El Concejo Municipal de Bariloche declaró a Milei persona no grata por relativizar el reclamo histórico sobre las Islas Malvinas

Despertó la indignación de excombatientes y comunidades que aún luchan por memoria, verdad y soberanía. Las palabras de Milei el pasado 2 de abril no pasaron desapercibidas. Su mención a la autodeterminación de los kelpers como principio rector para resolver el conflicto de soberanía fue recibida como una claudicación intolerable. Bariloche, ciudad con fuerte memoria malvinera, respondió con contundencia: el presidente no es bienvenido.

En una decisión cargada de simbolismo y memoria histórica, el Concejo Municipal de San Carlos de Bariloche declaró persona no grata al presidente Javier Milei. No se trató de un acto simbólico menor ni de una reacción exagerada. Fue una declaración política que puso en palabras lo que muchos argentinos —y especialmente los veteranos de Malvinas— sienten: que el actual jefe de Estado ha cruzado una línea roja al relativizar uno de los consensos más firmes de nuestra historia reciente, la soberanía sobre las Islas Malvinas.

El hecho detonante fue su discurso pronunciado el pasado 2 de abril, Día del Veterano y de los Caídos en la guerra del Atlántico Sur. En ese contexto solemne y cargado de respeto, Milei eligió no honrar la gesta, sino polemizar con el corazón de la memoria colectiva. Dijo, entre otras cosas, que el reclamo argentino “fue damnificado por la corrupción y la incompetencia de la casta política” y que “nadie puede tomar en serio el reclamo de una nación cuya dirigencia es conocida en el mundo por su corrupción”. Pero la frase que desató la furia, el repudio y el escándalo fue otra: “Anhelamos que los malvinenses decidan algún día votarnos con los pies a nosotros. Por eso buscamos hacer de Argentina una potencia tal que ellos prefieran ser argentinos y que ni siquiera haga falta la disuasión o el convencimiento para lograrlo”.

El giro ideológico de Milei no es nuevo, pero aquí alcanzó un punto de no retorno. Validar —aunque sea tangencialmente— la autodeterminación de los isleños como camino hacia una solución del conflicto contradice de forma frontal la posición sostenida durante décadas por los sucesivos gobiernos democráticos. Argentina no desconoce a los habitantes de las islas, pero jamás aceptó el principio de autodeterminación como válido en este caso, dado que se trata de una población trasplantada luego de la ocupación colonial de 1833.

El proyecto de comunicación 287/25 presentado por el concejal Leandro Costa Brutten, del partido Incluyendo Bariloche, recogió esta indignación y la tradujo en una acción institucional concreta. La votación fue acompañada por excombatientes presentes en el recinto, hombres que no hablan desde el cálculo político sino desde las heridas abiertas, desde la experiencia vivida y desde la certeza de que no todo se compra con prosperidad económica.

La estrategia de Milei de convertir el reclamo por Malvinas en una cuestión de marketing geopolítico es tan peligrosa como ofensiva. Sugerir que los isleños podrían «votar con los pies» y sentirse atraídos por una Argentina «próspera» como quien elige un mejor centro comercial, no solo trivializa el conflicto, sino que borra de un plumazo casi dos siglos de lucha diplomática y legal. La autodeterminación en Malvinas es un artificio británico, una ficción construida para legitimar el colonialismo, y ningún argentino serio puede asumirla como válida sin rendirse ideológicamente.

Y eso es justamente lo que Milei hace: se rinde. Con un vocabulario que mezcla liberalismo dogmático, desprecio por el Estado y romanticismo mercantil, termina entregando la soberanía como quien firma un cheque. A su juicio, la única manera de que las Malvinas vuelvan a ser argentinas es que los kelpers, seducidos por una especie de «milagro económico libertario», se sientan atraídos espontáneamente por el país que hoy él mismo denigra como “un refugio de la escoria del mundo”.

Más que una declaración de principios, lo de Milei fue una provocación irresponsable. Como si la autodeterminación pudiera aplicarse igual para un territorio ocupado militarmente, con un conflicto bélico reciente, con soldados aún enterrados en su suelo, con familias esperando justicia y con heridas que nunca cerraron del todo.

El debate en el Concejo de Bariloche no fue fácil. Desde el PRO, intentaron suavizar el proyecto proponiendo quitar la parte que lo declaraba persona no grata y dejar solo el repudio al discurso. Pero la respuesta fue clara, firme, sin ambigüedades. “Todavía tenemos causas de suicidios de excombatientes, todavía tenemos familias que no han sido reconocidas y que ni siquiera pueden viajar a ver al padre que quedó en Malvinas”, retrucó el concejal Costa Brutten. La votación final fue contundente: ocho votos a favor y la aprobación por mayoría, a pesar de las ausencias de algunos concejales.

Bariloche no es cualquier ciudad. Tiene historia, tiene memoria, tiene una comunidad viva que defiende causas nacionales. Ya había declarado al Memorial Museo Malvinas Antártida y Atlántico Sur como de interés municipal y distinguido al excombatiente Pablo Marcos Rafael Carballo como ciudadano ilustre. El repudio a Milei no es un gesto aislado ni coyuntural: es la reafirmación de una identidad que no está dispuesta a negociar símbolos ni entregas.

Milei, por su parte, sigue atrapado en su lógica de disrupción constante, como si gobernar fuera un show televisivo o una provocación permanente. Sus discursos no construyen consenso ni fortalecen la unidad nacional, sino que siembran división, polarización y desprecio. Y cuando ese desprecio se dirige hacia una causa tan sensible como la de Malvinas, el daño no es solo simbólico: es moral, es histórico, es institucional.

Las Malvinas no son una ficha de póker en el casino neoliberal. Son una herida abierta, una causa justa, un reclamo respaldado por resoluciones internacionales, por derechos históricos y por una memoria que no se negocia. Si Milei no lo entiende, si elige burlarse, minimizar o mercantilizar la soberanía, entonces que no se sorprenda cuando las instituciones democráticas —como lo hizo Bariloche— le marquen el límite.

Porque la patria no se vende. Y quien juega con ella, tarde o temprano, cosecha el repudio.

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