Mientras el gobierno se jacta de un ajuste histórico, el FMI financia intereses y Moody’s advierte que el plan económico tambalea sobre una muleta prestada.
(Por Osvaldo Peralta) La caída de USD 649 millones en reservas del Banco Central revela el verdadero talón de Aquiles del modelo libertario: no hay acumulación genuina, sino malabarismo financiero sostenido con dólares prestados. Moody’s no mejora la calificación y pone en duda el futuro económico del país. ¿Qué pasa cuando se acabe la cosecha y llegue la hora de pagar?
La retórica del «superávit» y la «estabilización macroeconómica» se derrumba con un dato lapidario: el Banco Central perdió 649 millones de dólares en un solo día. El motivo es tan revelador como alarmante: un pago de intereses al Fondo Monetario Internacional. No capital, ni inversiones en infraestructura, ni importación de bienes estratégicos. Intereses. Es decir, un gasto financiero puro que no genera retorno ni crecimiento.
Este desangre, lejos de ser un hecho aislado, forma parte de una secuencia que delata la fragilidad del modelo libertario. Desde que Javier Milei firmó el nuevo acuerdo con el FMI, el BCRA no solo no acumula reservas, sino que directamente las utiliza para pagarle al mismo prestamista que sostiene con alfileres su programa económico. Como señaló un ex funcionario del Ministerio de Economía, «el Fondo nos prestó para estabilizar, no para pagar intereses». La lógica del gobierno parece ir en dirección contraria a lo que prometía: no hay ahorro, no hay crecimiento, solo un reciclaje eterno de deuda que se autoalimenta.
En este escenario, la advertencia de Moody’s suena como una alarma encendida en medio del silencio oficial. La calificadora, que debería haber premiado con una mejora la apertura del cepo cambiario, prefirió la cautela. Su analista principal, Jaime Reusche, fue claro: «Estamos en la parte más peligrosa del ajuste». La estabilidad que Milei vende como conquista es, en realidad, una zona de riesgo extremo donde cualquier desliz monetario, fiscal o cambiario puede detonar la bomba que el propio gobierno armó.
Lo más revelador de su diagnóstico no es solo el presente, sino lo que se avecina: Moody’s anticipa que después de julio —cuando se agoten los dólares de la cosecha gruesa— la balanza de pagos dejará de ser positiva. Ese momento, donde la entrada de divisas se reduzca drásticamente, marcará el verdadero test para el modelo. ¿Cómo responderá el mercado cuando la Argentina no pueda sostener ni la ilusión de liquidez?
Paradójicamente, la calificadora respalda la insólita decisión de no intervenir para comprar reservas, siempre y cuando el tipo de cambio no toque el piso de la banda cambiaria. En nombre de la «credibilidad del esquema de flotación», el gobierno se permite el lujo de no acumular divisas, aun cuando eso pone en jaque los futuros pagos de deuda. Es un juego riesgoso con reglas escritas por tecnócratas que jamás pisan una pyme, una escuela pública o un hospital desfinanciado.
Pero el verdadero problema no está en la teoría económica, sino en la praxis del endeudamiento perpetuo. Hoy, la Argentina paga intereses con plata del FMI, posterga vencimientos de capital y apuesta a que algún milagro —léase: confianza inversora o lluvia de dólares— legitime este desquicio financiero. La promesa de retorno al mercado de capitales no se cumpliría sino hasta 2026. Hasta entonces, como admitió el propio Reusche, el país camina con «una muleta prestada».
El gobierno de Javier Milei sostiene su narrativa sobre pilares de humo: recorta jubilaciones, licúa salarios y revienta el gasto público, pero no logra mostrar un solo indicador estructural que justifique semejante brutalidad. Ni baja de inflación consistente, ni incremento real de exportaciones, ni recomposición de reservas. Solo ajuste, deuda y relatos de libertad mientras se entrega la soberanía económica.
Y en el horizonte inmediato, se avecinan nuevos pagos. El próximo gran compromiso es con bonistas privados: 4.500 millones de dólares en julio. El secretario de Finanzas, Pablo Quirno, jura que están cubiertos. Pero en un país donde los dólares no se generan sino que se prestan, esas promesas suenan más a fe ciega que a planificación seria.
La imagen final que deja Moody’s es lapidaria: la economía argentina no camina, cojea. Y mientras los libertarios aplauden sus propias amputaciones como si fueran hazañas quirúrgicas, la sociedad carga con el costo real del experimento. Una muleta no es una estrategia. Es una emergencia.
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