La calificadora de riesgo advierte que el atraso cambiario impulsado por Caputo puede empujar a la Argentina a una nueva crisis externa. Wall Street comienza a desconfiar del experimento libertario. El gobierno de Javier Milei, empecinado en sostener un dólar oficial planchado mientras la inflación arrasa los ingresos, recibió una señal de advertencia desde uno de los actores más influyentes del sistema financiero global. Moody’s cuestiona la sostenibilidad del esquema cambiario actual, alerta por la pérdida de competitividad de las empresas y anticipa mayores obstáculos para acceder al financiamiento internacional. El relato del “milagro libertario” empieza a resquebrajarse por donde menos lo esperaban: el corazón del mercado.
El silencio cómplice de muchos medios frente al creciente malestar económico que vive la Argentina parece no alcanzar para disimular lo evidente: algo huele mal en el plan Caputo. Y no lo dice cualquier crítico local ni un opositor político. Lo acaba de afirmar con una claridad inquietante la calificadora de riesgo Moody’s, una de las voces más influyentes para los fondos de inversión globales. El diagnóstico, lejos de ser ambiguo o diplomático, apunta directamente al corazón del modelo económico de Javier Milei: el atraso cambiario como política deliberada para contener precios a costa de sacrificar las bases de la economía productiva.
Desde la perspectiva de los técnicos de Moody’s, lo que Milei y Caputo celebran como un “dólar competitivo” es, en realidad, una bomba de tiempo. Mientras los ministros insisten con discursos de ajuste heroico y redención fiscal, los hechos pintan otro cuadro: el dólar oficial avanza a un ritmo de 2% mensual, muy por detrás de una inflación que se mantiene por encima del 4% en los últimos meses. Esta política, que recuerda peligrosamente a viejas recetas que terminaron en crisis abruptas, ya comienza a mostrar síntomas de agotamiento.
La calificadora lo señala con todas las letras: “el tipo de cambio oficial se está apreciando en términos reales”, es decir, pierde terreno frente a la inflación. Este fenómeno, que en otras épocas se conoció como “atraso cambiario”, es uno de los fantasmas más temidos por los economistas que recuerdan el colapso de la convertibilidad. El mercado lo sabe. Moody’s lo pone sobre la mesa. Y el gobierno, fiel a su estilo, lo niega.
Pero las consecuencias están a la vista. Las empresas exportadoras —clave para generar los dólares que el país necesita— ya enfrentan crecientes dificultades para competir en los mercados internacionales. Con un peso artificialmente sobrevaluado, los costos internos se encarecen y los márgenes se achican. La advertencia de Moody’s va más allá de lo conceptual: estima que esta pérdida de competitividad puede golpear la rentabilidad de muchas firmas locales, lo cual deterioraría sus perfiles crediticios y comprometería su capacidad de repago de deuda. Es decir, más riesgo, menos inversión, y otro golpe directo al ya castigado tejido productivo argentino.
Y si esto no fuera suficiente, la calificadora remarca un factor adicional que puede dinamitar el castillo de naipes libertario: el contexto internacional. A diferencia del relato del gobierno, que se vende como el alumno estrella del mercado, la realidad muestra que el acceso al crédito externo no será ni inmediato ni generoso. Moody’s advierte que las condiciones globales no están para aventuras. La persistencia de tasas altas en Estados Unidos y el endurecimiento del financiamiento en economías emergentes conspiran contra cualquier intento de reapertura de los mercados voluntarios de deuda. Dicho en criollo: aunque Milei logre su tan ansiado “déficit cero”, eso no garantiza que lluevan dólares de inversión.
Esto deja al gobierno en una encerrona. Si mantiene el atraso cambiario, el frente externo se debilita y la economía real se resiente. Si acelera el tipo de cambio para corregir el desfasaje, el fogonazo inflacionario que puede desatarse pondría en jaque la ya frágil pax social. En ambos escenarios, la promesa de estabilidad y crecimiento que sostiene el relato de la “motosierra salvadora” se esfuma. No hay magia. No hay “mecado” que banque un plan sin consistencia macroeconómica.
Hay otro dato inquietante que se desprende del análisis de Moody’s: el famoso “blend” del 80/20 que permite a los exportadores liquidar una parte de sus divisas en el mercado financiero y otra al tipo de cambio oficial no está funcionando como el gobierno esperaba. Pese al incentivo implícito, el ingreso de divisas es menor al proyectado. El superávit comercial que Caputo celebra se sostiene con importaciones deprimidas más que con exportaciones vigorosas. Es el clásico espejismo estadístico: números que mejoran, pero realidades que empeoran.
Todo esto alimenta una pregunta incómoda que cada vez más analistas del propio mercado se atreven a formular: ¿hasta cuándo puede sostenerse este esquema sin una devaluación brusca? La historia argentina no es ajena a estos experimentos. Basta con mirar lo que ocurrió durante el gobierno de Mauricio Macri —curiosamente, el jefe político en las sombras de buena parte del equipo económico actual— para entender cómo terminan los procesos en los que se posterga el sinceramiento del tipo de cambio mientras se acumula malestar social y tensión financiera.
En este sentido, la advertencia de Moody’s no debe leerse como una crítica técnica más. Es, en rigor, una señal política. Es Wall Street diciéndole a Milei que ya no le cree todo. Que la paciencia no es infinita. Que el mercado también huele la inestabilidad, la sobreideologización del plan y la falta de respaldo político concreto para llevar adelante reformas estructurales sin romper el tejido social. El tiempo del cheque en blanco se termina, y eso debería encender todas las alarmas.
Pero lejos de reflexionar o corregir el rumbo, el gobierno responde con más dogmatismo. El propio Javier Milei, en sus habituales monólogos de redes sociales y declaraciones altisonantes, insiste en que todo aquel que critica su plan económico lo hace por “intereses oscuros” o “resentimiento ideológico”. No hay espacio para la autocrítica. Tampoco para la duda. La religión libertaria lo prohíbe.
Sin embargo, el país real —el de las pymes al borde de la quiebra, el de las provincias sin fondos, el de los trabajadores empobrecidos— ya no compra ese discurso. Y ahora, tampoco lo hace el mercado financiero internacional. Moody’s, con su advertencia, pincha la burbuja discursiva de un modelo que prometía milagros sin costos. Porque, en economía, como en la vida, no hay almuerzos gratis. Y cuando el relato se impone a los datos, el final suele ser abrupto.
El problema es que cuando ese final llegue, no lo pagarán ni Milei, ni Caputo, ni sus amigos del poder. Lo pagarán, como siempre, los sectores más vulnerables. Los que no tienen cuentas offshore para refugiarse del colapso. Los que no fueron consultados cuando se decidió que la motosierra no pasaría por los bancos ni por los grupos concentrados, sino por los jubilados, los maestros y los pequeños empresarios. Esos mismos que ahora ven cómo el dólar barato destruye sus chances de sobrevivir, mientras el presidente les habla de “Éxodo liberal”.
La advertencia de Moody’s no es la única, ni será la última. Pero marca un punto de inflexión. El mercado, ese oráculo tan venerado por Milei, empieza a cuestionar el rumbo. Y cuando eso ocurre, la caída puede ser rápida. En la Argentina de Milei, el verdadero peligro ya no es el populismo. Es el delirio dogmático con traje de eficiencia. Y a ese delirio, ni las calificadoras de riesgo están dispuestas a aplaudirlo.
Fuentes:
- https://www.pagina12.com.ar/837066-otra-senal-de-alerta-desde-wall-street-para-el-plan-caputo
- https://www.eldestapeweb.com/economia/dolar/fuerte-advertencia-de-moody-s-por-el-impacto-del-atraso-cambiario-en-las-empresas-2025625111456
- https://www.ambito.com/economia/moodys-advirtio-que-el-contexto-global-puede-complicar-el-acceso-argentina-los-mercados-deuda-n6132882
Deja una respuesta