El vocero presidencial repite con tono triunfal que “se terminó el déficit fiscal después de 123 años”, pero los datos históricos lo desmienten y exponen el uso político de una falsedad maquillada como épica.
(Por Nicolás Valdez) “Terminamos con el déficit fiscal después de 123 años”, sentenció Manuel Adorni, vocero presidencial, con esa mezcla de arrogancia y autosatisfacción que se volvió marca registrada del gobierno de Javier Milei. Aplausos en el círculo libertario, titulares amplificados por medios afines, y un nuevo ladrillo para edificar el relato fundacional de una supuesta refundación de la economía nacional. Pero hay un problema: es mentira. O, si se quiere ser técnicamente generoso, es una verdad tramposa, recortada, manipulada.
La frase que se repite como mantra libertario parte de una serie histórica confiable: la elaborada por la economista Victoria Giarrizzo en base al trabajo Dos siglos de economía argentina de Orlando Ferreres, un referente que incluso exfuncionarios del macrismo, como Ricardo Delgado, consideran sólido y serio. Esa base permite confirmar que la Argentina tuvo déficit fiscal financiero en 113 de los últimos 123 años. Sí. Pero ese dato no significa, ni de cerca, que nunca hubo superávit. De hecho, hubo al menos diez años con superávit financiero y más de cuarenta con superávit primario. Adorni lo sabe. Milei también. Pero el relato necesita mitos, y este parece ser uno de los más funcionales.
Para entender la magnitud de la mentira, primero hay que precisar qué se está midiendo. El resultado fiscal financiero es la diferencia entre todos los ingresos del Estado y todos sus gastos, incluyendo el pago de los intereses de la deuda. El resultado primario, en cambio, excluye justamente esos intereses. Cuando Milei habla de haber logrado un “superávit financiero libre de default”, intenta presentar ese hito como algo sin precedentes en nuestra historia moderna. Pero los números lo desmienten sin miramientos.
Entre 2003 y 2008, Argentina tuvo seis años consecutivos de superávit financiero. Fue durante los primeros gobiernos kirchneristas, esos que hoy Milei se empeña en demonizar como símbolo de la casta. Y no fue un fenómeno aislado: en 2010 volvió a alcanzarse ese equilibrio. ¿Había default en esos años? No. ¿Había superávit real? Sí. ¿Lo reconocen hoy desde el oficialismo? Por supuesto que no. Porque la verdad arruina el relato.
Si se analiza el resultado primario, la evidencia es aún más contundente. Hubo superávit en más de 40 años desde 1900. Entre 1900 y 1935, Argentina logró superávit primario 24 veces. Más cerca en el tiempo, entre 1991 y 2011, el país tuvo saldo primario positivo en 16 de 21 años. En otras palabras: lo que Milei y Adorni presentan como una hazaña sin precedentes es, en realidad, una etapa que ya hemos transitado —y en algunas ocasiones, con resultados económicos y sociales bastante más equilibrados que los actuales.
Pero el problema no es solo el error fáctico —que ya es grave para un gobierno que se autopercibe como cruzado contra la mentira estatal—, sino el uso político que se hace de esta falsedad. Milei necesita mostrarse como un mesías económico que vino a hacer lo que nadie se animó, aunque eso implique borrar con el codo la historia argentina reciente. Por eso Adorni no duda en recortar los datos, omitir contextos, y lanzar frases con pretensión de eternidad. La pregunta es si el país puede construirse sobre un relato tan poco serio.
Además, el superávit anunciado a comienzos de 2025 no es producto de una reforma estructural, ni de una mejora en la productividad nacional, ni mucho menos de una expansión del empleo o del mercado interno. Es, en buena parte, el resultado de un ajuste feroz que se aplicó sobre los sectores más vulnerables: jubilaciones de miseria, despidos masivos, paralización de la obra pública, licuación del gasto en salud y educación. ¿Vale más el resultado numérico que la devastación social que lo produce?
Ni siquiera en términos técnicos el superávit de Milei es tan sólido como se lo presenta. Las reservas del Banco Central, por ejemplo, vienen cayendo a ritmo preocupante, mientras se posponen pagos y se reestructuran compromisos para maquillar los números. En paralelo, el Tesoro se endeuda en pesos a tasas insostenibles para financiar los gastos que ya no se cubren con recaudación genuina. Es decir: se presenta un equilibrio fiscal como si fuera sostenible, cuando en realidad se basa en parches, postergaciones y una brutal transferencia de ingresos desde los trabajadores al capital financiero.
Hay otra dimensión que agrava la distorsión: la manipulación emocional. Cuando Adorni y Milei dicen “123 años sin superávit”, no están solo hablando de economía. Están construyendo un mito épico que justifique el dolor presente. “Estamos mal, pero estamos haciendo historia”, sugieren. Es el mismo recurso que usaron dictaduras, gobiernos neoliberales y regímenes autoritarios: la narrativa del sacrificio necesario, aunque el sufrimiento lo paguen siempre los mismos.
La Argentina no necesita más relatos épicos. Necesita verdad, memoria económica y debate honesto. Adorni debería explicar por qué se ocultan los superávits de otros gobiernos, por qué se ignoran los contextos históricos, y por qué se apela a una frase que Chequeado —nada sospechoso de kirchnerismo— calificó como engañosa. Porque eso es lo que es: una engañosa apropiación de un dato recortado, presentado como proeza nacional.
Quizás el problema no sea solo lo que se dice, sino lo que se elige no decir. Porque al hablar de 123 años de déficit, se omite que muchos de esos déficits estuvieron ligados a crisis externas, golpes militares, decisiones impuestas por organismos internacionales y políticas de endeudamiento diseñadas desde el extranjero. ¿Se puede medir toda la historia fiscal argentina con una regla simplista que ignora esos matices? Solo si lo que se busca no es comprender, sino imponer una visión única, autoritaria y funcional al marketing libertario.
Mientras tanto, el país real sigue esperando algo más que una frase pegadiza. Espera soluciones que no destruyan el tejido social. Espera números que no se logren sobre el hambre. Y espera funcionarios que no necesiten mentir para justificar lo injustificable. Porque si la épica se construye con falsedades, lo único histórico será la decepción.
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