El Gobierno busca que los argentinos «saquen los dólares del colchón» para gastarlos en la vida cotidiana. Promete rebajas impositivas y pagos con QR en divisa extranjera. ¿Remonetización o saqueo elegante de los últimos ahorros populares?
(Por Osvaldo Peralta) El ministro de Economía, Luis «Toto» Caputo, anunció una “medida bomba” para fomentar el uso cotidiano de dólares en la economía argentina. Detrás del discurso tecnocrático, se esconde un intento desesperado por hacer circular los últimos vestigios de riqueza de una población empobrecida y precarizada. Bajo el eufemismo de “competencia de monedas”, el gobierno de Javier Milei avanza hacia una dolarización de facto que pone en jaque la soberanía monetaria y legitima un modelo de exclusión financiera.
No es un chiste de bar: quieren que pagues el almuerzo con dólares. No se trata de una ocurrencia de algún influencer libertario ni de una sátira económica; es la estrategia oficial del gobierno de Javier Milei. El nuevo plan estrella del ministro de Economía, Luis Caputo, es tan provocador como revelador: hacer que los argentinos usen sus dólares para gastos cotidianos. En otras palabras, que los billetes guardados bajo el colchón pasen directamente al mostrador del supermercado, al ticket del restaurante o al escáner de un código QR en el café de la esquina.
Según las declaraciones de Caputo, difundidas esta semana, el plan busca “remonetizar la economía”, que hoy se encuentra con niveles bajísimos de circulante. La novedad, sin embargo, no es solo técnica: el ministro no disimula su entusiasmo por lograr que esa remonetización se haga en dólares. No importa la moneda, asegura, siempre y cuando la economía «se mueva». El objetivo es claro: que los argentinos empiecen a usar los billetes verdes que aún no entregaron al sistema financiero. Y lo hagan, además, sin que exista un esquema formal de dolarización. Un “como si” permanente, una dolarización de facto en cámara lenta.
Pero ¿qué significa, en la práctica, este “uso libre” de dólares que el Gobierno promociona como solución mágica? Significa que en un país con más del 55% de pobreza infantil, con salarios licuados, jubilaciones de hambre y una recesión autoinfligida, el Estado quiere que los sectores que aún conservan dólares los gasten. Ya no en propiedades o autos, sino en productos de primera necesidad, comidas rápidas o servicios de uso diario.
Es una política que, presentada como innovación financiera, esconde una enorme carga ideológica. El liberalismo que encarna Milei abandona aquí toda prudencia: se propone dinamitar el sistema monetario nacional sin siquiera decretar su funeral. Lo hace socavando el peso desde adentro, estimulando su reemplazo no con argumentos, sino con necesidad. Si tenés dólares, mejor gastalos ahora, sugiere el mensaje oficial. Si no los tenés, resignate: tu pobreza es estructural.
Caputo promete una “medida bomba”. No da detalles, pero adelanta que se apoyará en beneficios fiscales —como la reducción del impuesto al cheque para operaciones en dólares— y en herramientas tecnológicas que faciliten el uso de la divisa extranjera mediante QR, tarjetas de débito y billeteras virtuales. También se especula con un cambio profundo en el sistema de liquidación de divisas del sector agroexportador, permitiendo que se realice directamente entre privados, al margen del Banco Central.
El mensaje es brutal en su simpleza: no importa la legalidad del circuito, no importa la institucionalidad monetaria. Lo único que interesa es que el dinero fluya. O mejor dicho: que los dólares fluyan. Que los argentinos se desprendan de sus últimos ahorros personales, mientras el Estado se borra de su responsabilidad como garante de una moneda estable y una economía inclusiva.
Desde el Palacio de Hacienda se ilusionan con que este nuevo esquema —vestido de modernidad fintech— provoque una “competencia de monedas” que lleve, sin necesidad de ley ni plebiscito, a una dolarización endógena. Como si el libre mercado fuera a redimir una economía devastada por el ajuste brutal, el tarifazo, la caída del consumo, el derrumbe industrial y el éxodo de talentos. Como si ese mismo mercado no hubiera sido el principal beneficiario de un modelo de transferencia regresiva del ingreso que ya se cobró cientos de miles de puestos de trabajo.
Pero detrás de esta ingeniería fiscal y digital se esconde una trampa mayor: el Estado argentino no tiene dólares. No los tiene en el Banco Central, no los consigue en el mercado internacional, no puede acumularlos de forma sostenida, y sigue operando bajo un cepo que contradice toda la narrativa liberal. Ante la escasez de reservas y el fracaso para atraer inversiones genuinas, el Gobierno intenta desesperadamente activar los dólares que están fuera del sistema. Se calcula que hay más de 250.000 millones de dólares guardados en cajas de seguridad, cuentas offshore o directamente debajo del colchón.
El problema, claro, es que esos dólares no son del Estado, son de los argentinos. Y los argentinos no son tontos. Han visto ya demasiados ciclos de saqueo financiero, demasiadas corridas, demasiadas devaluaciones sin control. Han aprendido, a fuerza de golpes, que guardar dólares es una forma de defensa ante gobiernos que fallan, Estados que ajustan y economistas que especulan. Pretender ahora que usen esos dólares para “hacer girar la rueda” del consumo es un acto de cinismo que raya lo obsceno.
El plan Caputo es, en esencia, una admisión de fracaso. Es la constatación de que el programa libertario no puede sostener la moneda nacional. Es el reconocimiento implícito de que el peso ya no sirve para proyectar, ahorrar o crecer. Es el gesto desesperado de un modelo que no genera riqueza y necesita, por tanto, canibalizar los ahorros de su propia población para seguir respirando.
Lo que se presenta como “libertad de elección monetaria” es, en rigor, una imposición de clase. Porque solo podrán operar en dólares quienes los tienen. Y quienes no los tienen, quedarán atrapados en un sistema dual, donde cada producto, cada servicio, cada precio se dolariza, mientras los ingresos siguen congelados en pesos devaluados. Un apartheid financiero disfrazado de modernidad digital.
Y así, en nombre de la libertad, Milei y Caputo promueven un sistema donde cada uno se salva como puede, donde el Estado se reduce a un gestor de apps y beneficios fiscales para los que puedan pagarse su propia salvación. La economía argentina, transformada en un gran duty free donde todo está en venta y nada se produce.
El dólar como moneda de uso cotidiano no es un síntoma de modernización, sino de descomposición. No es la solución a nuestros problemas, es la confesión de que hemos perdido soberanía. Mientras se habla de QR y rebajas impositivas, lo que se está instalando es una economía para pocos, donde el dinero fluye hacia arriba y la desigualdad se naturaliza como parte del paisaje.
La “medida bomba” no es un plan económico, es un saqueo planificado. Es la última vuelta de tuerca de un gobierno que no sabe —o no quiere— construir una moneda propia. Un experimento de laboratorio con seres humanos de verdad, donde los únicos que ganan son los que ya están adentro del sistema. Y los que pierden, como siempre, son los que pagan la cuenta.
Fuente:
Deja una respuesta