Axel inauguró el viaducto «Papa Francisco» en Almirante Brown y aseguró que «es mentira que no hay plata»

Mientras Javier Milei clama que “no hay plata” para salud, educación ni vivienda, el gobernador de la provincia más poblada del país lo desmiente con hechos: obra pública terminada, reclamo de justicia fiscal y una defensa encendida del rol del Estado. Una narrativa alternativa al relato libertario.

Este 25 de Mayo, fecha emblema de la soberanía y la construcción de lo común, la escena política se cargó de símbolos y gestos. Mientras el presidente Javier Milei eligió el atril virtual y la retórica incendiaria, Axel Kicillof se calzó el casco de obra, caminó sobre el concreto recién terminado del Viaducto Papa Francisco y con micrófono en mano desmontó, punto por punto, el discurso oficial que intenta convencer a la ciudadanía de que no hay recursos.

Burzaco no fue solo el escenario de una inauguración vial. Fue, también, una tribuna popular desde la que se planteó un contrapunto político y filosófico con el gobierno nacional. “Es mentira que no hay plata”, lanzó el gobernador bonaerense, como quien le prende fuego a la mentira más repetida de la gestión libertaria. Lo hizo ante un público diverso, entre obreros de la construcción, vecinos, intendentes, funcionarios y empresarios de la producción, todos beneficiarios concretos de una obra pública que no solo conecta barrios, sino que simboliza otra forma de gobernar.

El Viaducto Papa Francisco se extiende por más de 1.200 metros sobre la Ruta 4 y mejora drásticamente la conectividad en una de las zonas productivas más activas del sur del conurbano bonaerense. Para Kicillof, esta infraestructura no es un lujo, sino una necesidad. “Esto transforma la seguridad vial, agiliza el transporte y facilita la logística para empresas y trabajadores. Es calidad de vida, es desarrollo”, dijo. Un mensaje con olor a cemento fresco y cifras concretas, frente al humo especulativo del gobierno nacional.

Pero la obra fue, sobre todo, la excusa perfecta para desnudar la injusticia estructural que atraviesa la relación entre Nación y Provincia. Kicillof no se guardó nada: “De cada 100 pesos que se recaudan, 40 los aporta la provincia de Buenos Aires, pero solo vuelven 7. ¿Dónde están los otros 33? ¿A qué timba los mandaron?”. La denuncia es demoledora. No se trata de una diferencia técnica en el reparto de recursos, sino de una verdadera expoliación fiscal que deja a millones de bonaerenses sin lo que les corresponde por derecho. El gobernador puso el dedo en la llaga: la Nación capta fondos que no redistribuye de forma justa, y los destina —sin tapujos— a “un esquema que solo favorece a la especulación financiera y la fuga”.

En ese contexto, la frase “no hay plata” se vuelve no solo una excusa, sino una forma de maltrato institucional. “Le acaban de pedir 20 mil millones de dólares al Fondo Monetario Internacional, ¿y ni un solo dólar va para viviendas, ni para educación, ni para salud?”, preguntó Kicillof, dejando flotando en el aire una certeza incómoda: los recursos existen, pero Milei elige destinarlos al altar de la ortodoxia económica y el dogma libertario.

Como si el relato oficial ya no pudiera sostenerse por su propio peso, el gobernador citó incluso la Constitución Nacional. Con tono de advertencia y un dejo de indignación, recordó que el presidente juró cumplirla, y que la misma obliga al Estado a garantizar derechos esenciales como la salud, la educación y la vivienda. “El Estado está para garantizar derechos, no para reprimir sueños”, dijo. Una frase que caló hondo en un país donde las imágenes de gendarmes persiguiendo manifestantes o reprimiendo a trabajadores vuelven a repetirse como postales de otros tiempos que creíamos superados.

El nombre elegido para la obra también fue un mensaje en sí mismo. Llamar “Papa Francisco” al viaducto no fue un capricho ni una decisión aislada. Representa, en palabras del propio Kicillof, “la cultura del encuentro”. Un puente que une localidades, pero también proyectos de país. De un lado, la Argentina de la producción, el trabajo y el Estado presente. Del otro, la Argentina del ajuste perpetuo, el dólar como dios, y la política como plan de negocios.

El discurso de cierre fue, más que un acto de gestión, un acto de resistencia. “Viva la patria, viva la soberanía, viva la educación pública, viva el trabajo nacional, viva la producción argentina, viva el pueblo de la Nación”, exclamó el gobernador. No era un slogan, era una toma de posición. Porque en un país donde el gobierno nacional parece decidido a dinamitar todo lo que huela a lo colectivo, cada viaducto, cada aula, cada centro de salud inaugurado es también una trinchera.

Y así como el viaducto se eleva sobre la Ruta 4, el conflicto político se eleva sobre el relato oficial. Milei insiste en que no hay alternativa. Kicillof demuestra que sí la hay. Que se puede gobernar pensando en la gente, invirtiendo en el presente para tener un futuro.

La pregunta ya no es si hay plata. La pregunta es quién decide a dónde va. Y mientras en la Rosada se recortan partidas esenciales con frialdad contable, en Burzaco se tienden puentes que hablan de otro país posible. Uno donde la obra pública no es gasto, sino inversión. Donde la política no es mercado, sino justicia. Donde el Estado no reprime, sino construye. Literalmente.

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