal. El día que a Lospennato se le ocurrió que el Ramos Mejía quedaba “en Provincia”, quedó claro que hay políticos que ya no saben a dónde ir ni cuando se trata de su propia campaña.
En tiempos donde lo público está en riesgo, donde Milei amenaza con dinamitar derechos históricos y donde el PRO intenta reinventarse sin salirse del guion neoliberal, el desconocimiento no es una anécdota. Es una advertencia. Porque no se puede gobernar lo que no se conoce. Ni defender lo que no se pisa.
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