El relato oficial promete confianza internacional, libre mercado y un Estado espartano. Pero los datos revelan otra realidad: las empresas extranjeras están retirando sus dólares, el turismo exprime las reservas y el modelo económico se hunde en una ficción sostenida por deuda. Las cifras son contundentes y las consecuencias, previsibles.
Algo huele a podrido en el relato de Javier Milei. Las loas de AmCham, los elogios de Kristalina Georgieva, los guiños de fondos buitre y CEOs globales no alcanzan para sostener una economía real que se desangra. La tan celebrada inversión externa directa —el termómetro con el que los gobiernos neoliberales suelen medir la confianza del “mundo civilizado”— no solo no llegó, sino que se dio vuelta como un guante. Entre diciembre de 2024 y abril de 2025, el país sufrió una salida neta de divisas por 3000 millones de dólares por concepto de repatriación de capitales. Así, la inversión extranjera dejó de ser un motor para convertirse en un agujero.
Este fenómeno no es una interpretación sesgada ni una exageración militante. Lo confirma la propia Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE), con datos del Banco Central en mano. En los primeros cuatro meses del año, el saldo de la inversión externa directa fue negativo en 1789 millones de dólares. Es decir, en vez de entrar, los dólares se van. Y en masa.
Lo más paradójico es que las empresas que protagonizan este éxodo verde —principalmente del sector energético, como las del petróleo y gas— son las mismas que aparecen en la foto con el Presidente, sonrientes, celebrando su “valentía para romper con el pasado populista”. El doble discurso no podría ser más obsceno: aplauden con una mano mientras con la otra transfieren sus ganancias al exterior.
¿Dónde quedaron las promesas de lluvia de inversiones? ¿Y el “shock de confianza”? La comparación con años anteriores resulta lapidaria. Entre 2021 y 2024, el primer cuatrimestre siempre registró superávit en esta variable: 237 millones en 2021, 239 en 2022, 204 en 2023 y 221 en 2024. Hoy, con Milei en la Rosada, el saldo es rojo fuego. Y, sin embargo, el discurso oficial sigue colgado de una nube ideológica donde todo funciona, salvo la realidad.
Como si la fuga de capitales no alcanzara, otro de los grandes sorbedores de divisas es el turismo. El regreso al “deme dos” no es solo una postal de los noventa; es una sangría real, dolorosa y acelerada. En abril de 2025, el déficit del sector servicios —impulsado principalmente por el turismo y los pagos con tarjeta en moneda extranjera— alcanzó los 1161 millones de dólares. El mayor registro para ese mes desde que se tienen datos. Solo el gasto turístico generó un desequilibrio de 863 millones. ¿Qué lo explica? Atraso cambiario: Argentina vuelve a ser cara para los que vienen y barata para los que se van. Un déjà vu que no presagia nada bueno.
El modelo libertario avanza con una lógica suicida: abrir la economía a mansalva, liberar el tipo de cambio para el ahorro, mantener un dólar oficial planchado y recortar brutalmente el gasto público. Resultado: boom de importaciones, derrumbe del superávit comercial, pérdida de reservas y una montaña de deuda que crece sin freno. En el primer cuatrimestre de este año, las exportaciones crecieron apenas un 5,8%, mientras que las importaciones se dispararon un 35,6%. La diferencia en volumen es todavía más brutal: 5,2% contra un 44,7%. El superávit comercial, que promediaba 1575 millones mensuales en 2024, se derrumbó a 241 millones en 2025.
El escenario remite inevitablemente al experimento fallido del macrismo, también con Luis “Toto” Caputo manejando los hilos del endeudamiento. La receta es la misma: tomar dólares prestados, permitir la fuga, dejar que el tipo de cambio se atrase, seducir a los mercados con superávit fiscal a costa del ajuste sobre los sectores populares y cerrar los ojos ante el agujero negro del repago. En 2026 vencen compromisos por 20 mil millones de dólares, y los años siguientes ya superan los 25 mil millones anuales. ¿Y la estrategia oficial? Rezarle al riesgo país.
Pero los dólares del FMI no son infinitos. El Gobierno ya consumió buena parte de los 20 mil millones del préstamo en menos de medio año. Lo hizo sin generar condiciones reales de crecimiento productivo, sin fortalecer exportaciones, sin apostar al desarrollo científico, ni a la innovación tecnológica. La única brújula visible es un dogma de ajuste fiscal, que aplasta a las mayorías y favorece a los que ya tienen más.
Y es en esta dinámica de acumulación excluyente donde también se explican los contrastes en el consumo. Mientras los autos de alta gama y los electrodomésticos caros baten récords de ventas —crecen por encima del 30% interanual—, el consumo de bienes básicos como alimentos y medicamentos está estancado o en retroceso. No se trata de eficiencia económica, sino de redistribución del ingreso. Los sectores de altos ingresos se ven beneficiados por el efecto riqueza de la valorización financiera, mientras que los trabajadores y jubilados —con ingresos fijos— pierden poder adquisitivo y calidad de vida.
Milei prometió una Argentina libre, próspera y repleta de inversores. Lo que entrega es un país asfixiado por la fuga de capitales, dependiente de una deuda que no para de crecer y sumergido en una desigualdad cada vez más obscena. Las empresas extranjeras aplauden el show desde la tribuna, pero cuando llega la hora de poner el cuerpo —o los dólares—, agarran sus valijas y se van. Como los dólares del turismo, como las reservas del Banco Central, como la confianza de millones de argentinos que empiezan a ver que el rey va desnudo.
La pregunta que flota, incómoda pero inevitable, es si este modelo tiene salida. Y si no la tiene, ¿quién va a pagar la factura?
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