La marcha multitudinaria en el corazón político del país marcó un punto de inflexión. Con la prisión domiciliaria de Cristina Fernández de Kirchner como disparador, la militancia se plantó contra la avanzada judicial y el desguace neoliberal del gobierno de Javier Milei.
Desde su domicilio, CFK envió un mensaje desafiante y lleno de ternura al pueblo que copó la plaza. Allí no sólo se rechazó su condena, también se desnudó el colapso moral, económico y político del experimento libertario. Una jornada cargada de símbolos, memoria y un grito unívoco: “Vamos a volver”.
La Plaza de Mayo volvió a ser, una vez más, el epicentro de una batalla crucial. Esta vez, no se trató de una conmemoración ni de un aniversario. Lo que ocurrió el 18 de junio de 2025 fue otra cosa: un grito visceral, colectivo, contra la proscripción política y jurídica de Cristina Fernández de Kirchner, y, al mismo tiempo, una demostración contundente de que hay pueblo para dar pelea. Porque cuando el Estado de derecho tambalea, cuando la persecución política se disfraza de legalidad, es la calle la que habla. Y vaya si habló.
Desde las primeras horas de la tarde, una marea de banderas, bombos y gargantas desbordó la plaza histórica. No hubo frío ni amenazas policiales que frenaran la determinación de miles de personas que se acercaron al corazón de la Ciudad de Buenos Aires para abrazar, a la distancia, a una líder que, pese al encierro, sigue marcando el pulso político del país. Cristina, desde su casa en San José 1111, respondió con una mezcla de ironía, ternura y una claridad política que dejó al desnudo tanto la injusticia de su condena como el derrumbe inminente del modelo Milei.
“No me dejan salir ni al balcón. Dios mío, qué cachivaches que son”, lanzó, entre risas, en un audio que recorrió cada rincón de la plaza como si fuera un susurro íntimo entre compañeres. Ese tono, a medio camino entre la familiaridad y la resistencia, fue el que selló la conexión inquebrantable con una base popular que no abandona ni olvida.
Y no se trató sólo de Cristina. Lo que se puso en juego esa tarde —y lo que aún se sigue jugando— es el futuro democrático del país. La condena y prisión domiciliaria de la expresidenta es el síntoma más visible de un proceso de descomposición institucional que lleva meses, si no años, gestándose. Un proceso donde los resortes del Poder Judicial han sido instrumentalizados para perseguir a una figura política cuya única falta es haber representado —y aún representar— un proyecto nacional, popular y soberano.
Porque, a esta altura, no quedan dudas: el intento de borrarla del mapa político es una jugada desesperada por parte de quienes no pueden ganarle en las urnas. Y, al mismo tiempo, es una advertencia al resto del campo nacional: si pudieron con ella, pueden con cualquiera.
Pero no pudieron. No del todo. Porque como ella misma dijo: “Tenemos algo que ellos jamás van a tener, ni aunque compren todo: tenemos pueblo, tenemos memoria, tenemos historia y tenemos patria”. Ahí está el nudo de esta nueva etapa: frente al vaciamiento económico, la represión encubierta y el odio sistematizado, existe un nosotros que no se resigna, que organiza, que resiste y que sueña.
Y sí, también hubo lugar para la crítica demoledora al presente. Cristina no escatimó palabras al referirse al “modelo” que encarna Javier Milei. “Esto no es nuevo, ya lo vimos en el ‘76 con Martínez de Hoz, en los ‘90 con Cavallo. Siempre termina igual”, recordó con la lucidez de quien ya vio esta película, y sabe que no termina bien. “Este modelo no sólo es injusto, es insostenible. Se cae, como el yogur”, sentenció, con la precisión de una daga en la médula de la política económica actual.
El mensaje fue directo, sin filtros, sin maquillaje. “¿Cómo se sostiene un país donde la gente tarjetea la comida y no puede pagar la tarjeta? Mientras tanto, el impresentable de Caputo alquila dólares para simular que tiene reservas. Más chanta no se consigue”, disparó, con esa mezcla explosiva de humor y denuncia que le es tan característica. No fue sólo una crítica técnica: fue una interpelación moral. Porque lo que se está perdiendo no es solo el poder adquisitivo, sino el alma misma de la Argentina como proyecto de inclusión, soberanía y justicia social.
La jornada no estuvo exenta de tensiones. Hubo operativos policiales para frenar caravanas, controles arbitrarios y maniobras intimidatorias que buscaron desmovilizar. Nada de eso funcionó. Gobernadores, sindicatos, organizaciones sociales, estudiantiles y ciudadanos de a pie marcharon con una consigna clara: defender la democracia no es una consigna vacía, es una necesidad urgente.
Y en medio de todo, ese cántico que lo sintetiza todo: “Vamos a volver”. No como una consigna nostálgica, sino como una promesa de reconstrucción, de revancha histórica. Porque, como dijo CFK, “Ese país donde los pibes comían cuatro veces al día, donde los jubilados recibían sus medicamentos y los laburantes llegaban a fin de mes, no fue una utopía. Lo vivimos. Fueron doce años y medio donde eso pasaba. Y lo dejamos desendeudado, como a las familias y a las empresas”.
Desde ese pasado que resiste en la memoria, se proyecta una esperanza hacia el futuro. Pero no una esperanza ingenua. “No sé qué me depara el futuro inmediato, no tengo una bola de cristal. Pero ya viví una dictadura, intentos de saqueo, la muerte de Néstor, un intento de asesinato. A pesar de todo, acá estoy”, aseguró con voz firme, dejando claro que la lucha no terminó. Que el amor a la patria —ese que no se compra ni se alquila— sigue vivo, latiendo en cada bandera, en cada marcha, en cada gesto de solidaridad colectiva.
Cristina habló desde el encierro, pero su voz recorrió la plaza como si estuviera en el escenario. No hizo falta verla: su presencia fue tan tangible como las lágrimas, los abrazos, los cantos y las pancartas. Porque hay liderazgos que trascienden las rejas, los muros y los micrófonos. Liderazgos que, aunque intenten proscribirlos, regresan una y otra vez. Porque son parte del pueblo. Porque nacieron de él.
Lo que se vivió ese 18 de junio no fue una postal más para el archivo. Fue una advertencia. Un rugido. Una promesa. Que el pueblo está de pie. Que no acepta la injusticia. Que, cuando intentan disciplinarlo con causas judiciales, responde con organización, memoria y coraje.
Y así, entre canciones y consignas, mientras la noche caía sobre una Plaza de Mayo desbordada, resonaba el eco de un futuro por venir. Uno que, como tantas veces en la historia argentina, se forjará desde abajo, a fuerza de amor, dignidad y resistencia.
Porque sí, como dijo Cristina: los pueblos, finalmente, siempre vuelven.
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