Al borde del default técnico: Festejan el «superávit gemelo» pero el BCRA con reservas en rojo debe juntar USD 4.500 millones antes del 13 de junio

Mientras el relato oficial celebra el «superávit gemelo», el Banco Central se ahoga en números rojos y Caputo corre contra el reloj para juntar USD 4.500 millones antes del 13 de junio. La promesa de reservas por encima de los USD 50.000 millones quedó en el olvido. El país se desliza, sin red, por el filo de la navaja financiera.

Si uno escucha al presidente Javier Milei o a su economista predilecto, Ricardo Arriazu, el futuro de Argentina parece una autopista sin baches: equilibrio fiscal, dólar contenido, inflación en baja y rumbo claro. Pero basta con mirar los números fríos —o más bien, ardientes— del Banco Central para entender que la retórica libertaria es, en el mejor de los casos, un ejercicio de prestidigitación ideológica.

Según Portfolio Personal Inversiones, las reservas internacionales netas están hoy en rojo: negativas en más de 6.400 millones de dólares. El propio Milei había asegurado que para mayo las reservas iban a superar los USD 50.000 millones. El martes cerraron en USD 38.300 millones. La diferencia no es menor: equivale al último desembolso del Fondo Monetario Internacional. Es decir, sin esa ayuda externa, la Argentina ya estaría oficialmente quebrada.

Y aún así, el Gobierno se juega su suerte a un plan que, más que económico, parece un número de ilusionismo financiero. Caputo, el ministro de Economía más hábil en maquillar crisis que en resolverlas, necesita juntar USD 4.500 millones en apenas dos semanas. No lo hace vendiendo más, produciendo más ni atrayendo inversiones genuinas. Lo hace, como en los peores tiempos del macrismo, con más deuda, bonos opacos, y promesas que ningún inversor serio en su sano juicio firmaría sin exigir retornos altísimos.

El viceministro José Luis Daza está en Washington hace dos semanas. ¿La misión? Traer dólares como sea. La prioridad no es la industria, ni el empleo, ni la ciencia, ni la salud. La prioridad es blindar el tipo de cambio como si fuera un tesoro sagrado. Como si la estabilidad del dólar, por sí sola, pudiera garantizar gobernabilidad o credibilidad. En los hechos, el Banco Central no está comprando divisas, pese a que el dólar se mantiene barato. ¿Por qué? Porque comprar hoy implicaría dejar que la moneda estadounidense suba, y eso rompería la ilusión óptica de un dólar “controlado” de cara a las elecciones.

Este absurdo llega al punto de que el BCRA admite haber gastado más de USD 400 millones en operaciones con dólar futuro. Es decir, no acumulan reservas, pero sí las dilapidan para sostener una ficción. Una ficción que se cae sola cada vez que el Fondo le exige al Gobierno cumplir con las metas pactadas.

En este contexto, la última jugada es casi tragicómica. Se lanza un bono en dólares que paga en pesos, a cinco años, con un seguro de pago en dos, bajo legislación local, con respaldo del BCRA. Un Frankenstein financiero destinado no a fortalecer la economía real, sino a “mostrarle algo” al Fondo. “Es un acting”, confesó una fuente de Wall Street a LPO. Un acting para pedir un waiver, es decir, un perdón por no haber cumplido lo prometido. ¿Suena conocido? Es el mismo loop tóxico de deuda, maquillaje y más deuda que nos llevó a estrellarnos en 2001 y luego en 2018.

El gobierno, mientras tanto, sigue apelando a fondos de inversión de riesgo como Milennium, Citadel y Bridgewater. Especuladores que no tienen ningún compromiso con el país, pero sí olfato para detectar gobiernos débiles dispuestos a rifar el presente por un espejismo de estabilidad. La lógica del carry trade vuelve a escena: entran dólares golondrina, obtienen ganancias rápidas y se van, dejando el tendal.

En este escenario, el Banco Central funciona como un rehén de la estrategia política de Caputo y Milei. No puede intervenir comprando dólares, no puede defender las reservas, no puede planificar a mediano plazo. Su única función es sostener el decorado hasta que pase el acto.

La referencia a la “tablita” de Martínez de Hoz no es casual. Arriazu, defensor actual del modelo, participó en aquel experimento trágico de dólar tabulado que terminó en una brutal fuga de capitales. Hoy se repite la historia, con otro envoltorio, pero con la misma miopía estructural: creer que se puede gobernar una economía compleja sólo con ingeniería financiera.

El mensaje que se repite es brutalmente simple: si no entran los dólares, no hay plan. Y si el único modo de conseguirlos es pedir prestado a costa de hipotecar el futuro, entonces que así sea. Porque, para Milei y Caputo, la política económica no es una herramienta de desarrollo, sino un campo de batalla ideológico. Y en esa guerra, el pueblo argentino es carne de cañón.

Mientras tanto, los sectores productivos miran con escepticismo. Los bancos serios no recomiendan riesgo argentino. Los exportadores están desincentivados porque el tipo de cambio está artificialmente planchado. Las pymes languidecen sin crédito. Y los salarios pierden día a día contra la inflación, mientras el Gobierno se jacta de su superávit fiscal, logrado a base de licuar jubilaciones y congelar la obra pública.

¿Hasta cuándo puede sostenerse este modelo? Nadie lo sabe. Lo que sí sabemos es que el 13 de junio es la próxima parada obligada: si Caputo no consigue esos USD 4.500 millones, habrá que rogar que el Fondo sea benévolo. Luego vendrá agosto, con otra meta de reservas aún más exigente. Y así, en un loop interminable de condicionamientos externos, mentiras internas y un pueblo cada vez más empobrecido.

Argentina no necesita más bonos trampa, ni más waivers, ni más “manos amigas” en Wall Street. Necesita política económica real, con rumbo, con producción, con justicia social. Pero eso exige algo que este gobierno no está dispuesto a ofrecer: un modelo que ponga al país antes que al mercado.

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