El terror de Milei al Eternauta: El miedo a que la sociedad empiece a pelear por vivir con dignidad

Mientras Javier Milei predica la “libertad” desde los altares del anarcocapitalismo, multiplica la miseria con políticas que expulsan a millones del sistema. Un ajuste brutal que, como advierte Roberto Navarro, sólo busca consolidar una minoría electoral a costa del hambre, el desempleo y la exclusión de las mayorías.

El gobierno de Milei, sostenido por una élite minoritaria y un relato cultural reaccionario, despliega un ajuste salvaje que convierte la supervivencia en privilegio y la indigencia en norma. Recortes en subsidios, despidos masivos y destrucción del Estado son el precio para una inflación domesticada a fuerza de hambre. El Eternauta, símbolo de la resistencia popular, es el fantasma que aterra a un presidente que teme al pueblo organizado más que al colapso social que él mismo impulsa.

La metáfora de El Eternauta, esa figura que camina en la nieve mortal para defender lo colectivo, se transforma hoy en una amenaza para Javier Milei. No porque se trate de un personaje de historieta, sino porque representa todo lo que su gobierno detesta: el heroísmo colectivo, la solidaridad, la lucha organizada contra un enemigo poderoso e invisible. Roberto Navarro lo deja claro en su editorial: el terror de Milei no es a la inflación, ni siquiera al estallido social, sino al regreso de una conciencia popular que diga basta. Una sociedad que despierte de la hipnosis libertaria para enfrentar, como el Eternauta, al enemigo de clase que los quiere sin derechos, sin Estado, sin futuro.

Milei no gobierna para todos. No lo pretende ni lo disimula. Su estrategia política, explica Navarro, se basa en consolidar un 40% del electorado compuesto por la clase alta, buena parte de la clase media alta y una porción de sectores empobrecidos seducidos por la “batalla cultural”. Son aquellos marginados por el neoliberalismo, vapuleados por la pandemia, castigados por la precariedad laboral, que hoy abrazan el discurso libertario no porque hayan mejorado, sino porque Milei les promete venganza contra quienes alguna vez tuvieron algo más.

Esa venganza toma la forma de un ajuste que pulveriza a los mismos que lo votaron, pero que aún confían en que “ahora se está haciendo lo correcto”. Mientras tanto, el resto —la mayoría— sobrevive como puede: trabajadores pobres, jubilados con hambre, desempleados sin red, estudiantes sin universidad, enfermos sin hospitales. Para Navarro, la lógica de este experimento es tan perversa como eficaz: ajustar a los de abajo para calmar la inflación y satisfacer a los de arriba. Sacrificar millones para seducir a unos pocos.

La libertad que Milei predica es selectiva. Quienes integran su base electoral disfrutan de ciertas licencias: comprar dólares, viajar al exterior, consumir gadgets importados sin culpa ni impuestos. Pero para los demás, la única libertad ofrecida es la de morirse de hambre. El propio presidente lo confesó en un debate con Juan Grabois, antes de ser electo, con un cinismo brutal: “si tenés que elegir entre no comer y ser explotado, podés elegir explotarte… o morirte”. En su lógica anarcocapitalista, la pobreza no es un problema, sino una opción. Y la muerte, una libertad más.

Para Milei, cada ajuste es un acto de justicia económica. Pero como revela Navarro, ese relato se sostiene sobre una montaña de cadáveres sociales: más de 42.000 empleados estatales despedidos, un 75% de la obra pública paralizada, una reducción del 25% en planes alimentarios, un recorte del 52% en presupuesto hospitalario. Cifras que no son sólo estadísticas, sino rostros concretos: madres sin guarderías, barrios sin cloacas, enfermos sin atención, jóvenes sin becas, abuelos sin comida. Un país amputado para que los balances cierren.

La eliminación de subsidios a la energía es otra pieza clave del ajuste. Más de 2,1 millones de hogares —según denuncia Navarro— dejarán de recibir la asistencia estatal que les permitía encender una estufa o prender una hornalla. La razón oficial: un reempadronamiento que, con datos de inflación manipulados, clasificó arbitrariamente a cientos de miles como “de altos ingresos”. Una mentira técnica al servicio de una verdad política: empobrecer aún más a los que ya estaban al borde del abismo. Empujarlos, de una vez, al vacío.

El método Milei consiste en declarar obsoleto al Estado mientras lo destruye desde adentro. Friedrich Sturzenegger, el arquitecto del desguace, anunció nuevos decretos para profundizar el “motosierrazo”. Cada recorte es presentado como una victoria moral sobre el “gasto público”, pero en realidad es un castigo colectivo: menos inversión, menos infraestructura, menos derechos. El Estado mínimo que pregona Milei es, en realidad, un Estado ausente para el pueblo y presente sólo para garantizar la rentabilidad del capital.

¿Por qué, entonces, aún conserva apoyo? Navarro ofrece una hipótesis inquietante: el experimento libertario no es sólo económico, sino cultural. Milei ha logrado convencer a una parte de la población de que la miseria ajena es necesaria para su bienestar. Que el ajuste es una gesta heroica contra los parásitos, los planeros, los burócratas. Que el hambre es una consecuencia natural de la eficiencia. Es el viejo relato meritocrático reeditado en clave violenta, donde el éxito se mide por la capacidad de sobrevivir sin ayuda, aunque esa ayuda haya sido arrancada a punta de decreto.

Pero el problema para Milei es que esa burbuja empieza a pincharse. Como señala Navarro, el ajuste no discrimina entre votantes y opositores. La inflación baja, sí, pero a costa de un derrumbe del consumo, de salarios pulverizados, de millones que ya no llegan a fin de mes. La ficción libertaria choca contra la realidad material de una sociedad que ya no come, ya no trabaja, ya no cree. Y en ese malestar, en ese hartazgo silencioso, late la posibilidad de un nuevo Eternauta: un pueblo que vuelva a marchar bajo la nieve del neoliberalismo, pero con los ojos abiertos.

Esa es la pesadilla de Milei. No el fracaso económico —que se oculta detrás de gráficos truchos y slogans en redes sociales— sino el despertar político de los nadies. Que los jubilados se organicen, que los estudiantes vuelvan a tomar las universidades, que los sindicatos se planten, que las villas marchen. Que la cultura de la resistencia vuelva a encenderse. Porque si algo sabe este gobierno, como bien explica Navarro, es que el día que el pueblo vuelva a reconocerse a sí mismo como sujeto de cambio, el proyecto libertario caerá como un castillo de naipes.

Milei no le teme al dólar ni al riesgo país. Le teme al Eternauta. Le teme a una sociedad que deje de pelear por sobrevivir y empiece a pelear por vivir con dignidad. A una ciudadanía que entienda que la libertad no es elegir entre morirse de hambre o ser explotado, sino tener garantizados los derechos básicos para elegir una vida plena. Y que, como el Eternauta, se anime a enfrentarse al enemigo oculto que gobierna desde las sombras con discursos de odio y decretos de exclusión.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *