Cuando el show reemplaza al Estado: Milei anunció una obra de teatro “a beneficio” del hospital Garrahan

Médicos, enfermeros y personal del hospital pediátrico más emblemático del país rechazan el espectáculo promovido por el mandatario en un streaming oficialista y exigen políticas públicas reales. La bronca y el hartazgo crecen entre quienes sostienen con precariedad la salud pública infantil mientras Milei improvisa con una peluca y delirios de estatua de la libertad.

(Por Sofia Arregui) La escena podría pasar por un sketch de mal gusto, una sátira de esas que rozan lo inverosímil y el absurdo. Pero no. Es real. El presidente de la Nación, Javier Milei, dedicó seis horas de su tiempo —sí, seis— a participar en una transmisión en vivo del canal oficialista Carajo, en el programa La Misa, conducido por el influencer libertario Daniel «el Gordo Dan» Parisini. Allí, entre risas, delirio escénico y adulaciones, anunció con entusiasmo un nuevo proyecto: una obra de teatro a beneficio del Hospital Garrahan.

El título de la pieza teatral, que parece sacado de un brainstorming de primer año de marketing libertario, es Juicio al capitalismo. En esta tragicomedia presidencial, Milei interpretará al abogado defensor del sistema que idolatra, acompañado por un elenco que incluye a sus ya célebres «rubias voluptuosas» disfrazadas de estatuas de la libertad. Todo, según dijo, “a beneficio del Hospital Garrahan”.

La respuesta de quienes todos los días sostienen con salarios paupérrimos la salud de miles de niños y niñas no tardó en llegar. Y no fue precisamente de agradecimiento.

Alejandro Lipcovich, secretario general de la Junta Interna de ATE en el Hospital Garrahan, fue categórico: “Lo que el hospital necesita no es una obra de teatro ni una limosna, sino presupuesto público”. La indignación del personal sanitario, que se bate a duelo con la escasez de recursos desde que Milei llegó al poder, se transformó en furia.

Y es que no se trata de una cuestión simbólica. Hay hambre de presupuesto real, no de aplausos vacíos ni promesas performáticas. La situación del Garrahan, tal como la describen sus propios trabajadores, es dramática: congelamiento salarial, presupuesto anclado en 2023, fuga de profesionales y condiciones laborales que bordean lo inhumano.

“El Garrahan está en una situación dramática precisamente por la política que él está aplicando”, denuncia Lipcovich, dejando en claro que no hay margen para el maquillaje ni la improvisación. El relato presidencial, envuelto en humo de redes sociales y marketing berreta, no resiste el menor contraste con la realidad cotidiana de quienes sostienen uno de los centros pediátricos más importantes del país.

¿Una obra de teatro para un hospital desangrado? La idea suena insultante. Suena cruel. Pero sobre todo, suena coherente con un modelo de gestión que reemplaza derechos por donaciones, inversión pública por caridad, políticas sanitarias por show en vivo. El Milei performer, que se lanza a escena con toga y martillo simbólico, no es un desvío de su rol presidencial: es su esencia más pura. El Estado como escenario, el pueblo como público y el ajuste como telón de fondo.

La bronca de los trabajadores del Garrahan es más que legítima: es una reacción visceral ante la precarización planificada, la desidia oficial y la banalización de un conflicto estructural. No se trata simplemente de falta de presupuesto: se trata de una política deliberada de desmantelamiento. “Este Gobierno quiere liquidar todo”, sentencia Lipcovich, y remata con nombre y apellido: Javier Milei, ejecutado por Carlos Lugones, un empresario de la salud, y avalado por autoridades internas que aplican el ajuste con la docilidad de quien obedece órdenes sin chistar.

Una enfermera con años de experiencia, según relatan desde el Garrahan, apenas alcanza un sueldo que no llega al millón de pesos. Ni siquiera cubre la canasta de pobreza. La exigencia de un salario inicial de $1.700.000 no es un capricho sindical, es una demanda de supervivencia, una línea de base para que el personal no abandone el hospital en masa. Porque ya está sucediendo: profesionales renuncian, áreas se desmantelan, la sobrecarga laboral se multiplica. ¿Quién atiende a los chicos cuando los médicos se van? ¿Quién sostiene el sistema cuando el presidente juega al teatro?

La lógica del “Estado ausente” no es solo un eslogan de campaña, es una práctica concreta. Milei no cree en la salud pública, ni en la educación, ni en los derechos sociales. Cree en el mercado, en el sálvese quien pueda, en la competencia darwiniana donde el que pierde, muere. Por eso no sorprende que su “aporte” al Garrahan sea un acto simbólico y grotesco, una performance vacía que intenta tapar el olor rancio del ajuste con luces de streaming.

Y lo más alarmante es que no se trata de un caso aislado. El Hospital Bonaparte, cercano al Garrahan, también enfrenta un intento de desmantelamiento. La estrategia es clara: asfixia presupuestaria, degradación progresiva, colapso funcional y privatización encubierta. La salud pública, en esta lógica, no es un derecho sino un gasto. Y por eso debe ser recortada, tercerizada o convertida en espectáculo para la tribuna.

¿Qué busca Milei con esta obra de teatro? ¿Redención pública? ¿Tapar el ajuste con una puesta en escena? ¿Demostrar que puede ser gracioso mientras cientos de trabajadores sanitarios no llegan a fin de mes? El intento de convertir una tragedia en comedia no es nuevo. Pero lo que en otras épocas podría haber sido una campaña de beneficencia, hoy es la burla cruel de un gobierno que pisotea derechos y ofrece migajas como si fueran manjares.

Mientras tanto, el Garrahan resiste. Con lo que puede. Con enfermeros exhaustos, con médicos que multiplican sus turnos, con técnicos que hacen malabares para mantener en pie equipos que no se renuevan. Resiste porque hay una convicción ética profunda, porque quienes lo integran saben que están defendiendo más que un hospital: están defendiendo la dignidad del sistema público de salud.

En este contexto, las palabras de Lipcovich retumban con fuerza: “Sabemos que este problema no es solo del Garrahan, es una política a escala nacional”. La bronca, entonces, no es solo contra un presidente que juega a ser actor. Es contra un modelo que desprecia lo público, que premia la especulación y castiga la solidaridad.

Porque mientras Milei juega al Juicio al Capitalismo, en los pasillos del Garrahan se libra otro juicio, mucho más urgente y real: el de una sociedad que no está dispuesta a resignarse a la indiferencia ni a aceptar que la salud infantil sea tratada como una causa benéfica de youtubers libertarios.

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