Catamarca en pie de lucha: La rebelión docente autoconvocada que desbordó a Jalil y expone el ajuste de Milei

La masiva protesta de docentes autoconvocados tumbó un decreto regresivo y amenaza con convertirse en una ola de reclamos de todo el sector público. Jalil, atrapado entre el desfinanciamiento nacional y su propia obediencia a Milei, enfrenta el límite de la paciencia social.

Una manifestación histórica en Catamarca forzó al gobernador Raúl Jalil a derogar un polémico decreto que pretendía regular arbitrariamente la actividad docente. La revuelta no se detiene: ahora el reclamo se centra en los salarios, y podría arrastrar a otros gremios estatales. La crisis expone los efectos concretos del brutal ajuste del gobierno nacional.

La postal de Catamarca del último fin de semana fue elocuente: más de veinte mil personas copando las calles de la capital y ciudades del interior, pancartas improvisadas, aplausos, megáfonos y una consigna central: “Con los derechos no se negocia”. La movilización no fue organizada por los gremios tradicionales ni convocada por partidos políticos. Fueron los docentes autoconvocados quienes, hartos de sueldos de miseria y medidas arbitrarias, dijeron basta.

La chispa que encendió la mecha fue el decreto 884 del gobernador Raúl Jalil. Con el eufemismo de un “Régimen de Cobertura de Cargos Docentes”, el texto legal habilitaba una verdadera motosierra en el sistema educativo provincial: cierre de cursos, eliminación de horas cátedra y disponibilidades masivas. Es decir, más ajuste. Más precarización. Más castigo para quienes sostienen la educación pública con esfuerzo cotidiano.

Desde el gobierno intentaron una jugada clásica: negar, minimizar, esconder detrás de la burocracia el verdadero alcance del decreto. Pero esta vez no funcionó. Porque cuando el salario no alcanza ni para llenar el changuito y la palabra “austeridad” se transforma en una amenaza permanente, el enojo ya no puede esconderse bajo la alfombra. La movilización del viernes fue contundente. En números, pero también en convicción. Jalil, desbordado, no tuvo otra salida que retroceder.

Derogó el decreto, pero no calmó la bronca. Porque la revuelta no era solo contra una norma puntual, sino contra un modelo de gestión que reproduce la lógica del desguace estatal que propone Javier Milei desde la Casa Rosada. Una lógica en la que el ajuste siempre cae sobre los trabajadores, mientras los gobernadores como Jalil repiten el libreto sin chistar en el Congreso.

Resulta grotesco, por no decir obsceno, escuchar al gobernador justificar sus decisiones apelando a la falta de recursos que la Nación ya no transfiere. Como si sus propios legisladores no hubieran sido funcionales al modelo libertario. Como si el ajuste fuera una tormenta natural y no una decisión política sostenida por complicidades locales. ¿O acaso no fue Jalil uno de los primeros en alinear sus votos con el oficialismo libertario en el Congreso?

La contradicción no puede sostenerse por mucho tiempo. Porque mientras en las tribunas legislativas los representantes oficialistas levantan la mano al ritmo del recorte, en las calles los trabajadores ya no tienen margen para seguir esperando. El salario docente en Catamarca es, según los propios manifestantes, el más bajo del país. No hay relato que tape esa realidad. Ni promesa vacía que contenga esa indignación.

Ahora la exigencia es clara: un aumento del 30%. Y no hay margen para dilaciones. Jalil prometió abrir una mesa de negociación a mediados de mayo, pero —como tantas otras veces— la promesa se la llevó el viento. La convocatoria recién llegaría en junio, aseguran desde el gobierno provincial, una vez que se garantice el pago del aguinaldo. Pero el hambre no espera cronogramas administrativos. Y el hartazgo tampoco.

La próxima marcha está convocada para este sábado, y esta vez el llamado es más amplio: invitan a sumarse a todos los trabajadores estatales, incluso a las fuerzas de seguridad. Si ese frente se unifica, Jalil podría enfrentar una crisis institucional de dimensiones inéditas. La protesta, que comenzó como una rebelión educativa, puede convertirse en el inicio de un verdadero estallido provincial.

No hay que perder de vista el contexto. El brutal ajuste del gobierno de Milei no es una entelequia abstracta. Tiene consecuencias materiales, territoriales, humanas. El FONID, por ejemplo, ese fondo que complementaba el salario docente, desapareció por decisión del presidente. Y la frase “la Nación ya no nos manda esos recursos”, repetida como excusa por gobernadores oficialistas y opositores funcionales, se convierte en una confesión de impotencia o complicidad.

En este escenario, la educación pública aparece como una de las primeras víctimas del modelo libertario. Pero también como uno de sus principales focos de resistencia. Porque cuando las condiciones laborales se degradan al punto de la indigencia, cuando las escuelas se caen a pedazos y la comida de los comedores no alcanza, los docentes no solo educan: también luchan. También gritan. También enseñan con el cuerpo que no se rinden.

Raúl Jalil creyó que podía aplicar el ajuste sin pagar el costo político. Que el silencio de los gremios mayoritarios lo blindaba. Que con decretos y promesas huecas alcanzaba para contener el descontento. Se equivocó. La calle le dio una lección de política que no olvidará tan fácil. Pero la pregunta que queda flotando es más amplia: ¿cuántos gobernadores más están caminando por la misma cornisa?

Porque el modelo Milei no ofrece gobernabilidad. Ofrece sometimiento, precariedad, caos social y represión. Y si la rebelión que estalló en Catamarca se multiplica —como todo indica que podría suceder—, el relato del “sacrificio necesario” quedará desnudo. Porque no hay épica en el hambre. Ni mérito en la miseria. Ni libertad en la deserción del Estado.

Hoy, los docentes catamarqueños marcan un camino. Con dignidad, con valentía, con bronca. Desenmascaran el ajuste con nombre y apellido. Y con cada marcha, con cada cartel hecho a mano, con cada clase que no se da porque no se puede, nos recuerdan que la educación pública es un derecho, no un gasto. Que sin docentes no hay futuro. Que el silencio ya no es una opción.

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