El Grupo Albanesi en default por no abonar intereses de una deuda, símbolo de la fragilidad del sistema económico especulativo de Milei

Mientras el presidente Javier Milei insiste en que el mercado se regula solo, el colapso financiero de uno de los mayores grupos energéticos del país revela lo contrario: la lógica de la timba financiera, promovida por su administración, muestra grietas profundas. La caída de Albanesi es más que un traspié corporativo. Es un síntoma de un sistema envenenado por la especulación, la deuda en dólares y una política económica que favorece la bicicleta antes que la producción.

No fue un rayo en cielo sereno. La caída del Grupo Albanesi en default era un final previsible, pero no por eso menos inquietante. Este conglomerado energético, con una deuda que trepa a los 1.100 millones de dólares, formalizó el incumplimiento de una fracción de los intereses de su deuda de corto plazo, una cifra que rondaba los 220 millones. Aunque la cifra pueda parecer “manejable” dentro del universo financiero, las consecuencias son profundas, tanto para la economía real como para la estabilidad de un sistema que se desmorona al primer sacudón.

El default se configura tras el vencimiento de los 30 días de gracia que la ley concede para resolver este tipo de situaciones. En ese lapso, Albanesi negoció —sin éxito— con sus acreedores para evitar el desenlace. Las subsidiarias Generación Mediterránea (Gemsa) y Central Térmica Roca fueron las encargadas de comunicar oficialmente a la Comisión Nacional de Valores (CNV) lo que ya era evidente: no hay caja para pagar ni siquiera los intereses.

El bono en cuestión, el Clase XXXIX (ticker MR390), vencía en 2031 y ofrecía una jugosa tasa del 11% anual en dólares. No es casualidad: ese rendimiento altísimo era un señuelo para tentar a los inversores en medio de la tormenta económica argentina. Era, en otras palabras, una bomba de tiempo: solo sostenible bajo condiciones de carry trade, esa práctica especulativa que consiste en tomar deuda en dólares para convertirla a pesos y aprovechar las tasas altas locales. En criollo: timba financiera pura.

Pero cuando el gobierno nacional decidió pagar compromisos con bonos en lugar de efectivo, y cuando alteró las condiciones del mercado cambiario, se desactivó el delicado equilibrio de esa bicicleta financiera. Las empresas, que habían apostado por la especulación, se quedaron sin pedal ni cadena. Y con deudas millonarias en dólares. Albanesi fue una de ellas, quizás la más expuesta, pero no la única.

La empresa intentó maquillar el derrumbe con lenguaje técnico. En su comunicado, habló de “proceso de reordenamiento financiero” y de “preservar los intereses de sus acreedores”. Palabras elegantes para un colapso que podría arrastrar activos estratégicos del país. Porque no se trata solo de una compañía privada que incumple: se trata de una de las principales generadoras de energía, cuyas operaciones impactan directamente sobre el sistema energético nacional.

Más grave aún es el contexto. Este default no ocurre en el vacío. Llega en medio de una crisis económica acelerada por las políticas del gobierno de Javier Milei. Un presidente que se autoproclama libertario pero que construye un Estado ausente, irresponsable y peligrosamente entregado a las lógicas del mercado. La bicicleta financiera que permitió el crecimiento artificial de empresas como Albanesi fue tolerada —y hasta estimulada— por esa lógica. Hoy, cuando la rueda deja de girar, empiezan los estallidos.

¿Dónde queda el discurso de la “eficiencia del mercado”? ¿Dónde está la mano invisible que Milei venera como dogma económico? Si la quiebra de una energética tan relevante no amerita una intervención o al menos una revisión del modelo, entonces, ¿qué más tiene que pasar para entender que el camino actual es un callejón sin salida?

Los antecedentes inmediatos muestran que Albanesi emitió el bono Clase XXXIX el 30 de octubre de 2024 por 350,25 millones de dólares, y una emisión adicional el 8 de noviembre de 2024 por 3,7 millones más. Todo a una tasa del 11% anual. Esos niveles solo eran viables bajo un régimen especulativo que hoy ya no existe. El castillo de naipes, previsiblemente, se vino abajo.

Es imposible disociar esta situación del modelo económico que impulsa Javier Milei. El presidente celebra a los “mercados” como si fuesen deidades infalibles, pero la realidad lo golpea con fuerza: la economía real no puede sostenerse con apuestas de casino. Menos aún si las reglas cambian de un día para otro, como hizo su gobierno con los pagos estatales y las condiciones cambiarias.

El caso Albanesi debería ser una alerta. No sólo para los inversores, que ya están mirando con desconfianza a otras empresas del sector, sino para la sociedad en su conjunto. Porque mientras Milei promueve ajustes salvajes, desfinancia universidades, recorta el CONICET y privatiza activos públicos, permite que empresas endeudadas en dólares crezcan artificialmente hasta estallar. ¿Quién paga esa fiesta? ¿Quién va a cubrir los pasivos cuando ya nadie confíe en los activos argentinos?

Las consecuencias son múltiples. A nivel financiero, ya se anticipa una mayor percepción de riesgo sobre otras firmas energéticas. A nivel institucional, el rol de la CNV como regulador parece reducido a una función notarial, registrando defaults como si se tratara de una estadística más. Y a nivel social, el impacto de un sistema energético debilitado puede afectar directamente la calidad del servicio, las tarifas y la soberanía energética.

La caída de Albanesi no es solo una crisis empresarial. Es el espejo en el que se refleja el fracaso de un modelo de país basado en la especulación, el endeudamiento en moneda extranjera y el abandono del desarrollo productivo. Javier Milei prometió una revolución liberal, pero lo que está gestando es una demolición controlada del aparato económico argentino. Cada default, cada cierre, cada recorte es un ladrillo menos en la estructura nacional.

Hoy es Albanesi. ¿Mañana quién?

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