Cristina y Kicillof: El reencuentro necesario para construir la unidad y frenar a la derecha libertaria

Después del silencio, una llamada. El peronismo ensaya un reencuentro clave para definir su destino frente al avance neoliberal.

En medio de la ofensiva del gobierno de Javier Milei contra los derechos sociales, la soberanía nacional y el entramado institucional del país, Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof vuelven a hablar tras meses de distanciamiento. En esa charla breve pero simbólica se juega mucho más que una candidatura: se pone en marcha un proceso de reunificación peronista que podría convertirse en el principal dique de contención frente al experimento libertario que está dinamitando las bases del Estado argentino.

El martes 3 de junio, algo se quebró. Pero no fue el peronismo: fue el silencio. Tras cinco meses de distanciamiento público, la expresidenta Cristina Kirchner y el gobernador bonaerense Axel Kicillof retomaron el contacto político en lo que ya se perfila como un punto de inflexión en la interna del movimiento nacional y popular. El contexto no podría ser más desafiante: una sociedad golpeada por el ajuste, universidades públicas al borde del colapso, jubilados que no llegan a fin de mes, científicos condenados al exilio, industrias cerrando sus puertas. Frente a ese panorama, la dirigencia peronista tiene una sola opción sensata: unidad o derrota.

En una llamada telefónica breve pero cargada de sentido político, ambos referentes acordaron volver a hablar en los próximos días. Fue más que un gesto. Fue un anticipo de que, pese a las diferencias, hay conciencia de lo que está en juego. Como dice Cristina: “con la unidad no alcanza, pero sin unidad es catástrofe”. Kicillof, por su parte, mantiene reuniones con intendentes del conurbano que insisten en que no hay margen para las aventuras individuales. Ni personalismos ni egos: lo que se impone ahora es la construcción de un frente común para frenar el experimento ultraderechista que encarna Milei.

No se trata de una reconciliación romántica, sino de una necesidad política y estratégica. La confirmación de Cristina como candidata a diputada por la tercera sección electoral descolocó a más de un actor interno. Muchos pensaban que se trataba apenas de una amenaza para forzar una negociación. Pero no. La exmandataria mostró que está dispuesta a jugar en el territorio que mejor conoce: el conurbano profundo, donde el peronismo sigue siendo fuerte y el impacto del ajuste libertario se vive con crudeza cotidiana.

La candidatura de Cristina es una jugada de tablero. Una señal hacia dentro y hacia fuera. Hacia los intendentes que dudaban, hacia el electorado desorientado, hacia una militancia que reclamaba señales claras. Y sobre todo, es una invitación a construir una nueva mayoría desde el corazón mismo del pueblo trabajador. Allí donde Milei no logra enmascarar su desprecio por los humildes, Cristina pone el cuerpo.

Por supuesto, las tensiones existen. Nadie las oculta. La disputa por las listas, los lugares, las formas. Pero hay una diferencia clave respecto a otros momentos de crisis: esta vez hay voluntad de diálogo. No a través de intermediarios, no con operaciones mediáticas. Directamente. Cristina y Kicillof empezaron a conversar y, con ellos, se reactiva la posibilidad de que el peronismo ofrezca una alternativa seria, potente y creíble para enfrentar a Milei y su proyecto de demolición nacional.

La provincia de Buenos Aires, epicentro del poder político argentino, será una vez más el campo de batalla decisivo. Por eso el gesto de Cristina tiene un peso simbólico enorme. Podría haberse refugiado en una banca nacional, más cómoda y menos expuesta. Pero eligió ir al barro, a disputar cuerpo a cuerpo el sentido de la política con la gente. Una apuesta que sólo puede leerse como una convocatoria a la militancia, a las organizaciones, a las bases peronistas que todavía creen que es posible un país más justo.

En paralelo, los intendentes se están alineando. No sin discusiones, claro. Algunos, como Jorge Ferraresi, ya dejaron en claro que priorizarán la unidad por encima de sus aspiraciones personales. Otros, como Mario Secco, reclaman margen de maniobra en sus distritos. Las negociaciones avanzan entre tironeos, pero con un objetivo compartido: evitar la fractura. La clave está en entender que ninguna victoria individual servirá si el movimiento se parte en pedazos.

Desde el entorno de Sergio Massa también llegan señales de acompañamiento. Sin confirmaciones todavía sobre su propio rol electoral, el exministro se muestra disponible “para estar donde el país lo necesite”. Un guiño al proceso de unidad que se empieza a gestar y que lo incluye como actor relevante, especialmente en la primera sección electoral.

El gesto de Kicillof también es importante. No sólo por aceptar el llamado, sino por abrir un espacio real de negociación política. En días recientes, compartió un asado con una docena de intendentes en la residencia oficial, y todos coincidieron en la necesidad de responder colectivamente al escenario de crisis que atraviesa el país. En esos encuentros ya se empieza a delinear una hoja de ruta para enfrentar la elección provincial y, más allá de eso, para construir una alternativa de gobierno.

Porque si algo dejó en claro la gestión de Milei en estos primeros meses es que no gobierna: experimenta. Con la economía, con la salud pública, con la educación, con la democracia. Lo suyo no es un modelo de país, sino una demolición planificada. Un ataque sistemático al contrato social que la Argentina construyó con enormes esfuerzos desde la recuperación democrática. En ese marco, el peronismo tiene el deber histórico de ofrecer un camino distinto. Pero ese camino solo puede trazarse si hay unidad.

La política no es un escalafón, como dijo Cristina. No se trata de “ascensos” ni de codazos por un lugar en la boleta. Se trata de estar donde más se necesita, de ocupar el lugar que permita construir, contener, resistir y, finalmente, volver a soñar con un país más justo. Por eso el regreso del diálogo entre Cristina y Kicillof no es una anécdota: es una bisagra.

El pueblo espera gestos de grandeza. Espera que quienes fueron parte de las conquistas sociales más importantes de los últimos veinte años asuman la responsabilidad de impedir que la Argentina caiga en manos de un experimento antisocial, antipopular y antinacional. Y ese camino, guste o no, empieza por reencontrarse. Por eso esta llamada puede ser el comienzo de algo más grande: una reunificación política, emocional y estratégica del peronismo. No para repetir el pasado, sino para construir el futuro que nos están intentando robar.

Fuentes:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *