La brutal represión en las calles de Buenos Aires expone el verdadero rostro del gobierno de Javier Milei. Balas de goma, gases lacrimógenos y detenciones arbitrarias son la respuesta de un Ejecutivo que, incapaz de ofrecer soluciones, decide criminalizar la protesta social.
El gobierno de Javier Milei ha dejado en claro que su plan económico no es compatible con la democracia ni con la paz social. Su administración, que desde el primer día se caracterizó por la concentración del poder en manos del mercado financiero y las grandes corporaciones, se tambalea ante la evidencia de su propio fracaso. Y cuando la resistencia popular se hace sentir, la respuesta es la represión feroz.
La editorial de Roberto Navarro en El Destape lo señala sin rodeos: el gobierno le ha declarado la guerra a su propio pueblo. La violenta jornada de represión en Buenos Aires no fue un hecho aislado, sino la expresión de una estrategia de gobierno basada en el miedo y la violencia. La utilización del protocolo antipiquetes de Patricia Bullrich ha sido, en realidad, una excusa para imponer a sangre y fuego un plan económico de saqueo y miseria.
La caída de la actividad económica, el estancamiento del consumo y la asfixia de los sectores más vulnerables han sido el resultado directo del ajuste más brutal de la historia argentina. Los jubilados, los trabajadores y los sectores medios son quienes pagan el precio de un modelo que sólo favorece a la especulación financiera y las empresas energéticas.
El informe de la Cruz Roja es contundente: uno de cada tres jubilados en Argentina pasa hambre. El 40% no puede acceder a sus medicamentos. Mientras tanto, el gobierno de Milei les arrebata recursos a través de decretos y recortes presupuestarios. A este panorama desolador se suma la creciente fuga de reservas del Banco Central, el incremento del dólar y la falta de respuestas del FMI, dejando al país en un callejón sin salida.
Ante el desmoronamiento de su modelo, la Casa Rosada elige la represión como única estrategia de supervivencia. Patricia Bullrich no dudó en calificar de «kirchnerista» al trabajador herido de bala en la cabeza por la Policía de la Ciudad. ¿Acaso el gobierno cree que ser kirchnerista es motivo suficiente para recibir un disparo? La deshumanización del oponente político es un viejo recurso de las dictaduras, y hoy Milei y Bullrich lo ponen en práctica sin disimulo.
La escalada represiva no es una muestra de fortaleza, sino de debilidad. El oficialismo pierde respaldo en las encuestas, sufre derrotas parlamentarias y observa con preocupación el creciente malestar social. Ayer fueron los jubilados y trabajadores; mañana serán los docentes, los estudiantes y los pequeños comerciantes, todos aquellos que ven cómo su calidad de vida se deteriora día tras día.
El uso de la violencia estatal se complementa con una operación mediática para justificar lo injustificable. Los mismos periodistas que callan frente a la inflación descontrolada, la corrupción en el entorno presidencial y la fuga de capitales, salen en bloque a defender la represión. Se inventan enemigos, se exageran incidentes, se plantan pruebas. ¿Dónde están los famosos «barras bravas» que Bullrich y los medios aseguraban que participaron en la protesta? No hay nombres, no hay pruebas, no hay detenciones. Solo un montaje para justificar la brutalidad policial.
El gobierno de Milei parece no comprender que el miedo no es eterno. El pueblo argentino ha resistido dictaduras, ajustes salvajes y crisis devastadoras. Y siempre, tarde o temprano, ha salido a las calles para poner fin a los atropellos.
Los vecinos de Chacarita, muchos de ellos votantes de la derecha, reaccionaron con furia al ver la violencia desatada por la Policía. A patadas, enfrentaron a los patrulleros en una escena impensada hace apenas unos meses. No eran militantes ni activistas, eran ciudadanos hartos de la brutalidad y la impunidad.
El presidente prometió «épocas de volatilidad» en su discurso de apertura del Congreso. Lo que no dijo es que su gobierno está acelerando esa inestabilidad con sus propios actos. Cada balazo, cada detención arbitraria, cada mentira mediática acerca el final de un proyecto político que ya muestra signos de agotamiento.
Si Milei cree que puede sostener su gobierno con sangre y fuego, está profundamente equivocado. La historia argentina demuestra que los pueblos no se rinden ante la represión. Por el contrario, cuando los gobernantes cruzan ciertos límites, la resistencia se vuelve inevitable. Y en Argentina, cuando la paciencia se agota, las calles hablan.
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